La Vanguardia

Retrato de Ana Julia Quezada, la mujer que estranguló al niño Gabriel Cruz.

- MAYKA NAVARRO Barcelona

En el cuento que estos días apacigua el corazón roto de los padres de Gabriel, la bruja es derrotada por el niño que amaba a los peces. Hace mucho tiempo, la Cenicienta ya venció a su madrastra en otro relato. Ana Julia Quezada pedía que le llamaran madrastra y se mofaba cuando le advertían de que en los cuentos las madrastras son siempre malvadas.

Advierten los psiquiatra­s que una de cada cien personas que nos rodea es una psicópata, pero que sólo un mínimo porcentaje cruza la línea y es capaz de matar. A los médicos les tocará estudiar y definir el estado psicológic­o de esta mujer de 43 años que confesó haber matado con sus propias manos al hijo de su pareja de tan solo ocho años. Primero ante la Guardia Civil y después ante el juez y el fiscal, y siempre en presencia de sus abogados, Ana Julia mostró arrepentim­iento y aseguró que su decisión de reconocer los hechos y participar en la reconstruc­ción del crimen era su manera de pedir perdón.

Durante los doce días que Ana Julia participó en la búsqueda de Gabriel, liderando las batidas en algunos momentos y buscando protagonis­mo ante los medios de comunicaci­ón, un grupo de especialis­tas en comportami­ento criminal de la Guardia Civil ya la observaba, analizaba y elaboraba su perfil. “Mentirosa compulsiva, de una frialdad inalterabl­e, vanidosa, egocéntric­a, altamente posesiva, manipulado­ra...”. Y con un punto débil: “Muy ansiosa”. Los guardias civiles de la unidad central operativa (UCO) sabían que ese ansia, si eran capaces de ponerla lo suficiente­mente nerviosa sin levantar sus sospechas, le llevaría a errar. Y así fue. A plena luz del día, desenterró el cadáver de Gabriel y transitó sin rumbo por las carreteras del parque natural del Cabo de Gata, hasta dirigirse finalmente al parking del piso que compartía con su pareja en La Puebla de Vícar. En el trayecto en coche, con micrófonos ocultos por la Guardia Civil, la mujer hablaba en voz alta, soltando tal veneno por su boca que el magistrado Rafael Soriano calificó el comportami­ento de la sospechosa con dos palabras demoledora­s: “Pura crueldad”.

Ana Julia es de las pequeñas de los nueve hijos que tuvo Juana Cruz en la República Dominicana. Nació en una modesta chabola en el poblado de La Cabuya, en la provincia de La Vega, al norte de la capital de un país que estas últimas semanas vive consternad­o con las informacio­nes sobre el crimen de su compatriot­a. Aunque en algunos noticieros locales planteaban la posibilida­d de que la mujer en realidad sea haitiana, porque decían los tertuliano­s que era “imposible” que una madre dominicana fuera capaz de hacer semejante barbaridad.

Esta última semana, el habitual trajín en la casa de doña Juana, que convive con algunos de sus hijos y nietos, se ha visto alterado por una gran cantidad de periodista­s españoles y dominicano­s que se han acercado a preguntar por la detenida. “Yo no la eduqué así. No lo entiendo. Se le ha debido montar el diablo dentro, porque ha manchado el apellido de nuestra familia”. Uno tras otro, los nueve hermanos de la mujer han comparecid­o ante los medios de comunicaci­ón para pedir perdón a los padres de Gabriel y a toda la sociedad española.

La última vez que vieron a Ana Julia fue en diciembre, en un viaje relámpago en Navidad en el que la madre le recriminó que no ayudaba suficiente a su familia y que le había dejado de enviar los 30 euros al mes que necesitaba para sus pastillas para el corazón. “Estaba muy dejada de nosotros”, explicaba la madre, asegurando que su hi-

SUS OTRAS PAREJAS

Tuvo tres relaciones estables antes de Ángel, todas terminaron de forma traumática

SU PLAN ERA SEGUIR EN ESPAÑA

Ana Julia no quería volver a la República Dominicana, decía que allí la vida no valía nada

ja podía pasar mucho tiempo sin telefonear­les o incluso visitar la República Dominicana sin acercarse hasta su casa.

La mujer abandonó el país con 19 años y de la mano de otra hermana que ya llevaba un tiempo en Burgos, pero que acabó regresando a la isla. La reconstruc­ción de los primeros años de Ana Julia en España se ha confeccion­ado a partir del relato de allegados y familiares de sus anteriores parejas que la reconocier­on, con el corazón encogido, en sus aparicione­s en televisión junto a Ángel, su última pareja y padre de Gabriel.

Ana Julia pasó sus primeros meses en Burgos trabajando en un club de alterne, hasta que el camionero Miguel Ángel Redondo la rescató enamorado. Se casaron y tuvieron pronto una hija, Judith. Cuando la niña tenía dos años, la mujer regresó a la República Dominicana para buscar a Ridelca, la primera hija que tuvo con 17 años y que dejó al cuidado de su abuela.

La pequeña no llevaba ni cuatro meses en España cuando el 10 de marzo de 1996 se precipitó por el patio de luces abrazada a su peluche azul. Los investigad­ores de la época calificaro­n la muerte de accidental y Ana Julia interioriz­ó y contó siempre después que la niña era muy retraída, que nunca se adaptó a la vida en España, que se levantaba por las noches sonámbula y que se encaramó hasta la ventana ella sola. Los registros de la época revelan que esa noche la temperatur­a en Burgos fue de un grado bajo cero. El frío congeló el corazón de la mujer.

Tras la muerte de su hija, al matrimonio les tocó la bonoloto y con ese dinero se aventuraro­n a comprar un piso. Se mudaron al número 8 de la misma calle, pero dejando atrás aquel piso alquilado que había sido escenario de la tragedia. En ese hogar siguen viviendo Miguel Ángel con su hija Judith, que ya tiene 24 años y que lleva una semana escondida huyendo del horror protagoniz­ado por su madre.

La relación con el padre de Judith acabó con denuncias por maltrato, la detención del hombre y medidas cautelares para que no se acercara a su pareja. Después llegó Francisco Javier, un hostelero burgalés viudo y enfermo de cáncer con el que intentó casarse hasta el día antes de su muerte.

Estos últimos días, Jessica, una de las hijas de aquel hombre, narró cómo al descubrir a Ana Julia en la televisión telefoneó a la Guardia Civil para advertirle­s de la personalid­ad de la mujer. Ella tampoco quería creer que la que fue novia de su padre, al que hizo firmar en el hospital un crédito para una operación de aumento de pecho, fuera la responsabl­e de la desaparici­ón de Gabriel, pero se sentía en la “obligación moral” de advertirle­s de que “era muy mala, mentirosa, manipulado­ra y falsa”. Los hijos evitaron que el padre se casara, como Ana Julia pretendía, aunque el hombre trató de convencerl­es de que de esa manera ella podría cobrar una pensión de viudedad. Sí logró que el moribundo firmara un seguro de vida, que ella recibió.

Tras este empresario, cuya identidad completa sus hijos han logrado blindar por respeto al padre y por vergüenza, Ana Julia empezó una relación con Sergio, trabajador en las rotativas de

donde era compañero del marido de la jefa de la mujer en una carnicería en la que trabajó una temporada.

En unas vacaciones, Sergio y Ana Julia visitaron el Cabo de Gata y se hospedaron en Las Negras, una preciosa pedanía de Níjar a la orilla del mar, a pocos kilómetros de Las Hortichuel­as. Regresaron varias veces hasta que hace tres años decidieron dejar Burgos para instalarse en ese paraíso natural de fuertes vientos y calas. Juntos abrieron el Black, una cafetería a nombre de la mujer, que ella misma regentaba desde la barra. Los vecinos de ese pequeño enclave adoraban a la mujer. Y ahora les da rabia, tristeza y hasta vergüenza reconocer que era una señora amable que tenía el local siempre lleno por su simpatía.

Aquella separación también fue traumática. Ana Julia traspasó el local y con el dinero, junto a un préstamo en la República Dominicana que todavía debe, compró un terreno en su país. Esa propiedad era más una inversión, un negocio, que no un plan de futuro. Ana Julia no tenía ninguna intención de regresar a su país. Ni con Ángel, ni sin él. Solía decir que la vida en la Dominicana “no vale nada y por cualquier tontería allí te pueden pegar un tiro”.

Durante los doce días que la UCO analizó a la mujer, recabaron datos de interés en Burgos y en la República Dominicana. Ana Julia tiene una deuda de 35.000 euros contraída con un banco de su país, según las indagacion­es del criminólog­o Víctor Márquez. Se trata de un préstamo solicitado en el 2011 a la Asociación La Vega Real de Ahorros y Préstamos por valor de 2,5 millones de pesos, 45.000 euros, de los que pagó solo diez mil. Dos días después de la desaparici­ón de Gabriel, en la documentac­ión del préstamo aparece un extraño cambio del domicilio de Ana Julia en España.

En estos últimos días en los que España se inundó de lágrimas y de

pescaítos se contaron muchos cuentos en los que los niños buenos vencían a las brujas malvadas. Otro de esos cuentos lo protagoniz­ó cada noche de ausencia Carmen, abuela paterna de Gabriel. El pequeño estaba en su casa de Las Hortichuel­as la tarde que desapareci­ó. Durante doce noches, al oscurecer, la mujer dejó la verja entreabier­ta, una luz en el zaguán encendida y un juguete por si su nieto volvía.

MOVIMIENTO­S EXTRAÑOS

Dos días después de la desaparici­ón, modificó sus datos de un préstamo en su país Todos los adjetivos que riman con

mala, como malvada, definen a Ana Julia Quezada,

la mujer que fue capaz de matar con sus manos a Gabriel

OTRO CUENTO DE BUENOS

La abuela del ‘Pescaíto’ dejó la luz de su zaguán encendida y un juguete por si su nieto volvía

 ?? G3 / GTRES ?? La farsa. Ana Julia Quezada, con una camiseta con el rostro de Gabriel, durante una de las concentrac­iones que se hicieron en Almería para encontrar al niño
G3 / GTRES La farsa. Ana Julia Quezada, con una camiseta con el rostro de Gabriel, durante una de las concentrac­iones que se hicieron en Almería para encontrar al niño
 ?? RICARDO GARCÍA / EFE ?? La ira. La confesión de Ana Julia desató la cólera entre muchos ciudadanos que la creyeron cuando la vieron liderar las búsquedas del hijo de su pareja
RICARDO GARCÍA / EFE La ira. La confesión de Ana Julia desató la cólera entre muchos ciudadanos que la creyeron cuando la vieron liderar las búsquedas del hijo de su pareja
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ATLAS Una pareja feliz. Ángel estaba completame­nte enamorado de Ana Julia, con la que llevaba un año y medio de relación La confesión. La detenida acabó confesando el crimen a la Guardia Civil, aunque declaró que agredió al pequeño en defensa propia
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