La sonrisa de Miserachs
El jueves fui a la Pedrera, a la inauguración de la exposición de Xavier Miserachs, “la antología más completa del fotógrafo”, como pude leer al día siguiente en La Vanguardia. Había que ir con invitación, pero yo no la tenía. ¿Cómo iba a tenerla si últimamente no voy a ninguna parte? Así que, una vez más, recurrí a mi vieja amiga la fotoperiodista Pilar Aymerich y, convertido en su chevalier servant, pude acceder a la exposición. Pilar me había citado a las 19.30 en el bar le La Pedrera. Llegué media hora antes, pedí un Jameson (7 euros) y mientras hojeaba La Repubblica que acababa de comprar en el quiosco que hay en la esquina con Mallorca, pude presenciar unas escenas descaradamente surrealistas. Llegaron un par de motoristas de la Policía que cortaron el tráfico por el paseo de Gràcia a la altura de Provença. Ocho minutos más tarde, una manifestación a favor de la libertad de expresión y en contra de las medidas tomadas por ciertos jueces bajaba por el paseo. No llegaban al centenar y su actitud no tenía nada de agresiva, más bien parecían cansados. ¿Dónde está el surrealismo? Pues detrás. Justo detrás de ese escaso centenar de manifestantes, aparecieron tres furgonetas de los Mossos d’Esquadra que ocuparon todo el paseo, en ambas direcciones. Y luego aparecieron dos furgonetas más. Cinco, y unos minutos después, dos más. Siete en total, más una docena de coches y motoristas de la policía. Vamos, que en vez de una manifestación sobre la libertad de expresión parecía más bien una manifestación homenaje a las fuerzas del orden.
No sé por qué, pensé en Miserachs, en el programa de su exposición, en el que figura una foto suya de una moza con minifalda y unas preciosas mamelles ocultas bajo un bonito jersey; una moza que desfila, más orgullosa –¡ahí estoy yo!– que amenazadora, ante una compañía de CRS franceses. La foto fue tomada en París en el célebre Mayo de 1968. Yo me preguntaba, ¿cómo habría fotografiado Xavier Miserachs ese acto surrealista, descaradamente surrealista, que presencié la tarde del jueves mientras me tomaba mi whiskey en la terraza del bar de la Pedrera?
La pregunta no es gratuita ni caprichosa, me la vengo formulando desde que, en enero de 1999, pocos meses después de la muerte de Xavier –con 61 años, toda una putada–, asistí a la inauguración de un “espai Xavier Miserachs” que Mascarell y sus dakois abrieron en La Virreina, el palacio con el que se hizo en su día la señora Maria Aurèlia Capmany (“feliçment sóc una virreina”). Recuerdo que en aquel mes de enero lucía en la fachada de La Virreina una espléndida fotografía de Xavier Miserachs, con su sonrisa, una sonrisa un tanto burleta, pero noble, de buen chico, de copain –“les copains d’abord”–, que eso fue para mí Xavier Miserachs. La sonrisa burlona de Xavier, Xavi para los amigos, abrazaba desde la fachada de La Virreina toda la Rambla, lo que, para mí, era como si abrazase toda Barcelona. Y yo pensaba: ¿cómo vería, cómo fotografiaría Xavier, con su arte y con su humor, eso y aquello y lo de más allá?
La Barcelona, la Barcelona. Blanc i negre que publicó Aymà en 1964 (reeditado en el 2003 por Electa, del Grupo Editorial Random House Mondadori), con textos de Espinàs y prólogo de Joan Oliver, era la Barcelona de Xavier, la Barcelona de los cincuenta, comienzos de los sesenta. Y la mía, nos llevábamos unos meses: él era de 1937, y yo, del 38. Lo hojeo a menudo –y está en la Pedre- ra, algunas de sus mejores fotografías están allí, seleccionadas por la comisaria Laura Terré, que se ha pasado horas y horas viendo miles y miles de fotos de Xavier y gracias a la cual descubrimos un Miserachs oculto hasta hoy, en color, un fotorreportero de los años ochenta lejos, muy lejos de aquí. Lo hojeo a menudo, como hojeo el París de Doisneau, el de mi infancia, y al tiempo que lo hojeo no dejo de preguntarme: ¿cómo me habría mostrado Xavier esa Barcelona, la de la alcaldesa Colau, tan distinta de la que aparece en el libro que editara Aymà hace más de cincuenta años? Añoro la sonrisa de Xavier.
Me lo pasé muy bien en la inauguración de la exposición, pero noté a faltar alguna que otra de aquellas mozas, espléndidas mozas bocaccianas, hoy respetables abuelas, que tanto le gustaban a Xavier. Miserachs y la Pedrera pedían, exigían un cierto glamur, con mucho más motivo que el de una noche de comercios abiertos y con la señora Ruscalleda ofreciéndonos un caldito y la señora Gimpera haciendo de embajadora de la gauche divine. La exposición Miserachs permanecerá abierta en la Pedrera hasta el 15 de julio (de lunes a domingo, de 10 a 20 h. Entrada, 5 euros). No se la pierdan, me lo agradecerán. En Barcelona, blanc i negre, Joan Oliver termina así su prólogo: “Jo us dic que, en tombar el darrer full d’aquest àlbum, m’ha arribat l’eco, encara ben distint, dels versos de Joan Maragall: Barcelona i tos pecats, nostra, nostra! / Barcelona nostra, la gran encisera!”. Sí, pero con la sonrisa de Xavier Miserachs, cada vez más añorada, más necesaria.
Pedí un Jameson y mientras hojeaba ‘La Repubblica’ presencié unas escenas totalmente surrealistas
PS. Ayer me manifesté con mis compañeros pensionistas. La subida del 0,25% de las pensiones, esa carta que me llega de Madrid, es un insulto. En el Oller me han subido el Jameson un 10 por ciento: antes me salía el vaso por 2,50 euros y ahora pago por él 2,75. La botella, en el súper, ha subido un euro y cinco céntimos. ¡Viva Irlanda y a por ellos!