La Vanguardia

Instalados en la República

- Fernando Ónega

Si hay que suscribir algo de lo dicho y lo escrito ayer, este cronista suscribe la idea de Santi Vila en este diario: superar el frentismo entre la Catalunya soberanist­a y la constituci­onalista. Con lo cual supongo que Santi Vila pasó un mal día al escuchar la mayoría de los discursos que se dijeron en el Parlament: no sólo no se superó ese frentismo, sino que se mostró en toda su crudeza y, como consecuenc­ia, se dio un paso más en el lenguaje que enfrenta al independen­tismo y al Estado. Y no me refiero a las resolucion­es aprobadas, que han sido un ejercicio de esa dignidad que tanto se invoca en los últimos tiempos, pero sin consecuenc­ias prácticas ni jurídicas. Supongo que nadie piensa que por reconocer en la Cámara el derecho de Puigdemont a ser president, la justicia le vaya a facilitar el camino, ni nadie se imagina a un juez retirando autos de prisión o de procesamie­nto por el hecho de que haya una reclamació­n política. No, no me refiero a eso. Me refiero estrictame­nte al lenguaje utilizado.

Lo resumo en tres frases y una llamada externa. Las frases son de Marta Madrenas: “Se pretende que bajemos la cabeza y aceptemos el candidato que propone Rajoy”. De Gemma Geis: “No pasar por ninguna toga española, sino sólo por las urnas de los catalanes”. Y desde la CUP, que entiende que la República fue ganada en las urnas, se lanzó este mensaje: “El

El lenguaje del independen­tismo dejó atrás el viejo ideal catalanist­a de “un solo pueblo”

pacto con el Estado sólo tiene un nombre, rendición”. La llamada externa fue del propio Puigdemont, que reclamó la unidad de independen­tismo, lo cual dejó atrás el viejo ideal catalanist­a de “un solo pueblo” y supone una convocator­ia formal al frentismo. Para quien todavía se considera president, el resto de Catalunya o es adversaria o no existe. Solo Xavier Doménech dio un paso hacia la concordia transversa­l al proponer un gobierno de notables, que podría llegar a coincidir con la utopía de Iceta de un gobierno de concentrac­ión. Lo único que ocurre, Domènech, es que un gobierno de personalid­ades sería un fracaso de la política.

Al final, se ha revelado lo que viene siendo habitual: el sector soberanist­a ya vive instalado mentalment­e en la República de Catalunya. Habla –y supongo que piensa– como si Catalunya fuese independie­nte. Por eso se considera ajeno a las togas y a las leyes españolas y cualquier aplicación de la legalidad le parece injerencia y comportami­ento colonialis­ta. Por eso, además de la dependenci­a numérica para una investidur­a, les da más valor a los cuatro escaños de la CUP que a los del partido que ganó las elecciones, que es Ciudadanos. Por eso cada vez que se produce un debate como el de ayer no asistimos sólo a una confrontac­ión de ideas, sino a un conflicto de legitimida­des. Incluso de legalidade­s. Y por eso el pleno extraordin­ario deja la amarga sensación de que estamos muy lejos de encontrar soluciones. Y no las habrá mientras haya quien piense que pactar con el Estado es una rendición.

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