La Vanguardia

De Ipurua a Stamford Bridge

- Sergi Pàmies

Simpatizar o amar a un club sirve para que si el equipo juega mal pero gana (como hizo el Barça el sábado), no te sepa mal. Simpatizar o amar a un club sirve para que si el equipo juega bien pero pierde (como hizo el Eibar el sábado), no te sepa mal. Esta doble premisa resuelve la mayoría de dilemas morales aunque después, en la intimidad, podemos cultivar cierta decepción por el nivel de juego de los últimos partidos. Ernesto Valverde, que quizás se esté pasando a la hora de ser implacable­mente realista y sensato en sus comparecen­cias, lo dijo al acabar el partido: “Era importante ganar, no el juego”. Y añadió: “Aquí sufre todo el mundo, no solo nosotros”. El mensaje de Valverde huye de la grandilocu­encia épica y de la pretensión de estilo que suele marcar la identidad del barcelonis­mo. Enric Bañeres, a quien seguimos echando de menos para aprender y discrepar como dios manda, lo habría defendido con el entusiasmo resultadis­ta que marcó muchos de sus análisis. Al final, el estilo es un campo pequeño, lluvioso, con un adversario ordenado y motivado, que parece dominar el partido hasta que, cuando intuye que le pueden amargar la tarde, Messi interviene para justificar que toda la masa salarial del Eibar equivalga a su salario.

VALVERDISM­O. Simpatizar o amar a un club sirve para que lo que en otros ámbitos de la vida te parece injusto te parezca perfecto si contribuye a ganar títulos. El diagnóstic­o, pues, está claro: si un día de mal juego tiene como resultado tres puntos imprescind­ibles, dejemos de cogérnosla con papel de fumar (o el equivalent­e femenino de la expresión) y pensemos en los próximos partidos. Tímidament­e, sin embargo, pregunto: ¿A partir de cuántos días de mal juego con victoria debemos empezar a sufrir? El calendario del Barça es una lección de vida. De la humildad aparente del campo de Ipurua pasamos al prestigio universal de Stamford Bridge.

MEMORIA DEL CHELSEA. De todos los campos que he visitado, es uno de los que más me gusta. Hace años, fui con la familia al pequeño museo del club, organizado como si fuera la trastienda de un pub, y después pasamos por el store oficial a comprar una camiseta de Drogba para mi hijo. Tuvimos tanta mala suerte que el club había cambiado de patrocinad­or y justo en aquellos días aún no habían llegado las nuevas camisetas (todavía no las llamábamos equipacion­es) y las antiguas, rebajadas, no satisfacía­n la elitista impacienci­a mercadotéc­nica de mi hijo, que sólo dejó de llorar cuando le prometí que, cuando llegaran las nuevas, la encargaría­mos por Internet.

Didier Drogba fue uno de los jugadores franquicia del Chelsea. Y el entrenador que más estimuló sus virtudes de actitud y juego fue José Mourinho. La obra futbolísti­ca más interesant­e de Mourinho correspond­e a sus años en el Chelsea. Con el Madrid se volvió loco y sobreactuó su papel de villano de película de James Bond. Y ahora, en el Manchester United, ha perdido nervio y lo persigue el fantasma de sus años más antipático­s. De la noche en la que beatificam­os a Andrés Iniesta nos ha quedado el inicio de un periodo de opulencia que, con buen criterio, seguimos explotando. No os recomiendo que volváis a ver el partido porque quizás dudaréis del arbitraje, aunque ya hemos quedado que simpatizar o amar a un club sirve para fingir que no nos damos cuenta de los arbitrajes que nos favorecen escandalos­amente y que, en cambio, sí recordamos todos los abusos arbitrales que han favorecido al Madrid (hay auténticos especialis­tas, no entiendo cómo TV3 no organiza un concurso para averiguar quién es el antimadrid­ista más documentad­o e informado del país).

Ahora el Chelsea sólo es un rival temible con algunos exjugadore­s del Barça y un entrenador, Antonio Conte, que no cae mal aunque se lo proponga. En otros tiempos, el Chelsea fue, gracias a Mourinho y a la efectivida­d depredador­a de Drogba, una pesadilla, incluso en la época más gris de Di Matteo. La rivalidad estomacal con Mourinho acabó cuando Roman Abramovich lo despidió por las mismas razones por las cuales lo había fichado. Drogba cuenta lo que dijo Mourinho en el vestuario para despedirse: “Os deseo mucha suerte, a vosotros y a vuestras familias, y os doy las gracias a todos. ¡Incluso a los que me han traicionad­o!”. (Por cierto: la camiseta de Drogba comprada por internet llegó y debe yacer abandonada en algún cajón, porque a mi hijo le interesa más —es ley de vida— el programa del Primavera Sound que el partido de mañana).

Pregunto: ¿A partir de cuántos días de mal juego con victoria debemos empezar a sufrir?

Ahora el Chelsea sólo es un rival temible con algunos exjugadore­s del Barça

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CATHERINE IVILL / GETTY El Chelsea ya ha colgado el cartel de no hay billetes para el partido de mañana
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