Luke Syson
COMISARIO ARTÍSTICO
Luke Syson, del Metropolitan de Nueva York, es uno de los responsables de Como la vida, esculturas hiperrealistas del 1300 hasta hoy: obras del Greco, Rodin, Louise Bourgeois o Jeff
Koons junto a piezas arqueológicas o maniquíes.
Una réplica tan exacta de la realidad que se asemeja a la misma realidad. A la que se sale del ascensor en la cuarta planta del Met Breuer, al recién llegado le puede sorprender que todavía esté ahí el pintor de brocha gorda.
Y sin haber acabado de dar la segunda mano al tabique.
Cuentan en este museo, extensión de Metropolitan, de la avenida Madison, en el Upper East de Manhattan, que ha habido quien se han dirigido a este trabajador para formularle alguna pregunta.
Podría pasar por una de esas estatuas humanas que se ven en parques o calles y que piden una propina, pero no. Este pintor sólo emerge en su condición de bronce policromado. No pide nada.
Abre la senda a un territorio que se libera y huye del anatema contemporáneo de la abstracción. Aquí, las cosas, muy claras.
El negro Houspainter II es una obra hiperrealista de Duane Hanson –“provocación simbólica que ataca el asunto del racismo y la desigualdad social”, se lee en el texto de pared– que establece desde el principio las bases de esta exhibición de título inequívoco. Como la vida: escultura, color y el cuerpo, reúne en torno a 127 representaciones pergeñadas desde el 1300 hasta la actualidad, en las que el autor persigue hacer una réplica exacta del ser humano y de sus circunstancias. “Es un espectáculo alucinante de buenas y pesadas –aunque ello no sea malo– formas: hipercargado de sensaciones”, escribe Peter Schjeldahl en The New Yorker.
De la existencia de ese pintor de brocha gorda con que se arranca se transita –desde elementos de gran belleza como la bailarina de Degas hasta objetos kitsch, de dudoso gusto o el autómata que recita frases de Shakespeare y de Blade runner– hasta una especie de morgue con la que se concluye en la tercera planta.
Ahí se ubica, cerca del féretro con “el presidente John F. Kennedy” ideado por Maurizio Cattelan en el 2004, la autoescultura del vivo Paul McCarthy. Tumbado panza arriba –Paul soñando, vertical, horizontal–, aparece vestido, aunque con los genitales al aire. Entran ganas de decirle que se suba los pantalones, que en esta época se arriesga a una denuncia por acoso sexual.
“Recreamos a lo largo de 700 años una serie de piezas realizadas persiguiendo que tuvieran la imagen de una persona en el núcleo de una escultura inanimada”, explica Luke Syson, uno de los comisarios de esta exposición inaugurada el pasado fin de semana y que se prolongará hasta el próximo 22 de julio.
“Los artistas utilizan todas las tácticas para convencer a los que miran de que ante ellos tienen a un ser humano, a veces uno profundamente muerto”, añade. “Es un extraordinario esfuerzo por crear simulacros de nosotros mismos, y esto es lo que exploramos”, matiza Sheena Wagstaff, la otra responsable de la exhibición.
De manera intencionada se renuncia al orden cronológico. Se busca establecer diálogos entre épocas. Al torturado San Sebastián de Alonso Berruguete (siglo XVI) se le coloca junto al palestino, obra del 2017, de Reza Aramesh, que mantiene una pose similar, al que humilla un soldado israelí al obligarlo a desnudarse.
La figura femenina de René Magritte se asocia con Pandora,
A muchos les ha sorprendido descubrir una figura de mujer realizada por El Greco
Dentro de la estatua del pensador Jeremy Bentham se halla su esqueleto
En ‘Como la vida’ hay de todo, desde pieza extraordinarias hasta otras de gusto dudoso
una sorpresa para no pocos porque su autor es El Greco.
El despliegue se articula en torno a siete capítulos. En el denominado “deseo de vivir” se marca la filosofía global. Así, se remarca que los críticos, durante siglos, han condenado los trazos extremos del naturalismo. Pero desde el poeta Ovidio y el mito de Pygmalión, cuyo deseo por la estatua de su mujer hace que cobre vida, el impulso de “animar” a estas composiciones ha sido innato.
La cultura occidental favoreció además la narrativa de la escultura monocroma, blanca, como ideal de belleza que potenciaba una visión racial. Este ideal data del Renacimiento, cuando “limpiaron” muchas esculturas. Al color se le dio la condición de bastardo o de carnavalesco.
“Cualquiera que vaya encon- trará objetos que le impresionarán”, remarca Debra Solomon en su comentario para la NPR, la radio pública. Si hay un talón de Aquiles es que “no se hace justicia al arte contemporáneo”, en el que se prescinde de copiar el cuerpo y se interpreta a partir de asuntos como ¿quién decide mi género? Según Solomon, el fallo es que no se abordan cuestiones políticas alrededor del cuerpo.
Le replica Syson: “Es un trabajo sobre la condición humana, el amor, el deseo, la muerte, la enfermedad. Es un show de arte y también sobre nosotros mismos, nuestra común humanidad”.
La estatua del filosofo y reformista británico Jeremy Bentham, de 1832, ejerce de relicario. A petición del interesado, contiene su esqueleto, sus huesos.
Real como la vida misma.