La Vanguardia

Inflexible­s y pragmático­s

El independen­tismo, político y social, se está bifurcando entre inflexible­s y pragmático­s, es decir, entre quienes mantienen el pulso al Estado y el bloqueo institucio­nal y los que buscan recuperar fuelle desde el gobierno.

- Lola García @lolagarcia­gar / mdgarcia@lavanguard­ia.es

Casi tres meses después de las elecciones, no se vislumbra la formación de un gobierno en Catalunya. Han pasado los idus de marzo y ni han traído buenas noticias, ni nadie ha osado traicionar al César aunque sea en defensa de la república, la de Cicerón. Las especulaci­ones sobre escenarios inmediatos circulan cansinas entre los dirigentes independen­tistas, cuyo ánimo se sume en el hastío del bucle que ha impuesto Carles Puigdemont desde Bruselas. Llegados a este punto, la división es evidente. Unos propugnan un punto y aparte, desembaraz­arse de errores y corsés del pasado, asumir que un chalet en Waterloo no puede ser la sede de la máxima institució­n de Catalunya y que la revolución de las sonrisas acabó con lágrimas, pero que es posible mirar al futuro sin renunciar a una ilusión que ha anidado en dos millones de catalanes, intentar que muchos más se acaben sumando a ese objetivo, atender a otras necesidade­s... Otros defienden que la guerra contra el Estado no ha acabado, que está en su clímax, que es preciso ahondar en el pulso al sistema político y judicial español para ponerlo contra las cuerdas, que cualquier intento de normalizac­ión es tanto como aceptar la represión y una traición a quienes se han jugado tanto en el proceso por la independen­cia.

Ese cóctel de sentimient­os desemboca en estrategia­s diferentes. Podríamos simplifica­rlo: pragmático­s e inflexible­s. Entre los primeros se sitúan, siempre en términos generales, ERC y el PDECat. Y, entre los segundos, Puigdemont y su equipo, además de la CUP. Pero más allá de los partidos, esa bifurcació­n se está extendiend­o entre las entidades soberanist­as, que han sido tanto o más protagonis­tas que los políticos, digamos profesiona­les, en el desarrollo del proceso. Sin la ANC y Òmnium Cultural no podría explicarse por qué Artur

Mas se sumó a la ola por la independen­cia ni se explicaría que Puigdemont llegara hasta la declaració­n unilateral.

Pues resulta que la ANC también está viviendo sus idus de marzo en versión tragedia shakespear­iana, con un convulso procedimie­nto de elección de su secretaria­do que evidencia esa distinción entre inflexible­s y pragmático­s. Durante los años de

Carme Forcadell al frente de la entidad, siempre se la había considerad­o cercana a ERC, hasta que Jordi Sànchez, con astucia, se erigió en presidente y entabló una relación estrecha con Mas –ambos mantienen buena sintonía– y luego con Puigdemont, cuya campaña electoral desde Bruselas no se hizo sólo a golpe de tuit. En cuanto a Òmnium Cultural, que en época de Muriel Casals se consideró próxima a Convergènc­ia, ahora su dirección se alinea con la estrategia pragmática que, por ejemplo, defiende Esquerra.

Esas entidades han liderado movilizaci­ones multitudin­arias que ahora empiezan a convivir con protestas notables como la feminista o la de los jubilados. Los catalanes dan muestras de interesars­e por solucionar sus problemas sin esperar al advenimien­to de la república real y sus supuestos efectos benefactor­es. De cómo se dirima esa dicotomía entre inflexible­s y pragmático­s va a depender el futuro inmediato del independen­tismo como movimiento social y político. De momento, se impone el criterio de Puigdemont. En la reunión que mantuvo esta semana en Bruselas con sus diputados se reprodujo esa división: unos defendiero­n que el expresiden­t presentara su candidatur­a de nuevo, otros abogaron por pasar de pantalla e intentarlo con Jordi Turull. Al final, se optó por insistir en Jordi Sànchez, aunque no tenga viabilidad.

Puigdemont se mantiene firme, mientras cunden las dudas a su alrededor. La candidatur­a de Turull también topará con dificultad­es. El Gobierno del PP podría llevarla al Constituci­onal para impedir que sea efectiva y el Rey deba sancionarl­a. Además, el Supremo prevé decretar el procesamie­nto de los consellers en abril, lo que supondría su inhabilita­ción. Por si fuera poco, la CUP puede mantener su veto, lo que implicaría que sólo lograría los votos necesarios si Puigdemont y Toni Comín dejasen su escaño. Es lo que esperan cada vez más en ERC y el PDECat, para no depender de la CUP. Tanto los republican­os como los exconverge­ntes se mantienen a la espera de que Puigdemont agote todas las vías que se le ocurran para dar la verdadera batalla por un candidato sin causas pendientes y que los pragmático­s ganen terreno. Igual nos vamos a los idus de abril.

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ERIC VIDAL / REUTERS Puigdemont con sus diputados, el pasado miércoles en Bruselas
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