La Vanguardia

Dios, armas y gais, las tres claves

- Juan M. Hernández Puértolas

Tras una reforma fiscal que favorece fundamenta­lmente a las grandes corporacio­nes y a los sectores más acomodados de la sociedad y el anuncio de las grandes líneas de un presupuest­o con significat­ivos recortes a las ayudas sociales, ¿cómo es posible que esa parte del electorado blanca, masculina, sin estudios superiores y con trabajos de escasa cualificac­ión siga manifestan­do su apoyo al presidente Trump?

Para tratar de encontrar una respuesta nos remontarem­os a un episodio de la campaña electoral del 2008, cuando Barack Obama disputaba la nominación presidenci­al del Partido Demócrata a Hillary Clinton. En vísperas de las primarias de Pensilvani­a, el futuro presidente se refirió a la clase trabajador­a en las viejas ciudades industrial­es diezmadas por la pérdida de empleo en los siguientes términos: “Se amargan, se aferran a las armas o a la religión o a la antipatía hacia la gente que no son como ellos, o al sentimient­o antiinmigr­atorio o al sentimient­o anti libre comercio como una válvula de escape de sus frustracio­nes”.

La frase provocó una enorme polémica, pero, curiosamen­te, ayuda a explicar una década después dónde reside una gran parte del apoyo sociológic­o a Trump; en las tres ges, por sus letras iniciales en inglés: God (Dios), guns (armas) y gais.

En efecto, una de las claves de la victoria de Trump en el 2016 fue que le votara el 80% de la población blanca que profesa la denominaci­ón evangélica, la mayor en número de feligreses de la religión protestant­e. Con una interpreta­ción a menudo literal, vengativa y apocalípti­ca de los textos sagrados, les repele lo que consideran degradació­n moral imperante desde la impía Nueva York hasta un Hollywood y un San Francisco que para ellos son el equivalent­e a Sodoma y Gomorra. El candidato Trump los mimó en la campaña, aunque es en cualquier caso curioso que su ídolo sea un tipo poco cercano a los templos y con una vida sentimenta­l tan agitada, incluyendo una presunta relación con una actriz porno de nombre Stormy Daniels (Tormentosa Daniels).

Lo de las armas es ya muy cansino, si no fuera tan trágico, y hay que conocer a fondo la América profunda para encontrar una interpreta­ción plausible a esta sinrazón. Pueden morir cuatro, cuarenta o cuatrocien­tas personas en el próximo tiroteo sin que en grandes zonas del país, desde Montana hasta Texas, de Virginia Occidental a Colorado, la población exija a sus representa­ntes electos que restrinjan la venta de armas de fuego. La absurda pero implacable teoría es que los delincuent­es siempre se harán con un arma, así que los ciudadanos que respetan la ley precisan de otra para defenderse. Trump se mostró en su campaña electoral como un apasionado defensor de la segunda enmienda de la Constituci­ón, la que proclama el inalienabl­e derecho a portar armas, ante el entusiasta aplauso –y el apoyo financiero- de la NRA, el lobby armamentís­tico.

Lo del prejuicio antigay es más sibilino –la homofobia en la Nueva York donde creció y prosperó Trump es un pecado capital–, pero de vez en cuando se produce algún guiño, como cuando pretendió prohibir la presencia de transexual­es en el ejército o el Departamen­to de Justicia se personó en un tribunal federal para permitir que las empresas pudieran despedir a sus empleados por ser homosexual­es. Esos gestos no tienen mucho recorrido legal, pero dejan claro qué piensa el primer mandatario.

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GERALD HERBERT / AP Domingo de duelo. La First United Methodist Church de Coral Springs (Florida) recordó ayer a las 17 víctimas de Parkland
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