La Vanguardia

En Francia no se pone nunca el sol

Los territorio­s de ultramar y la presencia militar dan a París influencia global

- EUSEBIO VAL París. Correspons­al

Emmanuel Macron no es Napoleón ni tampoco Felipe II, aunque sí podría decir, como el rey de España en el siglo XVI, que en Francia, todavía hoy, no se pone nunca el sol. Atrás queda, oficialmen­te, el pasado colonial, si bien Francia mantiene su soberanía –bajo formas constituci­onales diversas– sobre extensos territorio­s en varios continente­s y océanos. Esta realidad, junto a la presencia militar, el uso del francés y la influencia cultural, refuerza la proyección global de París, con consecuenc­ias políticas y económicas muy relevantes.

Muy pocos franceses saben, por ejemplo, que existe la isla de Clipperton, a 1.300 kilómetros de la costa mexicana, en el Pacífico. Se trata de un atolón deshabitad­o, con sólo dos kilómetros cuadrados de superficie emergida sobre el agua. Es un lugar inhóspito, con una historia tan fascinante como dramática. Hubo allí una pequeña colonia de soldados mexicanos y sus familias, a principios del siglo XX. Quedaron abandonado­s y casi murieron de Las mujeres se rebelaron y mataron al único hombre que quedaba vivo. Se había convertido en un dictador y abusaba de ellas. Clipperton es francesa desde 1858. Un arbitraje internacio­nal, en 1931, lo confirmó. La importanci­a estratégic­a hoy deriva de que, gracias a esta isla, Francia posee 425.000 kilómetros cuadrados de zona económica exclusiva (ZEE).

El caso de Clipperton es anecdótico e ilustrativ­o a la vez de la expansión planetaria francesa. En los departamen­tos y territorio­s de ultramar viven en este momento unos 2,6 millones de personas, de ellas 1,2 millones de menores de edad. Esa Francia ultramarin­a se extiende desde América del Norte –el enclave de Saint-Pierre y Miquelon, frente a la isla canadiense de Terranova–, hasta las Antillas (Guadalupe, Martinica, San Bartolomé, San Martín), América del Sur (Guayana), el océano Índico (las islas de Mayotte, Reunión y el archipiéla­go de Kerguelen) y el Pacífico (la Polinesia Francesa, Nueva Caledonia y Wallis y Futuna), además de otras islas pequeñas islas deshabitad­as y de territorio­s antárticos.

Este vasto imperio ultramarin­o hace que Francia sea, después de Estados Unidos –y por delante de Australia–, el segundo país del mundo con zonas económicas exclusivas en mares y océanos. En total, las ZEE francesas suman 11 millones de kilómetros cuadrados que puede explotar. El 97% de esta superficie está en ultramar. Eso ofrece, de cara al futuro, una gigantesca reserva de recursos submarinos, como minerales, hidrocarbu­ros, pesca y otras actividade­s económicas marinas. La administra­ción de este patrimonio genera un costo considerab­le, tanto si hay población como si no. Los lugares deshabitad­os exigen al menos una presencia regular, de vigilancia, para afirmar la soberanía frente a otros países. Una geografía tan dispersa complica el control. La Marina francesa debe velar para que no haya explotació­n ilegal de recursos, piratería, tráfico de droga o inmigració­n clandestin­a.

Hay territorio­s, como las islas de Reunión, Mayotte y Guadalupe, o como la Guayana, que son departamen­tos franceses, con todos los derechos de la Francia metropolit­ana y parlamenta­rios en París. En otros enclaves del planeta francés los lazos son más laxos, como Nueva Caledonia, que decidirá en un referéndum, el 4 de noviembre de este año, si opta por la independen­cia.

En Francia hay conciencia de esta grandeur poscolonia­l. Se estudia en la escuela, y algunos tienen conexiones familiares o de amigos. Se trata, en algunos casos, de atractivos destinos turísticos. Las cadenas de televisión pública ofrecen regularmen­te documental­es sobre eshambre. tos territorio­s. También hay cobertura mediática intensa cuando surgen problemas.

Desde hace meses, un foco de preocupaci­ón ha sido Mayotte. En esta isla del Índico, que es el departamen­to francés número 101 –el más pobre de la República– y cuenta con 260.000 habitantes, hay mucho malestar por el deterioro de las condicione­s sociales. La renta per cápita es cuatro veces inferior a la media nacional, y el desempleo alcanza casi el 26%, el triple que en el resto de la nación. Pero el desencaden­ante principal de la reciente agitación, que ha llevado a huelgas y cortes de carreteras, es la incesante inmigració­n ilegal desde las vecinas Comores, un flujo demográfic­o que está desequilib­rando la isla y aumenta la sensación de insegurida­d ciudadana. El envío de más policía desde la metrópoli y el mayor control de la inmigració­n han calmado los ánimos sólo en parte.

Los territorio­s de ultramar obligan a desplegar a miles de militares de modo permanente. Estos contingent­es se denominan “fuerzas

GRAN PATRIMONIO ECONÓMICO Después de EE.UU., Francia es el segundo país del mundo en aguas de uso exclusivo

EL DEPARTAMEN­TO MÁS POBRE Mayotte, en el Índico, vive protestas por su situación social y la inmigració­n ilegal

de soberanía”. A ellos se añaden los soldados franceses que efectúan operacione­s en África y Oriente Medio. La más importante se desarrolla en el Sahel –Mauritania, Mali, Burkina Faso, Níger y Chad– y tiene por objetivo frenar la expansión de los grupos yihadistas en la zona. Los franceses cuentan asimismo con bases en Senegal, Costa de Marfil, Gabón, Yibuti y los Emiratos Árabes Unidos.

La lengua –y con ella, la cultura– es otro pilar fundamenta­l de la proyección internacio­nal de Francia. El crecimient­o demográfic­o del África francófona hará que el francés, según las estimacion­es, alcance los 1.000 millones de hablantes el año 2065, cinco veces más que en 1960. La aspiración es que sea la tercera lengua más hablada del planeta (hoy es la quinta o sexta, tras el mandarín, el inglés, el español, el árabe y, quizás, el hindi).

En la reciente Jornada Mundial

HACIA LOS MIL MILLONES El crecimient­o demográfic­o en África propulsa la lengua francesa

UNA RIQUEZA COMÚN Macron quiere descentral­izar el idioma y fomentar el plurilingü­ismo

de la Francofoní­a, en París, Macron se pronunció por una estrategia “descentral­izadora” en la que Francia ya no tenga el mismo papel dominante como garante e impulsor del idioma. “El francés se ha emancipado de Francia –dijo el presidente–. Se ha convertido en esa lenguamund­o”. Celoso de no aparecer como neocolonia­lista y hegemónico, Macron se mostró a favor de fomentar el plurilingü­ismo, a que el francés acepte convivir con las lenguas autóctonas, “sin hegemonía”, e incluso con el inglés. Parece un loable deseo de modestia de un presidente que rehúsa ser emperador pero dirige una potencia con ambiciones globales.

 ?? ERIC FEFERBERG / GETTY ?? Emmanuel Macron, entonces todavía candidato presidenci­al, en una visita a la isla africana de Mayotte durante la campaña electoral, en marzo del 2017
ERIC FEFERBERG / GETTY Emmanuel Macron, entonces todavía candidato presidenci­al, en una visita a la isla africana de Mayotte durante la campaña electoral, en marzo del 2017

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