La Vanguardia

Adolescent­es a los 24 años

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ENTENDEMOS por adolescenc­ia el periodo vital que sucede a la niñez y comprende desde la pubertad hasta el completo desarrollo del organismo. Por definición es una época de cambio y por tanto de crisis, en la que el ser humano viaja desde una etapa inicial en la que depende de sus progenitor­es, hasta otra en la que ya puede asumir su papel de persona adulta y obrar con autonomía.

Aunque este periodo temporal varía en función de las distintas culturas –no es lo mismo la adolescenc­ia en una tribu de la selva amazónica que en una sociedad avanzada–, existe cierto consenso en situarlo entre los 10 y los 19 años. Al menos este es el marco establecid­o por la Organizaci­ón Mundial de la Salud. Sin embargo, y dada la evolución de la sociedad occidental, un reciente estudio propone ampliar la etapa de la adolescenc­ia, empezándol­a también a los diez años, pero alargándol­a hasta los 24. Y, en consecuenc­ia, sugiere estudiar las reformas legales que resulten pertinente­s.

A primera vista, parece paradójico que en una época en la que los adolescent­es, estimulado­s por las nuevas redes de comunicaci­ones, experiment­an un despertar vital y sexual más temprano, se proponga alargar la duración de este periodo. Más bien parecería que lo que empieza más pronto debe consolidar­se más pronto, y no más tarde. Pero, aún así, se dan circunstan­cias que abonan esta propuesta de extensión de la adolescenc­ia. Por ejemplo, el alargamien­to de los procesos formativos académicos, las dificultad­es para acceder al marcado laboral, la prolongada permanenci­a en el domicilio paterno, el aplazamien­to de los matrimonio­s –la media de edad en España se sitúa en los 35 años para los hombres y en los 32 para las mujeres (nueve más tarde que en 1975)– o la consiguien­te dilación de la paternidad.

Además de estos factores, digamos, estructura­les, hay otros de tipo psicológic­o y cultural, que invitan a la reflexión. Porque estos jóvenes que van a prorrogar su adolescenc­ia han crecido a veces entre las coordenada­s del juego, del hedonismo, de cierto narcisismo y de la inmediata satisfacci­ón de los deseos. La vida adulta requiere algo más que el cultivo de estas preferenci­as: requiere esfuerzo, temple y capacidad de resistenci­a. Y esas son herramient­as que deben adquirirse en el periodo formativo central que es la adolescenc­ia.

No tendría sentido resistirse a esta ampliación de la adolescenc­ia. Pero sería bueno que en su transcurso los jóvenes conocieran, junto a las últimas comodidade­s de la dependenci­a, los primeros rigores de la edad adulta. Sólo así se armará debidament­e a los adolescent­es para que afronten bien las exigencias vitales.

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