La escalada
Antes de que estallara todo, algunos aseguraban que el proceso catalán serviría para reinventar el proyecto español. Algo así como una catarsis, después de observar la brutal desafección de amplias capas de la población catalana, en un movimiento colectivo que traspasaba orígenes, clases sociales y adscripciones ideológicas, y que hacía virar hacia el independentismo a las ordenadas clases medias catalanas. Si el tsunami catalán era de tal magnitud, cabía esperar alguna reacción autocrítica, un repensar España en términos de mayor empatía con las naciones que la conforman. En esos días aún felices, recuerdo que respondía con un deje pesimista: España siempre reacciona hacia atrás cuando la fuerzan a mirar hacia delante. Sufre de un ancestral síndrome del cangrejo.
Desgraciadamente los hechos me han dado la razón y después de despreciar, ningunear y demonizar el movimiento catalán, sin un ápice de corrección política respecto a las demandas catalanas, la reacción en el momento final ha sido una repetición del clásico histórico: represión y refuerzo de la España más intolerante. Es decir, cada vez que la bandera catalana se ha alzado en la historia, la reacción
España y su síndrome del cangrejo: siempre reacciona hacia atrás cuando debe mirar hacia delante
española no ha sido la de un ejercicio de introspección crítica, sino la elevación de una bandera española más grande, más agresiva y más reaccionaria. Como si al elevar hacia el cielo la causa catalana, se abrieran las puertas del infierno español.
En esa carrera hacia la nada corren desbocados los dos adalides de la España eterna, inmersos en un delirio de exultación patriótica que puede reportarnos momentos de gloriosa comicidad. O de ignominiosa tragedia, porque no hay nada más irredento que el nacionalismo español. Y así tenemos al PP y a Ciudadanos midiéndose los atributos a diario, desesperados unos y otros por tenerla más larga. Por supuesto, lavar a de medir patriótico española siempre es el cogote catalán, al que sacuden sin miramientos en su carrera por ganar el mérito de ser los auténticos pata negra. Que los azules piden penas de cárcel terroríficas, los naranjas exigen sumar años; que los unos gritan “a por ellos”, los otros gritan más fuerte; que los del PP meten el hocico en el catalán en las escuelas, los de Ciudadanos enloquecen y a un punto están de exigir el cierre de Catalunya entera. Es un espectáculo de nacional cutrerismo, ampliamente desatado en la historia de los últimos siglos, que nunca ha servido para nada bueno, excepto para llevar a España a posiciones antimodernas y antidemocráticas. Pero ahí están ambos partidos, lanzados en su carrera enloquecida hacia el pasado.
Sinceramente creo que, por ese camino, España no hace otra cosa que suicidarse porque, aunque se desaten las furias del españolismo más rancio, Catalunya, Euskadi y Galicia continúan existiendo y ese frontón de naciones no lo quiebra ni un Rivera desnudo enfundado en la bandera.