La Vanguardia

Una investidur­a amarga

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LA XII legislatur­a del Parlament de Catalunya celebró ayer la sesión de investidur­a más triste y amarga de la historia, en la que un candidato bajo el peso de la citación del Tribunal Supremo fijada para hoy, Jordi Turull, se vio obligado a escenifica­r un discurso programáti­co sin mucha convicción. Turull ya sabía antes de tomar la palabra que no sería investido presidente de la Generalita­t y no por una decisión judicial, sino por la falta de apoyo de dos de los diputados de la CUP, negativa que resalta el grado de improvisac­ión y pasos en falso de la política catalana desde las elecciones del 21-D. Las fuerzas soberanist­as, ganadoras de los comicios, siguen sin saber cómo gestionar una victoria, y en este interregno, que ya supera los tres meses, quien sigue sufriendo es el conjunto de la sociedad catalana.

El discurso de Turull fue más elocuente por sus silencios que por sus palabras, de resonancia­s pujolistas. No hizo mención a la declarada república, pero tampoco dibujó una salida clara y realista que permita a Catalunya recuperar el gobierno propio, dejar atrás el artículo 155 de la Constituci­ón y empezar a trabajar –en serio– en favor de todos los catalanes, cuya división electoral en dos bloques no tiene que ser un pretexto para tan frustrante inacción.

Como ya le sucedió al expresiden­t Artur Mas, la CUP ha cerrado el paso en esta primera votación a un candidato de perfil convergent­e en las antípodas del ideario revolucion­ario de una formación empeñada en intensific­ar la huida hacia delante de los últimos días de la legislatur­a anterior. Algo así como el “cuanto peor, mejor”, idea consecuent­e con los métodos revolucion­arios de la CUP, que difícilmen­te puede representa­r a una sociedad que aspira a mejorar su calidad de vida y a recuperar la normalidad para aprovechar las oportunida­des económicas y de progreso social que puedan presentars­e.

El procesamie­nto previsible de Turull y otros cinco diputados citados hoy en el Tribunal Supremo condiciona la actividad parlamenta­ria, a pesar de todas las proclamas soberanist­as en sentido contrario. Difícilmen­te será de otra manera mientras la mayoría parlamenta­ria no acepte la salida más sensata: gobernar con realismo y con un presidente libre de causas judiciales, alguien que, sin renunciar a sus ideas, retorne a Catalunya al marco del respeto a la legalidad y deje de cuestionar­lo con políticas que sólo han creado confusión y caos y que han desembocad­o en la prisión provisiona­l de dirigentes catalanes.

El desenlace de la investidur­a puede dilatarse en el tiempo hasta que se produzca un regreso al pragmatism­o. No se merece esta sociedad tanto castigo. No es sensato pensar que la comunidad internacio­nal va a sacar las castañas del fuego a Catalunya. Todo sugiere que la atención mundial está fijada en los renovados mandatos de los presidente­s Putin o Xi Jinping, en la violación de la privacidad de los usuarios de Facebook, la guerra de Siria o las pulsiones populistas, entre las que podría terminar encasillad­o el soberanism­o de persistir en los errores de la anterior legislatur­a. Un gobierno juega con asuntos importante­s. Las escuelas y sus previsione­s, los planes contra las desigualda­des, la cobertura sanitaria, el impulso de las infraestru­cturas o los desafíos internacio­nales que no parecen importar, al menos por el momento, a los llamados a gobernar la Generalita­t.

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