La Vanguardia

Plebiscito fallido

- JORDI JOAN BAÑOS Estambul. Correspons­al

Pese a la insistenci­a gubernamen­tal para llevar a los egipcios a las urnas, una amplia mayoría ha optado por abstenerse en las elecciones para refrendar a Abdul Fatah al Sisi en la presidenci­a del país.

Al Sisi, sí o sí. Este era el falso dilema al que se enfrentaba­n esta semana los votantes egipcios, por lo que una amplia mayoría ha optado por abstenerse. El militar golpista convertido en jefe del Estado Abdul Fatah al Sisi sale pues escaldado del plebiscito a su régimen, camuflado como elecciones presidenci­ales.

Incluso dando crédito a las filtracion­es de agencias y periódicos estatales, un 60% de los egipcios se habría abstenido en una farsa en la que la única alternativ­a a Al Sisi –un tal Musa Mustafa Musa– era uno de sus mayores aduladores.

Entre los que sí han acudido a las urnas, un 90% habría secundado la voluntad del mariscal en la reserva de repetir mandato, como todos los militares que le precediero­n y que han gobernado Egipto durante 65 de los últimos 66 años.

Aunque los datos oficiales no se sabrán hasta el lunes, las estimacion­es apuntan a una participac­ión y un apoyo a Al Sisi siete puntos inferiores a los de hace cuatro años. De poco ha servido abrir los colegios electorale­s durante nada menos que tres días –el miércoles, hasta las diez de la noche–. Tampoco las amenazas de que, esta vez sí, la multa de 23 euros a los abstencion­istas iba a ser recaudada.

La mayoría de los egipcios no se ha tragado la farsa y, entre los que han ido a votar –las empresas estatales fletaban autobuses– otro 7% ha votado nulo, más del doble de los votos obtenidos por el candidato comparsa.

Abdul Fatah al Sisi llegó al poder tras derrocar al único presidente egipcio salido de las urnas, el islamista Mohamed Mursi, encarcelad­o en pésimas condicione­s, según desvelaba ayer un comité de diputados británicos. Sin embargo, el dictador Mubarak, depuesto por la plaza Tahrir en el 2011, vuelve a ser un hombre libre desde el año pasado.

Al Sisi está algo nervioso en el plano doméstico, por la carestía y la aparición de otros candidatos uniformado­s –rápidament­e acorralado­s y disuadidos–. Pero en el plano internacio­nal, el apoyo de EE.UU. no ha flaqueado, ni con Obama ni con Trump, que lo elogió en público como “un tío fantástico”. Con menos publicidad, también va viento en popa la relación con Israel, que ha usado drones y aviación contra objetivos yihadistas en el Sinaí, a petición suya. Mientras que el apoyo de Arabia se basa en un enemigo común, los Hermanos Musulmanes. Lo que no quita que Riad le haya pasado factura: dos islotes.

Asimismo, los cristianos coptos están con Al Sisi, como lo están las clases más acomodadas y occidental­izadas, que lo consideran un baluarte frente al populismo islamista de los Hermanos Musulmanes. Entre los primeros que se exhibieron depositand­o su voto estaba el Papa de los coptos.

Quien sigue siendo la némesis de Al Sisi es el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan –y su aliado qatarí–. Tanto es así que Egipto no duda en estrechar lazos militares con Grecia y Chipre, con la vista puesta en los grandes hallazgos de gas frente a sus costas.

Como seguro de vida, Al Sisi ha triplicado las importacio­nes de armamento respecto al lustro precedente, hasta convertir al país del Nilo en el tercer importador mundial, con Francia, EE.UU. y Rusia como grandes beneficiar­ios. Tres potencias que miran a otro lado. Moscú, de hecho, reanudará a partir de la semana que viene los vuelos a Egipto, suspendido­s tras el atentado contra uno de sus aviones sobre el Sinaí en el 2015, en el que perecieron más de 200 pasajeros.

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