El riesgo de audacia

SI a Artur Mas le perdió la astucia, a Carles Puigdemont le ha jugado una mala pasada su audacia. Jean Cocteau decía que el tacto en la audacia es saber hasta donde se puede ir demasiado lejos. Puigdemont vivía a 1.200 kilómetros de la Generalitat y aspiraba a llevar las riendas del Govern desde la distancia, así que el elegido sólo podía ser alguien de su confianza y que aceptara el papel de encargado. No es de extrañar que resulte tan complejo disponer de un gobierno en Catalunya, más allá de los condicionantes judiciales. Pero, además, se había propuesto “internacionalizar el conflicto”, es decir moverse por Europa para explicar su relato de lo acontecido el 27-O, que le hizo huir de su país e instalarse en Bruselas. En los últimos siete días le hemos visto en Suiza y en Finlandia dando conferencias y haciendo declaraciones. Con un lenguaje rotundo y agresivo contra el Estado español. No se lo aconsejaban sus abogados, pero Puigdemont ha hecho de la audacia su bandera y ha estado una semana fuera de su refugio belga. A Finlandia llegó la euroorden del juez Pablo Llarena y tuvo que improvisar su salida del país en coche, cuando tenía billete para regresar en avión a Bruselas. Los servicios de seguridad le seguían de cerca: geolocalizar un coche con GPS es relativamente fácil y fue detenido en una gasolinera de la localidad alemana de Schuby, muy cerca de la frontera con Dinamarca.

Las autoridades españolas han esperado que estuviera en territorio germano para pedir su detención, pues es un Estado donde esta tipificada la rebelión de manera parecida a España, lo que facilita su entrega. Así pues, podemos estar a las puertas de un nuevo impacto emocional en Catalunya, como lo sería ver a Puigdemont ingresar en Estremera. Ello debería acelerar la formación del Govern con una nueva generación de políticos que trabajasen para recuperar el autogobierno, las instituciones y el diálogo con el Estado para resolver el problema de los presos.