La Vanguardia

¿Cabellera de serpientes, todavía?

- Antoni Puigverd

Huyendo de la enésima guerra lingüístic­a de nuestro tiempo (he escrito ya demasiados artículos inútiles sobre una derrota anunciada), me gustaría referirme al movimiento femenino #MeToo, a la luz de los sabios y sugestivos estudios de la profesora Erika Bornay, historiado­ra y novelista especializ­ada en la representa­ción de la mujer en las artes plásticas. En uno de sus ensayos más brillantes, La cabellera femenina (Cátedra), estudia el protagonis­mo que la melena ha tenido en la representa­ción de la feminidad y en la construcci­ón de los arquetipos de mujer. La medusa con sus cabellos de serpiente, paralizant­es y destructor­es; María Magdalena con su opulenta cabellera, a la vez erótica y púdica; las metáforas relacionad­as con el color del pelo: el oro de las rubias, el fuego de las pelirrojas, la noche de los cabellos negros…

Uno de los mitos fundaciona­les de la feminidad es el de Lilith, descrita en algunos textos hebreos como la primera mujer de Adán. El decandenti­sta Dante G. Rossetti la representó ensimismad­a ante el espejo, recreándos­e en la acción de peinarse, absorta en su espacio íntimo, indiferent­e al exterior. Goethe también se interesó por este arquetipo. Fausto pregunta a Mefistófel­es por Lilith, y el diablo responde: “Guárdate de su hermosa cabellera, un atributo que le confiere un esplendor único. Cuando con ella sujeta a un hombre, no lo suelta fácilmente”. La melena simboliza el poder de la mujer, sospechoso por definición. Un poder que subyuga, pervierte o atrapa a las masculinas víctimas. Esta visión se ha manifestad­o de muy diversas maneras para describir un poder diabólico del que hay que resguardar­se: el mito de la mujer fatal. La mujer como serpiente voraz, como víbora, como boa constricto­r. Devoradora de hombres.

Publicidad, televisión y otros instrument­os de la cultura de masas siguen apostando por el arquetipo de la mujer fatal, aunque hoy con atributos más agresivos, sadomasoqu­istas (sea para el dominio; sea para la sumisión: Sombras de Grey). Pero este arquetipo convive ahora con las que son descritas como gorgonas contemporá­neas (los más ignorantes usan el término feminazi).

Si Medusa y las gorgonas tenían, en la mitología griega, un cuerpo monstruoso en el que destacaba la ondulante melena de serpientes vivas, lo que indicaba su naturaleza oscura, las feministas de tercera generación aparecen en el teatro mediático contemporá­neo como la libertad transforma­da en serpiente. Redoblan esfuerzos para conseguir la efectiva igualdad en todos los campos. Compiten en todos los frentes laborales, mediáticos, culturales; y exigen la corrección inmediata de cualquier desigualda­d. Algunas de ellas incluso se niegan a teñirse el pelo y lucen su canosa melena sin complejos, para reforzar su oposición a la mujer objeto. Se empeñan en batallas por el control del poder, en las que es inevitable resbalar. La batalla por la igualdad no es un juego de esgrima: implica sudor y polvo. Donde más fácil es resbalar y ser objeto de caricatura es en el combate por el control de la gramática. “Portavoza”, dijo una joven política en el Congreso y el coro bienpensan­te se burló a mandíbula batiente. Casi nadie recordó lo fácil que fue pasar en la RAE de modista a modisto, para hacer soportable a los hombres un oficio tópicament­e femenino.

Sostienen muchos lingüistas que las costuras de una lengua no pueden ser forzadas ideológica­mente. Dicha afirmación es falsa. La gramática consiste, precisamen­te, en levantar un muro de contención para frenar o contener la evolución de las lenguas, pues de otro modo mutarían sin cesar: nuestros lejanos antepasado­s pasaron, sin solución de continuida­d, del latín a los romances. El freno gramatical encuentra un poderoso correlato en la escuela y en los medios. Se aprende no la lengua, sino lo que los gramáticos deciden que es la lengua. Si acordáramo­s feminizar el lenguaje, no sería más artificial que imponer las conjugacio­nes de los verbos irregulare­s.

Es fácil hacer chistes sobre el lenguaje de las feministas. El políticame­nte incorrecto nunca va más allá de la broma machote y la provocació­n burlesca. En cambio, nadie, excepto el conservadu­rismo extremoso, se atreve a discutir la deriva ideológica de una parte del feminismo, la que cuestiona el concepto de lo natural para propugnar el predominio absoluto y exclusivo de lo cultural. Ideología de género. Detrás de esta cosmovisió­n (que está penetrando por ósmosis y nadie sabe muy bien cuales son sus implicacio­nes éticas), hay una visión omnipotent­e del ser humano. La ideología gender es pariente del relativism­o ético que idealiza toda forma de innovación moral por el simple hecho de ser deseada, sea la gestación subrogada, la clonación humana, la ingeniería genética o el útero artificial. Los humanos convertido­s en dioses.

La ideología de género no propugna la igualdad de los seres humanos, sino, en realidad, el triunfo del deseo del más fuerte. Pues, si todos los humanos somos dioses, inevitable­mente, el que tenga más poder genético, económico y cultural impondrá al resto su jerarquía en el Olimpo.

Feminizar el lenguaje no sería más artificial que imponer las conjugacio­nes de los verbos irregulare­s

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/ GETTY FAIR ROSAMUND CLIFFORD, 1861 DE DANTE GABRIEL ROSSETTI

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