La Vanguardia

La Suiza del sur

- Daniel Fernández

Si juzgamos por la vieja broma de Orson Welles en su papel de Harry Lime en El tercer hombre, está claro que estamos en el alba de una nueva época dorada para Catalunya, porque tras nuestros desórdenes y algaradas, tras nuestras bullangas, vendrán unos Borgia que harán florecer las artes y las ciencias aunque sea en medio de la corrupción y las intrigas. Por el contrario, y según la misma cita, quinientos años de amor y paz en Suiza sólo produjeron el reloj de cuco… Una boutade, obviamente, aunque la comparació­n pueda ser irónicamen­te adecuada para el momento actual. Al fin y al cabo, está de moda despreciar el notable periodo de prosperida­d y concordia que hemos vivido. Me gusta la cita, en cualquier caso, casi tanto como otra del mismo personaje en la misma película, cuando dice: “No tengo ánimos para reírme dos veces”. Y sin embargo, y pese al notable pasado guerrero y mercenario de los suizos, de vez en cuando alguien me repite que nosotros podríamos ser la Suiza del sur. Que nunca he entendido demasiado bien ni qué es ni en qué consistirí­a… Me pregunto, ¿seríamos veintiséis cantones, como la Confederac­ión Helvética? ¿Tendríamos cuatro lenguas oficiales? ¿Viviríamos juntos pero segregados? ¿O hablamos de ser ricos y prósperos y limpios y corteses y un poco fríos y un mucho chovinista­s? ¿O la cosa va de ser paraíso fiscal y acogernos al secreto bancario y darnos a conocer por nuestra capacidad de blanquear fortunas y lavar monedas e inversione­s? Nuestro norte del sur siempre pretende llegar a ser Dinamarca, California o Finlandia, nunca nos reclamamos como el nuevo Portugal o la Grecia del norte, ni siquiera cuando presumimos de ser cuna del parlamenta­rismo (que tampoco). Pero de todas las obsesiones aspiracion­ales, como dicen ahora en seudolengu­a, la de querer ser suizos es de las más reiteradas y menos explicable­s. Nuestra historia y nuestro paisaje físico y humano están muy lejos de los cantones suizos, que en los últimos tiempos sólo algunos de nuestros próceres han frecuentad­o alternando sus montañas nevadas con las cumbres andorranas. Una afición al esquí y a la banca opaca que hermana dos naciones indiscutib­lemente democrátic­as y con innegables componente­s medievales en sus gobiernos, estructura­s y costumbres. Ahora, lo sé, se habrá sentido ofendido más de un suizo y buena parte de los andorranos, pero no pretendía tal cosa, sino señalar que la forma, por ejemplo, de conseguir la ciudadanía helvética y la andorrana sigue resultando cuando menos complicada para la mayoría de los mortales. No lo veo muy compatible con una bienvenida a los refugiados aunque, claro, como no tienen costa, pues se ahorran la llegada de pateras. Y al fondo siempre está, cómo no, el tema del dinero y los impuestos. Porque en Suiza sí que saben vivir. Y son más que federales, confederad­os. Si hasta admiramos su ejército en forma de milicia y su servicio militar. Nostalgias del Estado que no somos. O añoranza de los suizos que nos tomábamos con las tietes de la infancia… Aunque no sé si a Anna Gabriel le gustaban los suizos.

Me pregunto, ¿seríamos veintiséis cantones, como la Confederac­ión Helvética?, ¿tendríamos cuatro lenguas oficiales?

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