Elogio de la confortabilidad
EL 9 de enero del 2016, Artur Mas reunió al consejo ejecutivo de CDC para comunicarles de viva voz que había decidido dejar paso a otro candidato del partido al frente de la Generalitat, al negarle su apoyo la CUP. Como Carles Puigdemont ahora, también Mas se sentía el ganador moral de unas elecciones, pero la realidad le puso ante el espejo sin que le devolviera su rostro. En su discurso a los cuadros del partido dijo que se había dado cuenta de que formaba parte más del problema que de la solución, y que la renuncia tenía un beneficio muy grande, que era necesario valorar por encima de cualquier otro, sobre todo para no poner en riesgo el resultado electoral.
Veinticinco meses después, lo lógico sería que Puigdemont se aplicara la misma receta, por los mismos motivos que entonces. Se entiende que busque una salida honorable tanto en lo personal como en lo político. Pero sabiendo que existe poco margen para los inventos, pues los tribunales podrían dar al traste de forma inmediata con soluciones que descosieran el marco legal. Buscando en las hemerotecas, también hace dos años se hablaba de que Mas sería el ariete externo del proceso soberanista y se especulaba con un traje político a la medida de la nueva realidad. Sin embargo, a la hora de la verdad, la dignidad que se le ha conferido es la de expresident, que contempla la ley, por más que se hayan tenido en cuenta sus opiniones. Al menos en los primeros meses.
Puigdemont hizo un vibrante discurso en el Parlament durante su toma de posesión, que aún resuena en los muros de la Cámara: “No son épocas para cobardes, ni para temerosos, ni para flojos de piernas, ni para resignarse en la confortabilidad”. El resultado de tanta gallardía es un país sin grandes empresas ni bancos, sin autogobierno ni instituciones. Ahora tocaría prudencia, inteligencia y sentido común. Y un poco de confortabilidad, que no debería ser una resignación, sino una autoexigencia.