Juntos, pero por separado
Asistimos a un proceso de fragmentación del independentismo. O, al menos, de lucha intestina por la capitalización de sus esencias y por el control de sus ritmos. Los síntomas vienen de antiguo. Por ejemplo, del distanciamiento estratégico entre los de Puigdemont y los de Junqueras. Y, en los últimos tiempos, se reproducen a menudo, con decoro decreciente, y se extienden cual enfermedad que coloniza un organismo hasta colapsarlo.
Esta semana hemos sabido que los diputados afines a Puigdemont ya piensan en estructurar un movimiento “transversal y alejado de partidismos”, llamado Junts per la República, dentro de Junts per Catalunya (JxCat). Dicho en plata, piensan en armar su caballo de Troya dentro del PDECat, formación que está en el origen de JxCat, pero que ahora ven demasiado tibia. En paralelo, la dirección del PDECat ha indicado que duda de reeditar JxCat ante unas nuevas elecciones. O sea, que se distancia de Puigdemont, que fue su candidato, y al que formalmente aún aprecia, pero cuya deriva legitimista observan ya los posconvergentes con alarma.
Otro síntoma: cuando los impulsores de la candidatura del PDECat para las municipales barcelonesas del 2019 fueron a registrar la marca
Junts per Barcelona, se toparon con una sorpresa: ERC, sigilosamente, se les había anticipado. Es decir, unos y otros fueron a registrar la marca Junts por separado. Tiene toda la lógica, ¿verdad? La desunión no avanza sólo en las formaciones independentistas, también entre ellas. Y, encima, se explicita sobre la propia idea de unidad, que cada día tiene menor base real y acarrea más hipocresía.
La voz Junts hizo fortuna ante las elecciones al Parlament del 27-S en el 2015, y se concretó en Junts pel Sí, la coalición impulsada por PDECat, ERC, Òmnium, la ANC, la
AMI y demás planetas de la atomizada galaxia independentista. Algo de eso se conserva: la voz Junts sigue siendo un estandarte codiciado. Pero, en la práctica, va deshilachándose, perdiendo colores. De hecho, nunca fue garantía de nada. Juntar significa reunir varios elementos, ponerlos unos al lado de otros. Pero de ahí a lograr cohesionarlos media un trecho. Otra cosa es la unidad, concepto que alude a la cualidad de lo que está unido, no dividido. En términos militares, el asunto parece clarísimo: una unidad es un grupo de hombres al mando único de un oficial, al que nadie se atreverá a chistar una orden. En la vida civil, en cambio, decimos que están unidas aquellas personas que se profesan mucho cariño y viven en armonía. ¿Responden los independentistas a esta definición? Respuesta: no, para nada. Tampoco cabe afirmar que obedecen a un mando único. Al contrario, los liderazgos están en cuestión y el fraccionamiento avanza. Es lo que tiene el independentismo: está en su naturaleza separar y dejar atrás antiguos compañeros de viaje.
En tiempos pareció que la desunión era un producto marca CUP. Desde Junts pel Sí se le hicieron numerosas concesiones, porque los votos de los anticapitalistas eran imprescindibles para alcanzar la mayoría parlamentaria independentista. Pero, en cuanto pudo, la CUP les agradeció el favor enviando a Artur Mas, ni más ni menos que presidente de la Generalitat, a la papelera de la historia. Días atrás hizo lo propio con Jordi Sànchez, cuya candidatura presidencial se permitió tumbar con sólo cuatro diputados.
Los independentistas de orden todavía se irritan cada vez que la CUP hace de CUP. Pero, si maduraran un poco, eso ya no les sorprendería. La CUP defiende un proyecto en el que la independencia es un elemento más asociado a sus planes de transformación radical de la sociedad.
Òmnium y la ANC, los graneros activistas del independentismo, han escenificado siempre unidad de acción. Ambas entidades lo hicieron cuando estaban dirigidas por Muriel Casals y Carme Forcadell, que formaron un inseparable y exitoso dúo reivindicativo. Y lo hicieron Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, que entraron sonrientes, poco menos que cogidos de la mano, en la Audiencia Nacional, rumbo a la prisión preventiva. Pero ni siquiera este vínculo institucional resiste incólume. Recientemente, Òmnium y la ANC exigían unidad de acción a JxCat y ERC, mientras la ANC se decantaba por Puigdemont y su desafío al Estado, y Òmnium por ERC y la urgencia de formar Govern y recuperar la autonomía catalana.
A falta de ideas de regeneración y progreso, se afianza en Catalunya la posibilidad de nuevas elecciones, cuyo resultado quizás no permita superar la fractura de la sociedad catalana, pero sin duda pondrá en evidencia la progresiva división de un independentismo que oposita a rey de la paradoja. Porque proclama la independencia pero no la tiene. Porque sus líderes califican como evidente lo que no lo es. Y porque sus organismos dicen ir juntos, pero en realidad van por separado.
Unas elecciones no permitirán superar la fractura social catalana, pero evidenciarán la división del independentismo