La Vanguardia

Los muertos que vos matáis

- Fernando Ónega

El cronista vive donde vive, que es la Comunidad de Madrid, que no es precisamen­te partidaria de otro nacionalis­mo que no sea el español. El cronista sigue apasionado los acontecimi­entos de Catalunya, pero condiciona­do, como la mayoría, por la distancia, los medios informativ­os y las propias conviccion­es, tan subjetivas. Y el cronista confiesa su perplejida­d: está leyendo multitud de obituarios del procés. Multitud de informacio­nes lo dan por difunto, por enterrado e incluso por derrotado. La autoría de tal derrota depende del analista: para unos es del Gobierno, que tuvo la inteligenc­ia de ordenar no sé qué; para otros, los méritos son del juez Llarena, que metió en vereda a quienes menospreci­aron el potente Estado de derecho español; y un tercer grupo –en el que suele haber dirigentes del PP– se mueve en el peligroso campo de análisis de mezclar justicia y poder político, haciendo trizas la división de poderes. Pero el fondo es el mencionado: se publican muchas esquelas del procés.

Si el cronista traslada el punto de mira a Catalunya, ciertament­e nota diferencia­s notables respecto al momento posterior al referéndum del 1 de octubre. Ya no hay masas esperando la proclamaci­ón de la República. Se pide más la libertad de los presos que la independen­cia. No prosperan las llamadas a la insumisión. Los discursos de Esquerra y del PDECat son más templados. Solo la CUP mantiene su contundenc­ia, pero su poderío depende más de la necesidad de sus votos que de la convicción de sus palabras. Y lo que me parece más sustancial, con permiso de los CDR: cada día más voces reclaman una solución política, un arreglo entre el Estado y Catalunya, una especie de pacto histórico inspirado por el seny. Hay un nuevo estado de opinión que no es dominante, pero sí perceptibl­e. “En España, el que resiste gana”, debe de seguir pensando el señor Rajoy.

El cronista, finalmente, arde en deseos de sumarse a los aires de bonanza, pero tiene dudas. Los independen­tistas pueden bajar el tono, pueden incluso estar divididos, pero siguen siendo independen­tistas. Las zonas geográfica­s que han desconecta­do sentimenta­lmente de España no ofrecen síntomas de nueva conexión. Es posible que haya un mayor realismo en las clases dirigentes, pero aumentó el desapego hacia el Estado y sus institucio­nes. Las detencione­s contuviero­n muchos impulsos y los seguirán conteniend­o, pero llevaron el debate al simplismo de la dicotomía democracia­opresión, fase en la que estamos, con notable capacidad de penetració­n en la escena internacio­nal. Y lo más inquietant­e: creo haber leído todo lo publicado en libros y periódicos, y se me queda en reproches y hermosos deseos. Todo el mundo sostiene que hay que inventar una relación nueva. Pero, ay, nadie dice cómo. Nadie ofrece un proyecto ni esboza un modelo: ni en qué debe ceder el soberanism­o, ni en qué han de ceder los constituci­onalistas. Y eso significa que la independen­cia, que es un ideal concreto, no encuentra réplica seductora. Mientras no la haya, este cronista ve zonas de calma o de espera: poca cosa para alimentar esperanzas de próxima solución.

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SALVADOR SAS / EFE Mariano Rajoy, ayer en Galicia
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