La Vanguardia

Silvia Querini

Silvia Querini se retira tras una vida editando autores como Morrison, Lessing, Munro, Gordimer, Eco y Marsé

- XAVI AYÉN

EDITORA

Toda una institució­n en el mundo del libro barcelonés, descubrido­ra de futuras Nobel o de fenómenos como Elena Ferrante, ha editado y tratado a Bret Easton Ellis, Umberto Eco o Toni Morrison y se acaba de jubilar en Lumen.

Doris Lessing, Toni Morrison, Nadine Gordimer y Alice Munro tuvieron una editora española mucho antes de ganar el premio Nobel. Se trata de Silvia Querini, que muchas veces “predicaba en el desierto” elogiando a esas autoras poco conocidas y que el pasado miércoles se ha jubilado como directora de Lumen (grupo Penguin Random House), con un catálogo que incluye también a Elena Ferrante, Natalia Ginzburg, Elsa Morante, Juan Marsé o Umberto Eco.

¿Quién es Silvia Querini? Nacida en Turín, hija única de empresario­s del ámbito de la decoración, su abuelo, marchante de arte, trataba en el bar a los autores de la cercana Einaudi (Calvino, Morante, Pavese...). “Aprendí a leer a escondidas –recuerda ella–, sola, con 11 años leía al mismo tiempo Mujercitas y Ana Karenina y no entendía por qué la señora se tiraba bajo el tren”.

A los 16 años, consiguió que sus padres la enviaran a Londres a un curso sobre su admirada Virginia Woolf –a quien ha acabado editando–. “Recuerdo aquella frase de Woolf, la de que los padres te enseñan que la vida es una carretera con farolas, pero luego descubres que no es cierto. Yo vi ahí que la vida podría no ser fácil, pero bastante más divertida que lo que me decían mis padres. En Londres, en un pub, encontré a un chico catalán que luego se convirtió en mi marido”.

Aquel chico fue el culpable de que Querini se viniera a Barcelona, a los 19 años, donde se matriculó en Filología de la UB, en los cursos nocturnos, mientras de día trabajaba en el departamen­to de exportació­n de una empresa textil. Se doctoró con una tesis sobre la poeta uruguaya Delmira Agustini, con el profesor Luis Izquierdo –de quien también luego ha sido editora–. “Agustini fue una señora bien que se separó de su marido y luego se encontraba­n como amantes. Un día pactaron que se matarían mutuamente en un burdel. Antes de morir, los últimos seis meses, escribió unos poemas eróticos que son un auténtico volcán”.

Al final de sus estudios, empezó a trabajar de lectora para la editorial Bruguera, que la contrató, al día siguiente de su último examen, para llevar el departamen­to de traduccion­es. Al poco, dirigía las coleccione­s Narradores de Hoy y Libro Amigo. Llegó la quiebra de la editorial en 1984, cuando ella tenía 29 años. “Me fui a mi casa y luego me llamó Antonio Asensio, para que hiciera de directora literaria de Ediciones B”. Allí publicó superventa­s como Noah Gordon (contrató El médico por sólo 1.500 dólares) o ficción de autoayuda como Dios llegó en una Harley o Las nueve revelacion­es que se siguen vendiendo aún. “Descubrí que no es importante que el editor lo sepa todo, que lo que debe hacer es dirigir la orquesta, no me veo como una editora exquisita, aunque mis gustos personales coincidan más con lo que publico en Lumen”. También le debemos la primera edición española de American pshyco, de Bret Easton Ellis, tras la cual “salí en una foto cenando con él, en un periódico, y durante un tiempo una persona me perseguía y acosaba por teléfono. Tuve que pedir ayuda...”.

Querini se fue al grupo Mondadori, fichada por Riccardo Cavallero, otro italiano del norte, que acababa de comprar Plaza y Janés y tenía su sede en la calle Aragó. La editora publicó allí El grito silenciado, un no ficción de Ana Tortajada sobre la vida bajo los talibanes que consiguió grandes cifras de ventas, y prosiguió su línea “de bienestar y new age” nada menos que con el dalái lama. A los dos años, Cavallero le dijo: “Silvia, te voy a entregar un palacio”. Era Lumen, que Esther Tusquets y luego su hija Milena Busquets dejaron de dirigir poco después de la venta al grupo. “A eso me he dedicado estos últimos 16 años”. Bastan nombres como Umberto Eco, Quino o Marsé para romper el tópico de que Lumen sea una editorial de mujeres. “Distingo –dice– entre el sexo y la mirada, Eco sí es muy masculino, lo coge todo y lo levanta, pero Quino, Colm Tóibín o David Grossman tienen una mirada

“Distingo el sexo de la mirada: Eco es masculino, lo agarra todo, David Grossman cuida el detalle”

“Pasé años predicando en el desierto con Elena Ferrante... hasta que ‘The New Yorker’ la elevó al cielo”

absolutame­nte femenina, ese prestar atención a los detalles”.

Profesora en el máster de Edición de la UPF y en la escuela de escritura del Ateneu, explica que el libro más caro que ha contratado es Todo un hombre, la novela de Tom Wolfe: “No estaba ni escrita y puse encima de la mesa una cantidad enorme, dándoles 24 horas para responder, yo cumplía órdenes de mi jefe, hoy hubiera resuelto la cosa de otra manera, no tan agresiva”.

Disfruta enormement­e “con el lápiz rojo y la goma de borrar”, trabajando con sus autores las obras que andan escribiend­o. Nombres como Jenn Díaz –hoy en otro grupo–, pero también su adorado Juan Marsé, a quien “voy a ver cada miércoles, y podemos pasarnos tres horas hablando del color del esmalte de uñas de una de sus protagonis­tas, yo insistiend­o en que no podía ser violeta en los años cincuenta”.

Su último pelotazo fue Elena Ferrante. “Me la recomendó mi amigo Sandro Ferri, su editor italiano, nunca me dijo quién era, sigue sin decírmelo. Hace diez años, nadie le hacía caso, yo iba predicando en el desierto. Todo estalló cuando The New Yorker la elevó al cielo”. Vaya... ¿y tiene ahora algún caso parecido? “Sí, un autor a la altura de Juan Rulfo o Carson McCullers: el chileno Marcelo Lillo”.

A partir de hoy, Lumen está ya totalmente dirigida por María Fasce, desde la sede del grupo en Madrid.

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XAVIER CERVERA La editora Silvia Querini, fotografia­da recienteme­nte en una calle de Barcelona

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