El hotel se llama Miracolo Italiano
Hoy, Jueves Santo, se estrena una película italiana que habla del fervor religioso de una manera inusual. Se rodó en seis semanas, entre octubre y diciembre del año pasado. Hoy se estrena en Italia; aquí no sé cuándo lo hará. Se titula Io c’è, la ha dirigido Alessandro Aronadio y los actores principales son Edoardo Leo, Margherita Buy y Giuseppe Battiston. Va de un hombre –Massimo– que hereda de su padre un hotelito en el centro de Roma y se encuentra abocado a una grave crisis económica. Lo matan a impuestos, las cuentas no le cuadran y el hotelito cada vez está más ruinoso.
Pero Massimo se da cuenta de que justo delante de su establecimiento hay otro que no pasa penurias. Se trata de un convento que siempre está lleno de turistas. Las monjas que lo llevan les ofrecen alojamiento a cambio de “donaciones y contribuciones voluntarias”, por las que, al ser un centro religioso, no emiten facturas ni pagan impuestos. Él paga un montón pero las monjas, ni un céntimo. En Italia, como en España, son conocidas las argucias mil veces repetidas con que la Iglesia católica se apodera de edificios y tierras que de buena ley no le corresponderían y queda eximida de las tasas que estamos obligados a pagar el resto de ciudadanos.
Massimo no necesita cavilar mucho para decidir que lo que debe hacer es lo mismo que ellas: convertir su hotel en un lugar de culto religioso. Pero, para hacerlo, primero debe fundar una religión que le permita zafarse del acoso fiscal. Ayudado por un escritor fracasado, que no vende ni una escoba, redacta el credo de la nueva fe, y la llama ionismo (yoísmo), porque en vez de tener a un Dios como referente, el referente es uno mismo. Queda claro desde su precepto básico: “No tendrás otro Dios fuera de ti”. La nueva religión no parece muy estructurada, pero tanto da: resulta atractiva, muy actual y fácil de entender. Enseguida empieza a tener adeptos, atención por parte de los medios, y más y más seguidores.
Il Post, uno de los diarios que han podido ver la película antes del estreno, dice: “El filme es una sátira de la religión pero también de las devociones, no sólo religiosas, que empiezan pequeñas y rápidamente se vuelven mucho mayores de lo previsto. Su director dice: ‘En esta película cito exactamente creencias y preceptos de religiones verdaderas; evidentemente, si provocan carcajadas la responsabilidad no es mía’. Hay referencias explícitas a las enseñanzas y a los dogmas de las grandes fes monoteístas: qué debe hacerse y qué no; qué debe comerse y qué no; cómo, cuándo y a quién se debe rezar”.
Me encanta. En cuanto se estrene en Barcelona apostataré de mi religión actual –el pastafarismo– y me convertiré al yoísmo, que liga todavía más con mi egotismo (que no egoísmo) y me viene como anillo al dedo. Mientras tanto, feliz Semana Santa a todos.
Frente a su hotel hay un establecimiento que no pasa penurias: un convento, siempre lleno de turistas