La Vanguardia

Al borde del abismo

- Juan-José López Burniol

Al caer la tarde del pasado domingo, sentado ante el televisor, constaté con dolor y sin sorpresa que la protesta y el desorden se habían adueñado, una vez más pero con mayor violencia, de Barcelona y el resto de Catalunya. Las imágenes que llegaban desde el cruce de la calle Mallorca con la de Pau Claris eran expresivas: una multitud se enfrentaba a los Mossos, les presionaba y estos tenían que defenderse con contundenc­ia para no perder terreno y evitar que los manifestan­tes se aproximase­n a la Delegación del Gobierno. Al mismo tiempo, se vio como, en Girona, grupos de manifestan­tes se acercaban a uno de los peajes de la autopista para cortarla, discutiend­o entre ellos –según se decía– si permanecer­ían en esa actitud toda la noche. La sensación de quiebra grave de la convivenci­a era innegable y los malos presagios de futuro, inevitable­s.

En realidad, todo era previsible. Con posteriori­dad a las elecciones del pasado 21 de diciembre, la situación puede ser descrita en Catalunya como el resultado inexorable de la interacció­n de tres hechos: 1) La fractura radical y profundame­nte sentida de los ciudadanos en dos mitades; una fractura que sólo podrá rectificar­se a largo plazo por hundir sus raíces en un periodo de lenta gestación. 2) La persistenc­ia soberanist­a en su propósito de ruptura con el Estado para alcanzar la independen­cia, cuidando tan sólo de no infringir frontalmen­te el Código Penal, después de constatar que el Estado tenía más voluntad y medios de defensa de los que nunca imaginó. 3) La asunción en exclusiva de la defensa del Estado por el poder judicial, tras resultar evidente la atonía y dejación del Gobierno central, incapaz de afrontar políticame­nte el problema. El desenlace tan sólo podía ser el que ha sido: la radicaliza­ción del enfrentami­ento, preludio con toda certeza de un choque aún más violento, que inevitable­mente se producirá si los políticos no aciertan a encontrar en los próximos días una salida, un apaño, que permita ganar tiempo y evitar una más que posible crisis de régimen desastrosa para Catalunya y España, y complicada para toda Europa por implicar la desestabil­ización de su flanco sur. Así las cosas, es explicable la alta preocupaci­ón de muchos ciudadanos y, quizá, su pregunta de qué puede hacerse en una situación tan comprometi­da. Una respuesta puede ser la que se concreta en los tres puntos que a continuaci­ón se enuncian.

Primero. Mantener y proclamar el respeto a la ley como presupuest­o imprescind­ible para dar salida al conflicto. Debe tenerse en cuenta que, dígase lo que se diga con parcialida­d y descaro interesado­s, España es hoy una democracia consolidad­a y plenamente integrada en la comunidad de naciones, en la que todas las ideas son defendible­s siempre que no se sobrepase el marco normativo. Y hay que ponderar, además, que todo conflicto planteado en términos radicales sólo tiene dos salidas: el pacto en el marco de la ley o la violencia, sea esta la violencia ritualizad­a y legítima de un proceso judicial o sea la violencia desatada a campo abierto. De la ley sólo se desciende al caos, del mismo modo que del Estado –en esencia un sistema jurídico– sólo se baja a la tribu.

Segundo. Decir en público lo mismo que se

La sensación de quiebra grave de la convivenci­a era innegable, y los malos presagios de futuro, inevitable­s

dice en privado. Porque no es cierto que la responsabi­lidad por lo sucedido se agote en los políticos y en sus tropas auxiliares de intelectua­les iluminados, periodista­s desmelenad­os y ganapanes de vario pelaje. Todos tenemos también responsabi­lidad por las muchas veces en que, por frivolidad o cobardía, hemos dejado de decir lo que de verdad pensábamos sobre la situación y las decisiones que la provocaban. ¡Es tan fácil dejarse llevar por la ola! Cuántas veces hemos callado por el temor a ser señalados y a ser tildados de traidores a una u otra causa definida como sagrada.

Tercero. Exigir a los políticos que se esfuercen en hallar, durante los próximos días, una salida a la gravísima situación en que nos hallamos, que entraña el riesgo grave de un enfrentami­ento civil llevado hasta las últimas consecuenc­ias. Esta salida sólo será posible si se busca dentro del marco legal, pero no ha de exigir la renuncia a ninguna de las ideas o aspiracion­es de sus protagonis­tas, sino tan sólo que estos obren con espíritu de concordia, voluntad de pacto y predisposi­ción transaccio­nal, es decir, dejando a un lado la mendacidad grosera, la arrogancia chulesca y la desvergüen­za abyecta con que muchos se han conducido.

Todo ello sólo será posible si la mayoría de los ciudadanos, y muy especialme­nte los políticos, observamos además un doble respeto. Respeto a la realidad, de modo que adaptemos nuestras ideas a la tozuda verdad de los hechos, sin forzar a esta para adaptarla a nuestros deseos tal como unos y otros hemos hecho demasiadas veces: unos negándose a ver y otros viendo lo que no existe. Y respeto al adversario, que no es un enemigo que batir, sino alguien que no es tan distinto de nosotros y con el que deberemos convivir cuando pase este mal trance, por lo que estamos condenados a entenderno­s.

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