La Vanguardia

“El corazón es una puerta que se abre desde dentro”

- ANA JIMÉNEZ IMA SANCHÍS

Tengo 40 años. Nací en Madrid y vivo en València. Casado con una bióloga molecular. Tenemos tres hijos de 1, 5 y 8 años. La política debe basarse en el respeto a todos. Nos pasamos la vida buscando a Dios, buscando el sentido y amor, pero es Jesús el que te encuentra a ti. Yo era ateo y ahora soy católico

Un biólogo molecular que imparte formación pastoral a sacerdotes? Sí, un ateo al que le tocó el amor de Jesucristo. He trabajado en investigac­ión en neurocienc­ia y oncología molecular en el CSIC y he sido profesor en el IE Business School (escuela de negocios del top 10 mundial).

También hizo cine.

Participé en proyectos cinematogr­áficos en EE.UU., uno de ellos fue selecciona­do como finalista en el festival de Sundance; otro, exhibido en el Centre Pompidou de París, y otro, destacado por la CNN Internacio­nal.

Y después hizo un máster en Matrimonio y Familia.

Sí, en el Pontificio Instituto Juan Pablo II, e investigué sobre adicción sexual y pornografí­a.

¿Por qué eligió este tema?

Desde los cinco años tuve acceso a la pornografí­a. Hoy los niños acceden a la pornografí­a en España con diez años de media.

¿A los cinco años?

Sí. Cuando uno es tan pequeño el impacto es tan grande que te cambia la mirada hacia el otro, lo ves como alguien de quien obtener un servicio y un placer. Así uno empieza a transitar un camino muy difícil y adictivo por el que transita mucha gente.

¿Mucha?

El 52% de los divorcios en EE.UU. es causado porque uno de los miembros de la pareja es adicto a la pornografí­a, normalment­e el hombre. Y bueno, uno tiene experienci­as sexuales muy temprano y muy perversas.

A usted, ¿qué le pasó?

Piensas que la pornografí­a es inocua y quedas atrapado. La ciencia hoy reconoce la adicción sexual como una de las peores. En mi caso de cara afuera todo iba bien, una carrera brillante, pero era presa de un gran sufrimient­o.

Entiendo.

Era un esclavo, no podía controlarm­e y cada vez necesitaba cosas más fuertes. Hasta que llegué a plantearme seriamente el suicidio.

¿Estaba casado?

Sí, pero era mi secreto. Vivía en la mentira. Cuando nos casamos fuimos a EE.UU. Ella trabajaba en el hospital Mount Sinai de Nueva York y yo quise cambiar y probar suerte en el cine.

¿Por qué?

Cuando uno tiene una insatisfac­ción va derramándo­se en cualquier cosa, buscando adrenalina. En el cine me fue muy bien y acabaron ofreciéndo­me levantar capital para montar un estudio de cine junto al edificio Empire State para hacer películas contra la Iglesia.

Qué raro.

Yo era un ateo combativo, sentía un odio visceral contra las religiones y contra la vida. En una semana conseguimo­s un millón de dólares, pero el día que tenía que firmar el contrato como consejero delegado decidí no firmarlo.

¿Por qué?

Las adicciones crean una ansiedad fortísima y yo estaba en plena crisis. Una noche, al borde del suicidio, grité: “¡Si existes, sácame de aquí ahora!”. Me rendí y quedé limpio de la adicción de la noche a la mañana.

¿Limpio?

Sí, borré todo contacto y se lo expliqué todo a mí mujer. Me perdonó. Luego vinieron los remordimie­ntos de todo el mal que había hecho, y entonces experiment­é el amor de Dios, fue como si me quitaran una losa.

Y cambió de vida.

Volvimos a España y monté con un socio la productora Infinito+1; hicimos un documental, La última cima, sobre el sacerdote Pablo Domínguez; y gente muy dañada se acercó y montamos la fundación. Desde entonces acompaño a familias y personas con adicciones y depresione­s. Así empecé a ver milagro tras milagro.

¿A qué se refiere?

Personas que experiment­an el amor de Dios y sanan de raíz como ocurre en el Evangelio de Mateo, 8, cuando un leproso se le acerca a Jesús y le dice “Si quieres puedes limpiarme”. “Quiero. ¡Sanado!”, lo mismo que me ocurrió a mí, pero en Nueva York en el siglo XXI.

Usted sabe que las iglesias están llenas de gente pidiendo que acaben sus miserias.

El problema de la Iglesia somos nosotros, los cristianos, que no acogemos al que sufre, pasamos por delante de ellos sin detenernos. Pero tender la mano es la experienci­a del cristianis­mo, algo muy sencillo. Yo ahora simplement­e les miro, les acompaño y veo el milagro.

Cuesta creerlo.

Sucede una y otra vez, esa es mi experienci­a, ese amor que te cambia la vida cuando te rindes. Dios responde siempre. Si yo hubiera escuchado mi historia hace unos años me habría reído. ¿Sabe cuál es el problema?

No.

Dios acude siempre y te toca, pero la gente no nos dejamos tocar porque tenemos problemas de rencor, de perdón. Has de rendirte. El corazón es una puerta que se abre desde dentro.

Mire, todo se resume en que todos necesitamo­s ser amados, reconocido­s, y cuando eso no se da la gente sufre una y otra vez. La experienci­a de Dios es dejarse amar por Él, así de sencillo.

Si fuera tan sencillo...

Tenemos una coraza tan enorme que impedimos que nos amen gratuitame­nte, y eso es lo que hace Jesús, viene y te toca, es una experienci­a tangible; y tú no tienes que hacer nada, soólo dejarte amar, sentir que alguien te escucha.

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