La espiral del rencor
SE oyeron reproches de trazo grueso en las últimas sesiones del Parlament. Entre los diputados de los dos bloques que fracturan la política catalana aflora un poso de amargura al expresar en voz alta los sufrimientos y ultrajes que cada uno percibe que le han infligido. Poco importa aquí si unos acumulan más culpas o agravios que los otros. Lo relevante es que se produjo una especie de catarsis parlamentaria. En medio de la aspereza, han empezado a brotar discursos en los que se cuelan las palabras reconciliación, diálogo, convivencia… Prédicas tímidas, incipientes, seguro que aún no todo lo sinceras que debieran, pero necesarias para teñir de esperanza el futuro.
Tras el fiasco de la DUI, el independentismo experimenta una mutación estratégica. Un tránsito sacudido por los encarcelamientos y por la detención del expresident Puigdemont, pero inaplazable ante la interinidad que vive el país. De un discurso inicial que apelaba al desafío y la desobediencia se ha pasado a defender la dignidad frente a todo intento de humillación, pero los actores principales de JxCat –con más o menos convicción– y de ERC saben que ese relato deberá ir acompañado de un aterrizaje en la realidad política si se quiere recuperar parte de lo perdido. Es cuestión de tiempo, pero también de arrojo para explicarlo a sus seguidores. Convencerles de que el proceso de los últimos cinco años debe entrar en una fase pragmática, a pesar de los mazazos que supondrán las decisiones judiciales, va a ser muy difícil.
Pero no sólo el independentismo afronta su particular catarsis. También las fuerzas que han combatido el proceso soberanista deberán readaptarse y cambiar la inercia reactiva de estos años. Y, finalmente, será ineludible dialogar con el Gobierno central y en el Congreso de los Diputados. Por muy inconcebible que ahora les resulte a los dos bandos.
No será de un día para otro. Mientras llega, la sociedad catalana y sus representantes tienen por delante un reto inmenso: superar la espiral del rencor.