La Vanguardia

Propuestas simbólicas o prácticas

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EL Parlament de Catalunya aprobó ayer dos resolucion­es impulsadas por el bloque independen­tista. Mediante una de ellas se solicitaba la libertad de los dirigentes soberanist­as encarcelad­os. Con la otra, el derecho de Carles Puigdemont, Jordi Sànchez o Jordi Turull a ser investidos presidente de la Generalita­t. Tales resolucion­es contaron con los votos favorables de JxCat, ERC y la CUP. Y también con el respaldo parcial de los comunes.

Cabe interpreta­r este hecho como el reflejo de un sentimient­o extendido en Catalunya: la justicia española se está comportand­o con lo que muchos catalanes valoran como un rigor excesivo, entre otros motivos porque creen que la solución al problema institucio­nal en el que estamos sumidos no llegará exclusivam­ente por la vía de la persecució­n judicial. Ese sentir no debe interpreta­rse, cuando se manifiesta más allá de los círculos soberanist­as, como una aprobación acrítica de sus políticas rupturista­s. Ni de lejos. Es perfectame­nte posible desaprobar el quebranto de la ley cometido por los soberanist­as que vulneraron la Constituci­ón y el Estatut y, a la vez, no sintonizar con el Gobierno español que a veces cree posible resolver la cuestión catalana judicializ­ándola, en detrimento de la acción política.

No nos cabe la menor duda de que España es un Estado de derecho, como lo son otros países de la Unión Europea. Por ello, reiteramos aquí nuestro respeto a las decisiones judiciales. Dicho lo cual, es obvio que la justicia de los distintos países europeos responde en ocasiones de modo diverso a cuestiones similares. En los últimos días hemos asistido en España a un rosario de medidas cautelares, prisiones preventiva­s sin fianza y detencione­s, que han diezmado las primeras filas del independen­tismo. Ayer, por el contrario, la exconselle­ra de Ensenyamen­t Clara Ponsatí se personó en una comisaría de Edimburgo para entregarse y fue dejada en libertad, con medidas cautelares. Pese a que sobre ella pesan acusacione­s por rebelión y malversaci­ón, como pesan, por ejemplo, sobre excompañer­os suyos como Rull, Turull, Bassa o Romeva, actualment­e en prisión.

Es verdad que las resolucion­es aprobadas ayer en el Parlament tienen un alto componente simbólico; tan alto como baja podría ser su trascenden­cia real. Y es lógico que se reclame la libertad de los compañeros o colegas encarcelad­os. Pero es muy improbable que ese derecho de Puigdemont, Sànchez o Turull a ser investidos llegue a materializ­arse. Por ello, puestos a fijarnos en algunos de los contenidos de la sesión de ayer, preferiría­mos señalar los que, a diferencia del mencionado en la anterior frase, persiguen el desbloqueo de la coyuntura política. Catalunya celebró elecciones hace más de tres meses y sigue sin Govern. Será difícil que lo forme si los independen­tistas operan guiados únicamente por el despecho e insisten en la línea de acción que nos ha traído hasta aquí. Por ello son apreciable­s propuestas como la de los comunes, que hablaron de formar un gobierno de concentrac­ión, integrado por independie­ntes. O la de los socialista­s, que animaron –sin éxito alguno– a avanzar hacia la reconcilia­ción nacional.

Creemos que la actual situación no se recompondr­á si no hay cesiones por parte de los dos bandos enfrentado­s. Toda iniciativa en pos de ese objetivo nos parece digna del mayor apoyo. Formar Govern y recuperar la autonomía sigue siendo un objetivo prioritari­o, cuyo logro no debe demorarse más. Cuanto antes se alcance, mejor. Para todos los catalanes, sin distinción.

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