Momentum
Todo es tan frágil e inestable que el arte de la previsión no surge del análisis político, sino de la adivinación esotérica. Ni sabemos lo que pasará al rato de hacer una prospectiva, ni se intuye el siguiente giro de la realidad, sometidos a un momentum que acelera la velocidad tanto como desconoce la dirección del movimiento. En el exilio, todo pende de un hilo; en las cárceles, se vive en propia carne la represión; en la calle se masca la indignación, y en los pasillos de la política, ¡ay, la política!, nadie parece saber qué estrategia seguir.
Estamos tan a la intemperie que cualquier ventolera inesperada modifica la foto que parecía fija. De ahí que haya más ruido que nueces en los discursos políticos, necesitados del abrillantador de la retórica para disimular el vacío. El ejemplo más claro (y decepcionante) ha sido el president del Parlament, que habla con gran énfasis para no decir nada. Parece que el desconcierto reina en solitario, ocupando los espacios donde debería germinar la estrategia. Por supuesto me refiero al frente independentista, que es el que está atacado, herido y severamente diezmado, a pesar de tener el favor de los votos, la mayoría parlamentaria y el aliento de la calle. Pero la represión ha descabezado tanto la dirección cívica como la política, especialmente después del arresto del president Puigdemont, el único que realmente ha liderado los tiempos. A partir de ahora, ¿qué? Y la pregunta es un preguntón, porque estamos atrapados entre la rapidez con que van los acontecimientos y el dubitatismo alarmante de los protagonistas. Y el tictac sigue su curso.
Desde esta columna, el mundo no se ve mejor, de manera que tampoco se atisban propuestas rotundas. Pero hay algunas cuestiones que es necesario plantear, tanto en el ámbito civil como en el político. Por un lado, en la calle sobra espontaneidad y falta estrategia, y, por supuesto, bajo ningún concepto, se debe permitir desliz violento alguno. El ruido bronco sólo alimenta la represión, aleja las simpatías y contamina un movimiento que siempre ha sido cívico. Por el otro, en la política es absolutamente necesario responder con dignidad a los atropellos del Estado. Y ello pasa, sin duda, por iniciar el proceso de investidura de Puigdemont, no sólo porque es el presidente legítimo y renovado por las urnas, sino porque sería un gesto que permitiría recuperar la dignidad que nos han arrebatado.
No se puede aceptar que Rajoy, Santamaría, Llarena o Manolo del bombo decidan quién es el presidente de Catalunya, y si hemos agotado los nombres, deberíamos agotar la paciencia. Después de Turull, nadie más excepto Puigdemont, a no ser que toquemos a rebato y pongamos a Riera. Si ahora el president Torrent vuelve a sus rondas (que no son las de Chavela) y buscamos otro nombre en la lista, el sometimiento a la represión del Estado se habrá completado. ¡Cuidado!
Después de Turull, nadie más excepto Puigdemont, a no ser que toquemos a rebato y pongamos a Riera