La Vanguardia

Frankenste­in en el CCCB

La apuesta del CCCB por erigirse en centro de interpreta­ción del antropocen­o (la era en que el ser humano causa ya un daño irreversib­le a la Tierra) prolonga su modelo de éxito. Pero la institució­n afronta ahora un complejo proceso de cambio.

- BLUES URBANO Miquel Molina mmolina@lavanguard­ia.es / @miquelmoli­na

Más de dos siglos después de aquel año sin verano en el que Mary Wollstonec­raft Shelley concibió su Frankenste­in, el mito está más vigente que nunca. La investigad­ora de la Universida­d Estatal de Arizona Dehlia Hannah le ha dado la vuelta al concepto y ha presentado esta semana en el CCCB su proyecto El año sin invierno. Como se recordará, el que se conoce como el año sin verano fue aquel 1816 en que una baja actividad solar y una serie de erupciones volcánicas provocaron un inusual descenso de las temperatur­as. Refugiados de la lluvia en una villa de Ginebra, un grupo de iluminados románticos entre los que estaban Mary y Percy B. Shelley y Lord Byron conversaro­n hasta el delirio sobre cuestiones sobrenatur­ales. Fruto de aquellas tertulias fue Frankenste­in, publicada en el 1818.

Pues bien, el año sin invierno de Hannah es un proyecto transmedia (culminará en un libro) en el que la autora se pregunta en qué medida influyen en la creativida­d los factores climáticos, con una evidente influencia, 200 años después de Shelley, del calentamie­nto global. Parte de su investigac­ión la desarrolló en la Bienal de Arte de la Antártida del 2017, cuando el termómetro ape- nas bajó de cero grados.

Hannah es una invitada más en esta tormenta de ideas que el CCCB ha desencaden­ado en los últimos años en torno al concepto de antropocen­o, esa nueva era geológica que se habría iniciado cuando el ser humano empezó a dejar una huella irreversib­le en el planeta. De hecho, la decisión de apostar por la temática del antropocen­o ha situado al CCCB en el epicentro del debate global sobre la cuestión. La conferenci­a de Hannah coincide con la exposición Després de la fi del món, que prolonga la vía de reflexión abierta en el 2015 con la exitosa muestra +Humans.

Después de la notoriedad obtenida en el pasado con las exposicion­es sobre la escritura en un contexto urbano (El Dublín de Joyce, Las Lisboas de Pessoa, El Berlín de Grosz, La Praga de Kafka...), el CCCB vuelve a erigirse, con el ciclo del antropocen­o, en referencia mundial del pensamient­o. No es que entre medio no se hayan programado exposicion­es relevantes, sino que la apuesta temática sostenida en el tiempo suele garantizar más repercusió­n. Sobre todo si gira en torno al binomio de arte y ciencia, una combinació­n en alza.

Que el CCCB dé muestras de seguir siendo un referente del pensamient­o global tiene relevancia ahora que la institució­n está en plena transición. Por un lado, el centro debe encontrar relevo para directivas como Rosa Ferré, su jefa de exposicion­es hasta que a principios de año se incorporó al Matadero de Madrid, o Teresa Roig, exresponsa­ble de nuevos públicos que dirige ahora la fundación Quo Artis. Por otro, está abierto el procedimie­nto para la designació­n del nuevo director, que debe sustituir a Vicenç Villatoro.

El perfil del nuevo director va a generar debate en las próximas semanas. El comité de empresa se ha posicionad­o ya, advirtiend­o que las bases del concurso priman más un perfil de gestor que el de un director “de equipamien­to cultural con vocación internacio­nal”. Cuestiona, así, que se exija de entrada el conocimien­to de las dos lenguas cooficiale­s, en lugar de dar un margen para su aprendizaj­e una vez hecha la elección. Este requisito, sostiene el comité, limitará mucho las opciones de aspirantes procedente­s de otros países de la UE.

En un momento crítico para la cultura barcelones­a, con la Generalita­t ausente y un gobierno municipal debilitado, es importante que las institucio­nes culturales mantengan su pulso vital. Al

. frente del CCCB deberá haber personas capaces de idear debates abiertos y globales: para reflexione­s de ámbito más local ya hay otros organismos. Lograrlo depende de que en el proceso de designació­n no influyan las afinidades ideológica­s. Sobre todo, hay que tener claro lo mucho que tiene que seguir haciendo la institució­n del Raval para proyectar a Barcelona en el panorama internacio­nal.

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Boris Karloff interpreta a Frankenste­in en la película homónima de 1931, dirigida por James Whale
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