La Vanguardia

La escalada

- Pilar Rahola

Antes de que estallara todo, algunos aseguraban que el proceso catalán serviría para reinventar el proyecto español. Algo así como una catarsis, después de observar la brutal desafecció­n de amplias capas de la población catalana, en un movimiento colectivo que traspasaba orígenes, clases sociales y adscripcio­nes ideológica­s, y que hacía virar hacia el independen­tismo a las ordenadas clases medias catalanas. Si el tsunami catalán era de tal magnitud, cabía esperar alguna reacción autocrític­a, un repensar España en términos de mayor empatía con las naciones que la conforman. En esos días aún felices, recuerdo que respondía con un deje pesimista: España siempre reacciona hacia atrás cuando la fuerzan a mirar hacia delante. Sufre de un ancestral síndrome del cangrejo.

Desgraciad­amente los hechos me han dado la razón y después de despreciar, ningunear y demonizar el movimiento catalán, sin un ápice de corrección política respecto a las demandas catalanas, la reacción en el momento final ha sido una repetición del clásico histórico: represión y refuerzo de la España más intolerant­e. Es decir, cada vez que la bandera catalana se ha alzado en la historia, la reacción

España y su síndrome del cangrejo: siempre reacciona hacia atrás cuando debe mirar hacia delante

española no ha sido la de un ejercicio de introspecc­ión crítica, sino la elevación de una bandera española más grande, más agresiva y más reaccionar­ia. Como si al elevar hacia el cielo la causa catalana, se abrieran las puertas del infierno español.

En esa carrera hacia la nada corren desbocados los dos adalides de la España eterna, inmersos en un delirio de exultación patriótica que puede reportarno­s momentos de gloriosa comicidad. O de ignominios­a tragedia, porque no hay nada más irredento que el nacionalis­mo español. Y así tenemos al PP y a Ciudadanos midiéndose los atributos a diario, desesperad­os unos y otros por tenerla más larga. Por supuesto, lavar a de medir patriótico española siempre es el cogote catalán, al que sacuden sin miramiento­s en su carrera por ganar el mérito de ser los auténticos pata negra. Que los azules piden penas de cárcel terrorífic­as, los naranjas exigen sumar años; que los unos gritan “a por ellos”, los otros gritan más fuerte; que los del PP meten el hocico en el catalán en las escuelas, los de Ciudadanos enloquecen y a un punto están de exigir el cierre de Catalunya entera. Es un espectácul­o de nacional cutrerismo, ampliament­e desatado en la historia de los últimos siglos, que nunca ha servido para nada bueno, excepto para llevar a España a posiciones antimodern­as y antidemocr­áticas. Pero ahí están ambos partidos, lanzados en su carrera enloquecid­a hacia el pasado.

Sinceramen­te creo que, por ese camino, España no hace otra cosa que suicidarse porque, aunque se desaten las furias del españolism­o más rancio, Catalunya, Euskadi y Galicia continúan existiendo y ese frontón de naciones no lo quiebra ni un Rivera desnudo enfundado en la bandera.

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