El artista salvaje y dandy
La biografía de Josep Massot rompe el muro levantado por el pintor de Mont-roig
Conocemos al artista Joan Miró, burgués y dandi dentro de su discreción, pero no tanto su lado más salvaje y violento. Sabemos del pintor reconocido y popular, y desconocemos que tuvo una vida torturada y melancólica, en la que tuvo que luchar contra todas las adversidades, desde un padre autoritario hasta la mayor parte del elenco de artistas catalanes que se burlaban cruelmente de él. Buena parte de su biografía sigue siendo un enigma porque cuando los investigadores indagaban en su vida personal se replegaba. El fotógrafo Francesc Català-Roca decía que era como un caracol, que cuando tocabas las antenas se escondía en su caparazón. El periodista Josep Massot ha logrado acercarse a estos puntos indefinidos, a esa doble personalidad, en Joan Miró. El niño que hablaba con los árboles (Ed. Galaxia Gutenberg).
“Miró no fue el niño eterno, el hombre ingenuo atrincherado en su taller, ni el mitad monje, mitad payés, que se encerraba en los largos silencios y que óolo sabía hablar con monosílabos, subrayados con gestos y onomatopeyas bruscas”, dice en el prefacio Josep Massot, amigo desde la adolescencia de David, el nieto mayor de Miró, y de sus hermanos, Emili y Joan. “Conocí también al artista, pero cuando ya era muy mayor. Recuerdo que siempre me repetía: ‘Yo conocí a un Pierre de Massot’”. Se refería al escritor dadaísta que se enfrentó a Breton y acabó con un brazo roto de un bastonazo. Por eso, el Massot periodista acostumbra a decir que es un libro en el que ha invertido cuarenta años. No es, sin embargo, un estudio académico, sino que indaga en las vivencias más que en las obras, aunque unas y otras se interrelacionan. El autor ha buceado en testimonios de quienes le conocieron, en la biblioteca personal de Miró, que muestra las influencias literarias recibidas, y en archivos inéditos para buscar de primera mano documentos y epistolarios. El resultado es una obra que aporta muchas claves para entender al personaje
Una infancia difícil. El padre de Joan Miró, relojero e hijo de un herrero de Cornudella, quería un oficio provechoso para su hijo, y se opuso con ferocidad a que se dedicara a la pintura. Su fuerte carácter contrastaba con el de su mujer, a quien también le gustaba pintar. A punto de cumplir los 18 años, el joven Miró tuvo una crisis nerviosa, seguida de un tifus que facilitó su renuncia como aprendiz de contable. Se fue a Mont-roig, donde la familia había comprado una finca (a través de un anuncio en La Vanguardia), y allí desarrolló su pasión pictórica. La cercanía al campo supuso una liberación. El padre le llegó a decir: “¡Hasta el aire que respiras me pertenece!”, recordaba ya anciano Miró, con expresión de ira en el rostro, a pesar del tiempo que había transcurrido.
En 1923, Miró expresó a Picasso sus tres grandes deseos: tener una exposición, un taller y una Madame Miró. El tercer objetivo es el que más se retrasó. Se sabe poco de sus aventuras amorosas y no es fácil hacer deducciones a partir de su obra, porque preservó su intimidad en un cofre bajo siete llaves. En una carta a Michel Leiris, de 1924, le dice que está pintando en su estudio con una modelo. Es Dora Bianka, Madame B, en un dibujo, que después convertirá en el célebre óleo Retrato de de Madame K. (vendido en el 2007 por un precio record de casi 10 millones de euros). Se casó a los 36 años con Pilar Juncosa, una mujer abnegada que desde joven había cuidado de sus siete hermanos y supo poner seny en su vida. Lluís Juncosa, hermano de Pilar, cuenta en unas memorias inéditas una deliciosa anécdota de su compromiso. Iban los dos paseando por S’Aigo Dolça cuando él le preguntó: “Pilar, ¿te sabría mal que te quisiera?”. Ella le contestó: “Peor me sabría que no me quisieras”. Nunca más se separaron, y la visión que ha quedado es la de un Miró casi misógino. Sin embargo, algunas de las cartas conservadas demuestran otras pasiones que no siempre se concretaron y de las que apenas comentó detalles a sus amigos. Antes de la boda, los padres de Miró llegaron a concretar hasta dos matrimonios frustrados. El primero, con la escritora e ilustradora Lola Anglada, que un día pudo oír como su padre le decía al de Miró: “Son artistas y vivirán en desorden completo si no les asignas una cantidad mensual”. Ellas los interrumpió: “Yo no quiero casarme”. Ya anciana, Lola Anglada despotricó del arte abstracto (“es una tomadura de pelo”) y de Miró (“dibuja y pinta con tanta sinceridad como lo hace el chimpancé Congo del zoo