EL AÑO DESPUÉS DEL CRACK
Fueron 365 días sólo aptos para tipos duros. 1930 se inició con medio mundo todavía temblando por el terremoto de Wall Street, aunque a apenas unas cuantas manzanas de la dislocada bolsa, se excavaban ya los cimientos del gran símbolo de la ambición del capitalismo americano: el Empire State Building, cuyas obras empezarían oficialmente el día de San Patricio de aquel año por expreso deseo del presidente de la sociedad promotora, el ex gobernador Alfred Smith, descendiente de irlandeses. Mientras los especuladores bursátiles miraban las telarañas de sus bolsillos, los amos del sector inmobiliario estaban metidos en una desenfrenada carrera por construir el edificio más alto del mundo. Apenas unos meses después del crack, se inauguraban el edificio del Manhattan Bank y el icónico Chrysler Building. Un periodista de The New Yorker, Elwyn Brooks White, lo resumió gráficamente: “Nueva York logró encaramarse al punto más alto del cielo en el momento más bajo de la Depresión”.
Ese año en que nacieron Steve McQueen, duro-guapo por antonomasia, y Gene Hackman, arquetipo del duro-feo, estaba dominado, en el campo de la actuación, por la expresividad de Buster Keaton. Él intentaba hacerse el duro por fuera sin sonreír nunca, pero era un blando y un tierno de lo más entrañable. Pasó un largo veraneo en España, que le llevó por todas las costas del país, desde San Sebastián y Santander hasta Málaga, luego a Alicante y por supuesto, a nuestra ciudad. Vino acompañado de su esposa, la también actriz de cine mudo Natalie Talmadge, y de otra romántica pareja de actores, la hermana de su mujer, Norma Talmadge, y el enamorado de ésta, Gilbert Roland, pomposo nombre bajo el cual se ocultaba el mejicano Luis Antonio Dámaso de Alonso, en una época en que ser latino no estaba demasiado bien visto si uno quería hacer carrera en los cines de la América profunda. Llegaron al hotel Ritz a bordo de un fenomenal Rolls en el que habían hecho su travesía y al que lograría subirse nuestra intrépida reportera Irene Polo, acompañándolos a tomar los baños en Sitges, e intentando hacer reír al imperturbable Pamplinas. Pero, ya se sabe, los tipos duros, ni en vacaciones bajan la guardia.
Aunque para las estrellas del cine la crisis no era para tanto, la onda expansiva del crack se había sentido en casi todos los rincones del planeta y afectaba a muchas otras actividades con aparente poca relación. Incluso al fútbol, que no era por entonces el pingüe negocio que hoy conocemos. La primera Copa del Mundo, que se disputó en julio en Uruguay, sufrió el boicot de la mayoría de países europeos, que argumentaron como motivo de su rechazo, la incapacidad de asumir el alto coste de los vuelos transatlánticos en plena crisis. Y eso que la Asociación Uruguaya de Fútbol se ofreció a pagar todos los gastos e incluso a compensar a los equipos por la ausencia de sus profesionales. Al final sólo Francia, Bélgica, Rumanía y la hoy desaparecida Yugoslavia cruzaron el charco. Pero todo quedó en casa: final entre vecinos, Uruguay contra Argentina. Rivales sin tregua, no estaban de acuerdo ni en quién ponía el balón. Eso sí fue un partido para tipos duros.