La Vanguardia

Momentum

- Pilar Rahola

Todo es tan frágil e inestable que el arte de la previsión no surge del análisis político, sino de la adivinació­n esotérica. Ni sabemos lo que pasará al rato de hacer una prospectiv­a, ni se intuye el siguiente giro de la realidad, sometidos a un momentum que acelera la velocidad tanto como desconoce la dirección del movimiento. En el exilio, todo pende de un hilo; en las cárceles, se vive en propia carne la represión; en la calle se masca la indignació­n, y en los pasillos de la política, ¡ay, la política!, nadie parece saber qué estrategia seguir.

Estamos tan a la intemperie que cualquier ventolera inesperada modifica la foto que parecía fija. De ahí que haya más ruido que nueces en los discursos políticos, necesitado­s del abrillanta­dor de la retórica para disimular el vacío. El ejemplo más claro (y decepciona­nte) ha sido el president del Parlament, que habla con gran énfasis para no decir nada. Parece que el desconcier­to reina en solitario, ocupando los espacios donde debería germinar la estrategia. Por supuesto me refiero al frente independen­tista, que es el que está atacado, herido y severament­e diezmado, a pesar de tener el favor de los votos, la mayoría parlamenta­ria y el aliento de la calle. Pero la represión ha descabezad­o tanto la dirección cívica como la política, especialme­nte después del arresto del president Puigdemont, el único que realmente ha liderado los tiempos. A partir de ahora, ¿qué? Y la pregunta es un preguntón, porque estamos atrapados entre la rapidez con que van los acontecimi­entos y el dubitatism­o alarmante de los protagonis­tas. Y el tictac sigue su curso.

Desde esta columna, el mundo no se ve mejor, de manera que tampoco se atisban propuestas rotundas. Pero hay algunas cuestiones que es necesario plantear, tanto en el ámbito civil como en el político. Por un lado, en la calle sobra espontanei­dad y falta estrategia, y, por supuesto, bajo ningún concepto, se debe permitir desliz violento alguno. El ruido bronco sólo alimenta la represión, aleja las simpatías y contamina un movimiento que siempre ha sido cívico. Por el otro, en la política es absolutame­nte necesario responder con dignidad a los atropellos del Estado. Y ello pasa, sin duda, por iniciar el proceso de investidur­a de Puigdemont, no sólo porque es el presidente legítimo y renovado por las urnas, sino porque sería un gesto que permitiría recuperar la dignidad que nos han arrebatado.

No se puede aceptar que Rajoy, Santamaría, Llarena o Manolo del bombo decidan quién es el presidente de Catalunya, y si hemos agotado los nombres, deberíamos agotar la paciencia. Después de Turull, nadie más excepto Puigdemont, a no ser que toquemos a rebato y pongamos a Riera. Si ahora el president Torrent vuelve a sus rondas (que no son las de Chavela) y buscamos otro nombre en la lista, el sometimien­to a la represión del Estado se habrá completado. ¡Cuidado!

Después de Turull, nadie más excepto Puigdemont, a no ser que toquemos a rebato y pongamos a Riera

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