Detenido Sarkozy por presunta financiación de Gadafi
El expresidente francés declara sobre pagos en metálico para la campaña del 2007
La sombra del dictador es alargada. Uno de los escándalos de Estado potencialmente más devastadores de la historia de la V República vivió ayer un nuevo episodio en Francia. El expresidente Nicolas Sarkozy, de 63 años, fue interrogado, bajo arresto, sobre presuntos pagos en metálico efectuados por el régimen de Muamar el Gadafi –muerto en el 2011– para financiar la campaña electoral que llevó al Elíseo al líder conservador en el 2007.
A la hora de cerrar esta edición, Sarkozy llevaba más de 12 horas dando explicaciones en los locales de la policía judicial de Nanterre, localidad de la periferia oeste de París, asistido por su abogado. El procedimiento legal podía prolongarse un máximo de 48 horas.
No es la primera vez que Sarkozy pasa el mal trago de declarar en condición de arresto. Ya lo hizo hace un par de años por el escándalo Bygmalion, también sobre financiación ilícita de la campaña electoral. Pero esta vez ya no es una empresa la que está implicada ni se dirime si hubo tráfico de influencias en algún negocio turbio. El asunto plantea un grado muy superior de gravedad. Se trata de dilucidar si hubo una conexión bajo mano con un régimen dictatorial al que Sarkozy, paradójicamente, contribuyó a derribar con una operación militar. Ya no sólo es una cuestión de ética; se trataría de una conducta con implicaciones geopolíticas, de seguridad nacional.
El caso que sacude ahora Francia fue destapado en el 2012 por un medio digital muy combativo,
Mediapart, que tuvo acceso a un primer documento comprometedor sobre la supuesta ayuda secreta de Gadafi a la campaña de Sarkozy. La bola de nieve fue creciendo. En noviembre del 2016 un intermediario, Ziad Takieddine, aseguró haber transportado personalmente cinco millones de euros, de Trípoli a París, en varios viajes, en el 2006 y el 2007. El receptor habría sido Claude Guéant, quien a su vez habría dado el dinero a Sarkozy, a la sazón ministro del Interior. Guéant era un alto funcionario, estrecho colaborador suyo, que sería nombrado secretario general de la presidencia de la República tras la victoria electoral del 2007 y posteriormente titular de la cartera de Interior, de Ultramar y de Inmigración. Guéant acabó en prisión preventiva por este escándalo. Una de las acusaciones que pesan sobre él es haber recibido una transferencia de 500.000 euros de un abogado de Malasia. El político francés lo justificó por la venta de dos cuadros.
Otras posibles evidencias se fueron acumulando, en Libia y en Francia, y engrosaron la investigación judicial. Los diarios del que fuera ministro libio del Petróleo, Choukri Ghanem, fallecido en el 2012 en extrañas circunstancias, llegaron a manos de la justicia francesa. En esos documentos también se hacía mención de los pagos. Otro personaje próximo a Gadafi, el financiero Bechir Saleh, que resultó herido por bala recientemente en Johannesburgo (Sudáfrica), declaró a Le Monde haber oído decir al propio líder libio que había financiado a Sarkozy. Un intermediario, Alexandre Djouri, hoy encarcelado en Londres y pendiente de extradición, podría haber dado nuevas pistas útiles sobre el caso.
Los tertulianos en las cadenas de noticias francesas, como BFM TV, recordaban ayer la campaña a la americana, espectacular, sin reparar en gastos, de Sarkozy en el
El exlíder de Francia recibió con honores al jefe libio y años después lo derrocó
Un intermediario aseguró haber llevado cinco millones de euros de Trípoli a París
2007. Sólo en vuelos en avión privado, el candidato se gastó una fortuna. Los mítines, muy coreografiados y con gran alarde técnico, costaron cantidades astronómicas, de medio millón de euros o más. Colaboradores en la campaña han reconocido que recibían dinero en efectivo.
Sarkozy, que dejó la presidencia en el 2012, siempre ha negado haberse beneficiado de ayudas ilegales de Gadafi. El exjefe de Estado aún mantiene protagonismo en la vida pública. Quiso tomarse la revancha e intentar la vuelta al Elíseo, en el 2017, pero fracasó en las primarias de la derecha. Pese a todo, mantiene reuniones en su oficina parisina, viaja, da su opinión, está activo. Hace poco voló a Dubai, en los Emiratos Árabes Unidos, para pronunciar una conferencia sobre educación. Asimismo tiene previsto un viaje a Londres para los próximos días.
La actitud de Sarkozy –y la de otros líderes occidentales– respecto a Gadafi cambió radicalmente en pocos años. El entonces presidente francés acogió al dictador libio en París poco después de instalarse en Elíseo. Al excéntrico huésped se le permitió su capricho de acampar en una de sus tiendas de campaña beduinas, una jaima, en pleno centro de París. Un tiempo después, cuando las primaveras árabes sacudían el norte de África y afectaron también a Libia, la condescendencia hacia Gadafi se trocó en hostilidad total. Sarkozy, junto al británico David Cameron, fueron quienes más apostaron por una intervención militar. Otros aliados de la OTAN con larga experiencia y muchos intereses que proteger en Libia, como Italia, eran muy escépticos sobre las ventajas reales de derrocar al dictador. Silvio Berlusconi, que también había sido muy lisonjero con Gadafi, pensaba que la salida de escena de Gadafi crearía el vacío y el caos, como terminó ocurriendo. Para Italia, las consecuencias fueron muy graves durante los años siguientes. Libia se convirtió en una plataforma para la inmigración clandestina masiva a través del Mediterráneo central. Centenares de miles de personas llegaron a Italia tras ser rescatadas en el mar. Muchos perecieron en la travesía, unos naufragios en los que morirían a veces varios centenares de personas.
Siete años después de la muerte de Gadafi, y a la luz de la investigación de Nanterre, volverá a plantearse inevitablemente si en el 2011 había motivos no declarados, por parte de París, más allá de la defensa de los intereses franceses en África, para silenciar para siempre al líder libio y borrar pruebas incómodas.