Instalados en la República
Si hay que suscribir algo de lo dicho y lo escrito ayer, este cronista suscribe la idea de Santi Vila en este diario: superar el frentismo entre la Catalunya soberanista y la constitucionalista. Con lo cual supongo que Santi Vila pasó un mal día al escuchar la mayoría de los discursos que se dijeron en el Parlament: no sólo no se superó ese frentismo, sino que se mostró en toda su crudeza y, como consecuencia, se dio un paso más en el lenguaje que enfrenta al independentismo y al Estado. Y no me refiero a las resoluciones aprobadas, que han sido un ejercicio de esa dignidad que tanto se invoca en los últimos tiempos, pero sin consecuencias prácticas ni jurídicas. Supongo que nadie piensa que por reconocer en la Cámara el derecho de Puigdemont a ser president, la justicia le vaya a facilitar el camino, ni nadie se imagina a un juez retirando autos de prisión o de procesamiento por el hecho de que haya una reclamación política. No, no me refiero a eso. Me refiero estrictamente al lenguaje utilizado.
Lo resumo en tres frases y una llamada externa. Las frases son de Marta Madrenas: “Se pretende que bajemos la cabeza y aceptemos el candidato que propone Rajoy”. De Gemma Geis: “No pasar por ninguna toga española, sino sólo por las urnas de los catalanes”. Y desde la CUP, que entiende que la República fue ganada en las urnas, se lanzó este mensaje: “El
El lenguaje del independentismo dejó atrás el viejo ideal catalanista de “un solo pueblo”
pacto con el Estado sólo tiene un nombre, rendición”. La llamada externa fue del propio Puigdemont, que reclamó la unidad de independentismo, lo cual dejó atrás el viejo ideal catalanista de “un solo pueblo” y supone una convocatoria formal al frentismo. Para quien todavía se considera president, el resto de Catalunya o es adversaria o no existe. Solo Xavier Doménech dio un paso hacia la concordia transversal al proponer un gobierno de notables, que podría llegar a coincidir con la utopía de Iceta de un gobierno de concentración. Lo único que ocurre, Domènech, es que un gobierno de personalidades sería un fracaso de la política.
Al final, se ha revelado lo que viene siendo habitual: el sector soberanista ya vive instalado mentalmente en la República de Catalunya. Habla –y supongo que piensa– como si Catalunya fuese independiente. Por eso se considera ajeno a las togas y a las leyes españolas y cualquier aplicación de la legalidad le parece injerencia y comportamiento colonialista. Por eso, además de la dependencia numérica para una investidura, les da más valor a los cuatro escaños de la CUP que a los del partido que ganó las elecciones, que es Ciudadanos. Por eso cada vez que se produce un debate como el de ayer no asistimos sólo a una confrontación de ideas, sino a un conflicto de legitimidades. Incluso de legalidades. Y por eso el pleno extraordinario deja la amarga sensación de que estamos muy lejos de encontrar soluciones. Y no las habrá mientras haya quien piense que pactar con el Estado es una rendición.