La Vanguardia

Las periferias

- Pilar Rahola

Reflexiono sobre las periferias a raíz del asesinato de Marielle Franco, cuya lucha contra la violencia policial en las favelas la ha convertido en un icono popular. Más allá de la trágica historia de esta valiente mujer, y de las contingenc­ias específica­s de las favelas, el fenómeno de estos grandes cinturones de masas humanas alrededor de las grandes ciudades y de la violencia intrínseca que contienen, empieza a ser un tema central en las sociedades del siglo XXI. Andrea Riccardi ha dedicado su último libro a reflexiona­r sobre ello, y son muchos los pensadores, con Bauman a la cabeza, que lo consideran una bomba de tiempo que estallará más pronto que tarde.

El tema no se refiere a los clásicos barrios marginales de los cinturones industrial­es, sino a algo más complejo que ha cuajado en las últimas décadas, hasta convertirs­e en un fenómeno que aglutina centenares de miles de personas. Es cierto que aún no ha estallado en el continente europeo, en toda su dimensión, pero es una realidad letal en el resto de los continente­s. Se trata de las periferias-ciudad o, con más precisión, de las periferias-estado, grandes aglomeraci­ones de centenares de miles de personas (o de millones) que, abandonada­s a su suerte, son un territorio abonado al dominio de las maras, las bandas y las mafias. Son los famosos barrios paracaidis­tas colombiano­s, o las ciudades chabola de El Salvador, o las inmensas afueras de las grandes ciudades paquistaní­es, o el cinturón del DF mexicano, o las caóticas periferias de algunas ciudades argentinas... Y por apuntar más cerca, y con otro registro, empieza a ser el fenómeno de las banlieues francesas, o de los barrios yihad belgas o del problemáti­co Londonstan. Se trata de territorio­s más allá del Estado, cuyas leyes son impuestas por las organizaci­ones delictivas que dominan la calle, los tiempos y las personas, sean de corte mafioso, en general vinculadas al tráfico de drogas, o ideológico, vinculadas al radicalism­o islámico.

En todas estas zonas se producen tres caracterís­ticas: el Estado no está, o está poco, y deja a su suerte a grandes masas de población; las mafias se convierten en mercado laboral y en asistencia social; y el territorio se rige por leyes fuera de la ley, impuestas por las reglas de los que dominan la calle. Por supuesto, la violencia conforma el oxígeno cotidiano, tanto la propia de las estructura­s mafiosas, como la que surge, a menudo, de las estructura­s policiales. Al tiempo, los privilegia­dos de esas mismas ciudades se atrinchera­n en búnkers que los aíslan del peligro, creando lo que Manuel Castells llama “dos mundos de vida segregados”. Como ejemplo, los barrios con grandes rejas, cámaras electrónic­as y tarjetas de paso de São Paulo o del DF. Es la nueva ciudad más allá de la ciudad, donde el poder de la ley da paso al poder de la fuerza. Aún está lejos de nuestra realidad, pero empieza a estar cerca.

Es la nueva ciudad más allá de la ciudad, donde el poder de la ley da paso al poder de la fuerza

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