La Vanguardia

El gran censor

- EL RUNRÚN Imma Monsó

Imma Monsó analiza una noticia que ejemplific­a el signo de nuestros tiempos: “La paradoja es chocante: el artista expone una obra supuestame­nte combativa contra las condicione­s de crueldad en que viven los animales y ocurre que, tras ser duramente acusado en las redes de esa misma crueldad que pretende denunciar, acaba por retirarla”.

Cada vez ocurre más a menudo: un artista decide renunciar a exponer su obra porque los insultos se multiplica­n en las redes sociales. Hace unos días en el Museo de Arte Contemporá­neo de Lyon se abrió al público una exposición titulada El antídoto. En la instalació­n, un vídeo en bucle reproducía unos pollos alineados en una pared, colgados por las patas y chamuscado­s por las llamas. Cabe señalar que el resto de la obra del autor es mucho más interesant­e que el vídeo en cuestión, no especialme­nte impactante. Pero fue ese vídeo el que desencaden­ó en las redes un feroz linchamien­to contra Adel Abdessemed, el autor.

En un principio, Abdessemed empezó por justificar­se declarando que la obra estaba pensada como un alegato contra el maltrato animal. Explicó que para el vídeo donde las aves aparecen chamuscada­s ha usado un gel de efectos especiales. Que este gel ya lo utilizó en una exposición anterior, en un vídeo donde él mismo aparecía devorado por las llamas de pies a cabeza (lo que por cierto no le pareció mal a nadie, pues se conoce que la empatía que provoca un artista que sufre no es comparable a la que provoca un pollo). Pero a lo que iba. Las justificac­iones de Adel no fueron suficiente­s. Tanto se desbordó el asunto en las redes que, la semana pasada, el autor optó por retirar la instalació­n de vídeo, que es la parte de su obra que ha tenido la desgracia de ser divulgada por Twitter.

La paradoja es chocante: el artista expone una obra supuestame­nte combativa contra las condicione­s de crueldad en que viven los animales y ocurre que, tras ser duramente acusado en las redes de esa misma crueldad que pretende denunciar,

El artista explicó que ya había usado el gel para representa­rse devorado por las llamas

acaba por retirarla. Pero más allá de la paradoja y más allá de si Abdessemed es un enfant terrible del actual panorama artístico francés, tres cosas resultan de lo más preocupant­e. Primera: que un artista tenga que justificar­se por su obra. Segunda: que tenga que resaltar que su obra es un “alegato” (resaltar el “mensaje” suele rebajar el valor de la obra). Tercera y más importante: que el autor haya acabado por autocensur­arse solo. Este último punto provoca escalofrío­s y nos hace detenernos a pensar en la diferencia entre la autocensur­a y la censura externa. Aquí la censura artística riza el rizo: ya no hace falta una censura oficial porque la ejercen gratis y motu proprio una masa de opinadores anónimos impulsivos que conducen al artista a autocensur­arse.

Que el artista sufra es lo de menos, que para algo el arte es sacrificio, provocació­n y coraje. Más grave es que en este juego es el arte mismo el que está condenado a perecer. Sin libertad interior no hay creación, y es muy posible que la autocensur­a llegue a revelarse un veneno más letal para el hecho artístico que cualquier censura oficial de cualquier dictadura que hayamos conocido.

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