Diálogo y prudencia
Será que me estoy haciendo senil, pero cada día añoro más los tiempos en los que primaba una cierta autocensura consensuada y las conversaciones entre amigos y familiares discurrían en paz y tranquilidad. Y tampoco eran tan superficiales como algunos pretenden.
Se hablaba de todo, pero, en aras del respeto mutuo, se trataba de evitar aquellos temas –entonces el sexo, la política y la religión– que pudieran comportar diferencias de criterio insalvables y estropear la relación.
Hoy vivimos un proceso absolutamente inverso, sobre todo con la política. Ahora hay que hablar de política sí o sí, y lo tabú, lo mal visto, es no posicionarse en este sentido. Y eso suele tensar los diálogos hasta convertirlos en tediosos monólogos donde los
que se sienten más fuertes vomitan su versión de los acontecimientos y a los disidentes les toca hacer de floreros con cara de circunstancias si quieren evitar la confrontación.
Reforzar los lazos y mantener la relación ha pasado a ser un objetivo secundario, y la prudencia es una virtud claramente en desuso. Pero no sin consecuencias: ¿cuánta gente trata de evitar las reuniones con amigos o familiares para no tener que pasar un mal trago?
IGNASI CASTELLS CUIXART La Garriga