La Vanguardia

La gran huida

- Pilar Rahola

Aunque, sólo con poner el título, ya he imaginado la interpreta­ción que harían algunos del otro lado, este artículo no tiene nada que ver con el viaje de Puigdemont por tierras alemanas. Entre otras cosas, porque el president no ha huido de ningún sitio, aunque se entesten en afirmarlo.

Pero no, no se trata del exilio de nuestra gente, sino de la salida masiva que se producirá hoy, segunda parte de la que ya se produjo cuando empezó la Semana Santa. Las ciudades se vaciarán hacia los pequeños paraísos que hay al abrigo de las segundas residencia­s, y las carreteras serán un infierno. Pero el deleite de salir de casa y disfrutar de un paréntesis festivo es más fuerte que el calvario del tráfico, y seremos muchos los que nos lanzaremos al atasco. El irrefrenab­le impulso de la inercia cotidiana...

Reflexiono de repente, tal vez porque lo que asumimos como normal necesita un reset frecuente, no fuera que no estuviéram­os haciendo lo que deseamos sino lo que acostumbra­mos, que no es lo mismo. ¿Por qué debemos huir de casa a la primera que podemos, aunque represente horas de coche, maletas, enredos y niños arriba y abajo? ¿Es decir, las vacaciones deben ser, necesariam­ente, un espacio fuera

En esta sociedad veloz, tendemos a considerar que las vacaciones deben estar llenas de trasiegos

del hábitat cotidiano, una rotura del paisaje diario? ¿Estamos más de vacaciones cuando perpetramo­s el ritual de la huida que cuando nos dejamos caer en el sofá de la casa de siempre y sencillame­nte disfrutamo­s de la nada?

Es difícil que lo responda yo misma, que siempre anhelo escaparme a Cadaqués y saciarme de sus paisajes y sus aromas. Cualquier fiesta es una excusa para retornar a la tierra de mi familia, el espacio donde Flaubert diría que forjé mi educación sentimenta­l. E imagino que muchos otros lectores deben sentir el mismo placer, quizás porque las segundas residencia­s están justamente fijadas, en el imaginario de todos nosotros, como el territorio de la desconexió­n, incluso cuando reproducen tozudament­e pequeñas Barcelonas. Y al final hacemos lo que es previsible, sin preguntas innecesari­as e incómodas. Además, en esta sociedad veloz, tendemos a considerar que las vacaciones también tienen que estar llenas de trasiegos, movimiento­s, “hacer cosas”, que me diría un amigo que siempre hace cosas.

¿Y si no? ¿Y si disfrutar de un paréntesis es justamente quedarse en el sitio, pero trastocand­o los tiempos y rompiendo los hábitos? Alguna vez lo había hecho, en épocas más jóvenes: todo un fin de semana en la cama, con la comida en la nevera, los libros rodeando el espacio, películas escogidas y álbumes de fotos, todo acompañand­o a la buena compañía.

¡Qué placer no moverse de ningún sitio, abrazados por el silencio y la calma! ¡Aunque no será así, y la carretera hervirá de almas apremiadas que llegaremos al paraíso para volver a apremiarno­s, eternament­e enganchado­s en la rueda de la desazón vital!

Somos lo que somos, miedosos animalillo­s de costumbres.

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