La Vanguardia

Cinco días con Hawking en Barcelona

Lluís Permanyer relata en primera persona detalles inéditos de la visita del astrofísic­o a la ciudad en octubre de 1988

- LLUÍS PERMANYER

Stephen Hawking vino a Barcelona para presentar en 1988 su libro Breve historia del tiempo. Se alojó en el hotel Ramada Renaissanc­e, en la esquina de la Rambla y Pintor Fortuny. Venía acompañado por su esposa, Jane, su hijo y tres ayudantes. Assumpció Gausa, mi mujer, encargada de las relaciones públicas del Grupo Editorial Grijalbo y que llevaba toda la responsabi­lidad de cuanto iba a suceder cada día, me había pedido si podía ayudarla en aquel desafío.

Una vez aposentado­s, le pregunté si quería pasear por la Rambla. Aceptó. De ahí que antes le informara que muchos extranjero­s considerab­an que lo mejor del paseo eran los quioscos; argumentab­an que, como en todo el mundo, venden prensa y pornografí­a, pero que estos ofrecen además, poesía, literatura, ciencia, ensayos.

Nada más entrar en el paseo y vislumbrar un quiosco, se dirigió él solo y directo. Curioseó el panorama. En una entrevista que concedió poco después, dijo que estaba orgulloso de que la versión castellana y la catalana de su libro estuvieran acompañada­s por revistas pornográfi­cas.

Seguimos Rambla abajo y los llevé a cenar a la plaza Reial. Aún no habían cerrado los comercios y aproveché para acercarme a una tienda de la calle Ferran y comprar una camiseta del Barça para su hijo menor, de nueve años: Timothy. Al instante, se la enfundó y ya no se la quitó.

Al día siguiente, los llevé por la mañana al Palau de la Música, que nos cedió un palco. Antes de salir le conté la historia de esta joya modernista.

Seguimos a pie hasta la plaza de Sant Jaume. Mientras les describía la fachada gótica del Ayuntamien­to, de pronto se detuvo a nuestra espalda un coche negro, del que se apeó el alcalde Maragall, quien me gritó: “Lluís, però què hi fots, aquí?”. Encantado ante lo que le expliqué, al punto invitó al grupo a su despacho. Allí lucía, recién llegada de Seúl, la bandera olímpica. El alcalde y yo la desplegamo­s ante él; y acto setiempo guido prendió en la solapa de su chaqueta el logotipo de la Olimpiada 92 de Barcelona. Acto seguido nos condujo por diversas estancias, para culminar en el Saló de Cent, haciéndono­s de cicerone. Jane comentó al alcalde la cantidad de obstáculos que la silla de ruedas encontraba por doquier.

Comimos en el Moll de la Fusta, donde disfrutamo­s de un sol que fue muy de agradecer. Cumpliment­ada la operación, que en su caso era siempre compleja, pero que a veces era necesario capear complicaci­ones, propuse un paseo en golondrina. La respuesta siempre era la misma: “Yes”. Jamás estaba cansado y su curiosidad era universal.

Mi amigo Manuel Roca, el propietari­o, puso a nuestra disposició­n una de aquellas embarcacio­nes tan simpáticas y con mucha historia. En plena navegación, sugerí al patrón si el niño podía ponerse al timón: durante unos minutos, un Timothy feliz lo gobernó él solo, detalle que también hizo feliz al padre. Y poco después mi hijo Aleix se llevó a Timothy a dar un divertido paseo por el zoo.

A continuaci­ón, nos dirigimos al Museu Picasso. Luego a Santa Maria del Mar. Una vez allí, le puse en guardia y le dije que sabía de su contencios­o personal con Dios, pero que el motivo de haber escogido el lugar era debido a que en su calidad de filósofo del espacio universal merecía conocer aquel espacio terrenal fascinador. Todo terminó con una cena en el restaurant­e La Venta. De pronto, Jane me miró con fijeza y me preguntó si nunca me habían dicho que me parecía a Einstein. Mi respuesta fue inmediata: le saqué la lengua. Y ella estalló en una carcajada franca y sonora.

Toda la siguiente jornada matinal estaba dedicada a su intervenci­ón en la Universita­t Autònoma. Jane prefería descansar un poco y no asistir. De ahí que mi mujer le propusiera aprovechar el buen que nos regalaba aquel final de octubre para escapar a Sitges. Mi hijo Marc hizo de chófer. Jane y Timothy disfrutaro­n de tal baño inolvidabl­e y de una paella inspirada, que Jane suspiró y dejó escapar esta confesión: “No quiero volver a casa”.

Llegamos, con Hawking y sus asistentes, a la sala de actos de la Universita­t Autònoma tan colmada que parecía imposible entrar. Habían abierto la puerta horas

El científico subió a una golondrina, estuvo en el Museu Picasso y Santa Maria del Mar, y cenó en La Venta

antes, y en un abrir y cerrar de ojos llegó el colapso. Se había creado tal concentrac­ión de humedad, que el pasillo central interior, descendent­e, era muy resbaladiz­o y peligroso. Hubo que esmerarse a fuerza de músculo.

En el discurso que leyó Jane en nombre de su marido en el Museu de la Ciència de La Caixa dijo: “Quiero agradecer las atenciones recibidas en Barcelona. En ninguna ciudad del mundo nos han tratado con tanto afecto y tanta cordialida­d. Lo debemos a la dedicación de Assumpció Gausa y Lluís Permanyer”.

Jane hablaba bien el castellano y tocaba Mompou. Le mandé una de sus partituras con pétalos de rosas de la Rambla, que me dieron Carolina y Miquel Pallé.

Todo lo vivido y sentido aquí propició que aceptara hacer el discurso de los Juegos Paralímpic­os del 92, pues era muy crítico con una intervenci­ón semejante: denunciaba que les utilizaban.

 ?? SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO PERSONAL DE LLUÍS PERMANYER ?? La sorpresa. Maragall invitó repentinam­ente al grupo a su despacho, donde desplegó la bandera olímpica, recién llegada de Seúl
SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO PERSONAL DE LLUÍS PERMANYER La sorpresa. Maragall invitó repentinam­ente al grupo a su despacho, donde desplegó la bandera olímpica, recién llegada de Seúl
 ?? SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO PERSONAL DE LLUÍS PERMANYER ?? En el Palau de la
Música. El científico aceptó encantado la idea de visitar, en el segundo día de su estancia, el Palau de la Música, que les cedió un palco
SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO PERSONAL DE LLUÍS PERMANYER En el Palau de la Música. El científico aceptó encantado la idea de visitar, en el segundo día de su estancia, el Palau de la Música, que les cedió un palco
 ?? SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO PERSONAL DE LLUÍS PERMANYER ?? La ruta. En la plaza Sant Jaume, Hawking, su mujer y su hijo vieron bailar sardanas. Ese día, almorzaron en el Moll de la Fusta
SALVADOR SANSUÁN / ARCHIVO PERSONAL DE LLUÍS PERMANYER La ruta. En la plaza Sant Jaume, Hawking, su mujer y su hijo vieron bailar sardanas. Ese día, almorzaron en el Moll de la Fusta

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