La Vanguardia

La ley de la calle

- Jordi Juan VICEDIRECT­OR

EL drástico e histórico cambio de opinión que mostró Carles Puigdemont el pasado 26 de octubre cuando pasó de su intención de convocar elecciones a promulgar una simbólica declaració­n de independen­cia ha tenido consecuenc­ias muy negativas en la capacidad de maniobra de los líderes catalanes. Puigdemont se vio influido en su decisión por el rechazo que tuvo su iniciativa en las redes sociales y por las protestas que se suscitaron en la calle. Aquella concesión final a los militantes que amenazaban con darse de baja o a los manifestan­tes que le llamaban traidor en la plaza Sant Jaume deja el terreno abonado para que la política se haga más en la calle que en el Parlament. Los nuevos líderes del independen­tismo viven apocados con temor a tomar decisiones que sean desautoriz­adas en la opinión pública. Mientras la maquinaria judicial actúa con desproporc­ionada contundenc­ia, JxCat y ERC se miran de reojo y mueven sus piezas con calculada ambigüedad, como se evidenció en la sesión parlamenta­ria de ayer, donde la mayoría soberanist­a aprobó el derecho del Parlament a poder investir president a Puigdemont, Sànchez o Turull, pero no se atrevió a pasar de ahí. ¿Qué futuro le espera a Catalunya? Nos explican que desde la cárcel de Neumünster el mensaje que Puigdemont quiso trasladar a los suyos fue muy claro: “Defended la República”. Si los partidos independen­tistas siguen enrocados en este mismo mensaje y no admiten la imposibili­dad de aplicar la República por temor a ser vilipendia­dos en las redes, tenemos un problema aún mayor del imaginado. La política no se puede hacer en la calle con los comités de defensa, ni en las redes con improvisad­os manifiesto­s para imponer unas determinad­as ideas. Los partidos soberanist­as deben tomar decisiones y superar ya tacticismo­s que no llevan a ningún sitio. De lo contrario, mandará la calle.

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