Historia de una redención
Al inicio, vemos un plano corto del rostro desafiante y sombrío de un muchacho, sentado en el asiento del copiloto en un coche que circula por una carretera rural. El chico tiene un ojo magullado, y el aspecto de llevar consigo graves heridas, tanto en el cuerpo como en el alma. Así arranca la película francesa La prière (La plegaria), del director Cédric Kahn, estrenada el pasado febrero en la Berlinale, el gran festival alemán del cine. El dolorido chaval, Thomas, un heroinómano de 22 años, va a ingresar en una comunidad católica de rehabilitación de drogadictos al pie de los Alpes. Le da vida con prodigiosa veracidad el joven actor francés Anthony Bajon, que fue por ello galardonado en Berlín con el Oso de Plata a la mejor interpretación masculina.
Que una película de clara temática religiosa como esta fuera seleccionada para competir en un gran festival cinematográfico de enfoque generalista, y que a través de su actor principal lograra meterse en el palmarés, es asunto que celebrar. Aunque es verdad que, como bien saben los cinéfilos que siguen el circuito, la Berlinale es un certamen con reputación de seleccionar no sólo filmes comerciales sino también cine social y políticamente comprometido, por lo que la religión encaja.
La cinta se estrenará en España previsiblemente a finales de agosto o inicios de septiembre, según informa la distribuidora Surtsey Films, especializada en cine independiente. El paso de La prière por la Berlinale, y su proyección posterior en salas, supone una ventana para que el gran público secularizado pueda contemplar la labor social de las entidades de Iglesia y el potencial regenerador de la oración. En ese sentido, es una apuesta valiente del director Cédric Kahn, quien por otra parte acostumbra a priorizar en sus filmes a personajes sumergidos en trabajosos procesos de cambio.
Claro que esta película dista de retratar a los promotores del bien bajo el cliché de la piadosa persona creyente. Al contrario. Si bien los responsables del centro de rehabilitación exhiben paciencia infinita ante Thomas y su conducta rebelde, sor Myriam, la religiosa fundadora de la comunidad (un breve papel de la gran actriz alemana Hanna Schygulla), se muestra severa e inclemente, y llega a abofetearle para que examine con sinceridad la fortaleza de su conversión.
Porque a eso llega el protagonista, que si al inicio del filme se muestra exasperado por las expresiones de fe en Dios de sus compañeros –todos ellos exdrogadictos peleando por la sanación definitiva–, hacia el final ejerce de monaguillo en las misas de la comunidad y se inclina por la vocación sacerdotal. La transformación de Thomas en sus dos años en el lugar es retratada con minucia de detalles, en un lento suceder de episodios en el que sólo rechina el lance amoroso con una bella estudiante del pueblo, que nos tememos fue incrustado ahí sólo para tensionar la trama hacia un desenlace que, visto lo visto, se antoja improbable y postizo.
Aunque el responsable de la comunidad católica alpina es un sacerdote, el líder factual del grupo es el antiguo yonqui rehabilitado Marco, que interpreta el versátil actor hispanoalemán Àlex Brendemühl, nativo de Barcelona. Marco introduce a Thomas en un universo de hombres jóvenes desgarrados que, en una versión heterodoxa del monástico ora et labora, se esfuerzan por dejar atrás la adicción a través de la oración y del trabajo duro. Se adivina en todos la humilde extracción social.
Las reglas son estrictas: una de ellas es que ninguno puede quedarse solo en ningún momento, para evitar recaídas, pues la droga tiene modos subrepticios de abrirse camino hasta el remoto paraje. La rutina diaria es áspera, el paisaje agreste, la disciplina casi militar, … pero se respiran valores como la escucha, la solidaridad, y también la libertad: los residentes son libres de marcharse si así lo deciden. El pasado no cuenta; sólo el futuro, la redención.
En los pases de La prière en la Berlinale –a diferencia de otros festivales de cine, el de Berlín tiene la particularidad de estar abierto al público–, la película fue acogida con respeto. Esta cronista se sumó a corrillos de espectadores que la comentaban, y le llamó la atención la extrañeza y desconfianza de algunos ante la oración recitada que habían visto en pantalla: el padrenuestro desgranado a coro por los jóvenes, la canción religiosa a la guitarra, el salmo repetido en la ascensión a la montaña… les turbaban porque “parece una secta” (sic). Quizá no habían visto nunca a gente rezar así. El cine tiene una poderosa función divulgativa, la de mostrar a la audiencia vivencias que no conoce, o que ha olvidado, como aquí parece ser el caso.
La película ‘La prière’ relata la curación de un drogadicto a través de la oración y el trabajo en un centro católico, una apuesta valiente por el público secularizado