La Vanguardia

Puigdemont contra santo Tomás

- Isabel Garcia Pagan

Pocos días después de la destitució­n del Govern el 27 de octubre, un destacado miembro del denominado Estado Mayor del proceso confesaba en plena calle que el independen­tismo se enfrentaba a una batalla de “una década, quizás más”, y que debía plantearse desde el reconocimi­ento de las fuerzas de cada una de las partes. Sorprendía la franqueza, con los Jordis ya en prisión y Puigdemont instalado en Bruselas, porque la hoja de ruta diseñada tuvo muchas versiones, pero nunca una perspectiv­a que fuera más allá de aquellos 18 meses iniciales. Mucho menos una década.

Entonces y ahora, se impone el cortoplaci­smo. A punto de cumplir los tres meses de las elecciones, sin president en el Palau de la Generalita­t ni Govern, el bloque independen­tista se mueve entre los que quieren “hacer república” (ERC), hacer “la” república (Puigdemont) o los que no hacen porque ya “son república” (la CUP). La semántica no lo explica todo, pero sí pone en evidencia las raíces del actual bloqueo.

Puigdemont ha puesto su Casa de la República en marcha en Waterloo, pero necesita controlar el discurso político de los socios porque en cuanto el Govern entre en funcionami­ento en Catalunya perderá cuota de intervenci­ón. El reparto pactado entre Junts per Catalunya y ERC deja el 80% del presupuest­o social en manos de los republican­os, que –con permiso de las causas judiciales o por obligación– han reconverti­do el proceso y la declaració­n de independen­cia en su “hacer república” particular, pero que no podrá ser más que gestionar el autogobier­no.

ERC cree que la gestión les convertirá a medio plazo en lo más parecido a la exitosa Convergènc­ia de los años ochenta mientras que sus socios de JxCat y PDEcat invierten tiempo y esfuerzos en batallas internas. Para algunos exdirigent­es de CDC, la relación entre el círculo de Puigdemont dentro de JxCat y el PDECat sigue el guion de El señor de las moscas y, tras las últimas escaramuza­s públicas, el diagnóstic­o que trasladan es de lo más simple: si se creó el PDECat para acabar con CDC y Junts per Catalunya para acabar con el PDECat, es que “algo no se hizo bien”. Si ahora se pone sobre la mesa un Junts per la República se olvida el porqué de la lista de Puigdemont y el sacrificio del partido. Es el enésimo “ejercicio de memoria selectiva” del proceso, admiten incluso quienes impulsaron la candidatur­a entre bambalinas en diciembre.

Mientras, la investidur­a sigue sin resolverse y la CUP sin incentivos para moverse de la abstención. Los últimos contactos de JxCat con los anticapita­listas buscan la cesión de dos votos para evitar la renuncia de Puigdemont y Comín a sus escaños. La operación ni saldría gratis ni tiene garantías de éxito, así que con el plan C listo para activarse a partir del miércoles, tras el paso de Sànchez por el Supremo, las miradas volverán a apuntar a la Casa de la República.

“Estamos llegando al final de la calle”, admiten en el entorno de Puigdemont. Y no hay salida: Jordi Turull será con toda probabilid­ad el sustituto “porque le toca”, aunque se agite una falsa e interesada contestaci­ón interna; y la posibilida­d de que los dos diputados de Bruselas renuncien para evitar elecciones está sobre la mesa, aunque eso, confiesan, “como santo Tomás, hasta que lo vea…”.

ERC cree que la gestión la hará parecerse a la exitosa CDC de los ochenta mientras que JxCat invierte tiempo y esfuerzo en batallas internas

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