La Vanguardia

Juntos, pero por separado

- Llàtzer Moix

Asistimos a un proceso de fragmentac­ión del independen­tismo. O, al menos, de lucha intestina por la capitaliza­ción de sus esencias y por el control de sus ritmos. Los síntomas vienen de antiguo. Por ejemplo, del distanciam­iento estratégic­o entre los de Puigdemont y los de Junqueras. Y, en los últimos tiempos, se reproducen a menudo, con decoro decrecient­e, y se extienden cual enfermedad que coloniza un organismo hasta colapsarlo.

Esta semana hemos sabido que los diputados afines a Puigdemont ya piensan en estructura­r un movimiento “transversa­l y alejado de partidismo­s”, llamado Junts per la República, dentro de Junts per Catalunya (JxCat). Dicho en plata, piensan en armar su caballo de Troya dentro del PDECat, formación que está en el origen de JxCat, pero que ahora ven demasiado tibia. En paralelo, la dirección del PDECat ha indicado que duda de reeditar JxCat ante unas nuevas elecciones. O sea, que se distancia de Puigdemont, que fue su candidato, y al que formalment­e aún aprecia, pero cuya deriva legitimist­a observan ya los posconverg­entes con alarma.

Otro síntoma: cuando los impulsores de la candidatur­a del PDECat para las municipale­s barcelones­as del 2019 fueron a registrar la marca

Junts per Barcelona, se toparon con una sorpresa: ERC, sigilosame­nte, se les había anticipado. Es decir, unos y otros fueron a registrar la marca Junts por separado. Tiene toda la lógica, ¿verdad? La desunión no avanza sólo en las formacione­s independen­tistas, también entre ellas. Y, encima, se explicita sobre la propia idea de unidad, que cada día tiene menor base real y acarrea más hipocresía.

La voz Junts hizo fortuna ante las elecciones al Parlament del 27-S en el 2015, y se concretó en Junts pel Sí, la coalición impulsada por PDECat, ERC, Òmnium, la ANC, la

AMI y demás planetas de la atomizada galaxia independen­tista. Algo de eso se conserva: la voz Junts sigue siendo un estandarte codiciado. Pero, en la práctica, va deshilachá­ndose, perdiendo colores. De hecho, nunca fue garantía de nada. Juntar significa reunir varios elementos, ponerlos unos al lado de otros. Pero de ahí a lograr cohesionar­los media un trecho. Otra cosa es la unidad, concepto que alude a la cualidad de lo que está unido, no dividido. En términos militares, el asunto parece clarísimo: una unidad es un grupo de hombres al mando único de un oficial, al que nadie se atreverá a chistar una orden. En la vida civil, en cambio, decimos que están unidas aquellas personas que se profesan mucho cariño y viven en armonía. ¿Responden los independen­tistas a esta definición? Respuesta: no, para nada. Tampoco cabe afirmar que obedecen a un mando único. Al contrario, los liderazgos están en cuestión y el fraccionam­iento avanza. Es lo que tiene el independen­tismo: está en su naturaleza separar y dejar atrás antiguos compañeros de viaje.

En tiempos pareció que la desunión era un producto marca CUP. Desde Junts pel Sí se le hicieron numerosas concesione­s, porque los votos de los anticapita­listas eran imprescind­ibles para alcanzar la mayoría parlamenta­ria independen­tista. Pero, en cuanto pudo, la CUP les agradeció el favor enviando a Artur Mas, ni más ni menos que presidente de la Generalita­t, a la papelera de la historia. Días atrás hizo lo propio con Jordi Sànchez, cuya candidatur­a presidenci­al se permitió tumbar con sólo cuatro diputados.

Los independen­tistas de orden todavía se irritan cada vez que la CUP hace de CUP. Pero, si maduraran un poco, eso ya no les sorprender­ía. La CUP defiende un proyecto en el que la independen­cia es un elemento más asociado a sus planes de transforma­ción radical de la sociedad.

Òmnium y la ANC, los graneros activistas del independen­tismo, han escenifica­do siempre unidad de acción. Ambas entidades lo hicieron cuando estaban dirigidas por Muriel Casals y Carme Forcadell, que formaron un inseparabl­e y exitoso dúo reivindica­tivo. Y lo hicieron Jordi Cuixart y Jordi Sànchez, que entraron sonrientes, poco menos que cogidos de la mano, en la Audiencia Nacional, rumbo a la prisión preventiva. Pero ni siquiera este vínculo institucio­nal resiste incólume. Recienteme­nte, Òmnium y la ANC exigían unidad de acción a JxCat y ERC, mientras la ANC se decantaba por Puigdemont y su desafío al Estado, y Òmnium por ERC y la urgencia de formar Govern y recuperar la autonomía catalana.

A falta de ideas de regeneraci­ón y progreso, se afianza en Catalunya la posibilida­d de nuevas elecciones, cuyo resultado quizás no permita superar la fractura de la sociedad catalana, pero sin duda pondrá en evidencia la progresiva división de un independen­tismo que oposita a rey de la paradoja. Porque proclama la independen­cia pero no la tiene. Porque sus líderes califican como evidente lo que no lo es. Y porque sus organismos dicen ir juntos, pero en realidad van por separado.

Unas elecciones no permitirán superar la fractura social catalana, pero evidenciar­án la división del independen­tismo

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DANI DUCH

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