De abogados y de asesinos
Ahora que 8TV emite la serie Suits y que The good fight no acaba de convertirse en metadona para aplacar el síndrome de abstinencia de The good wife, la actualidad impone historias de tribunales que complementan la ficción. En un contexto de batallas perdidas por propia incompetencia, exceso de celo jurídico y abuso de poder estatal, el independentismo ha resucitado internacionalmente con la detención alemana de Carles Puigdemont. Los personajes de la semana relacionados con este episodio (relevante en el desenlace) son los abogados Gonzalo Boye y Jaume Alonso-Cuevillas. Boye es lo que en términos cinematográficos se conoce como robaescenas. Es un secundario que sólo necesita cinco minutos en pantalla para, aplicando estrategias que recuerdan las de Jacques Vergès, despertar una fascinación intransferible y cambiar la dirección del relato mediático hegemónico. Ya pasó cuando, en plena ofensiva de destrucción de la presunción de inocencia aplicada al Puigdemont primigenio de Bélgica, Boye vaticinó que no habría extradición. Sin inmutarse, desmintió las mentiras administradas por los grandes servidores de propaganda y desapareció hasta que, el domingo, volvió a alterar el orden establecido. AlonsoCuevillas, en cambio, practica una prudencia combativa y pedagógica y tiene el don de la ubicuidad. Lo vemos en directo en los platós, en diferido en entrevistas por pasillos de aeropuerto, con delay a través de Skype o por teléfono con una foto de archivo. En pocos días, su geolocalización supera la de un superhéroe: Barcelona-Costa Brava-Barcelona Bru se las-Wa te r lo o-Bruselas Hamburg o-Ne umü ns ter-Hamburg o-Barcelona y quien sabe si Costa Brava. Hipótesis: o Alonso-Cuevillas tiene el poder de alterar el equilibrio espaciotiempo o hay varios clones del abogado que, a la manera de aquellas franquicias de Boney Mod eT hePlatters, actúan simultáneamente en diferentes lugares del planeta.
EL PLACER. El primer capítulo de Barry es sensacional. Sinopsis: un asesino a sueldo pasa por un periodo de dudas existenciales y profesionales. Su mánager es su tío, que lo anima a viajar a Los Ángeles para asumir el encargo de unos mafiosos postsoviéticos. El pedido, a primera vista, parece fácil: cargarse al amante de la mujer del mafioso, un entrenador personal con vocación de actor. Barry, interpretado por el espléndido Bill Hader (con un papel importante en la creación de la serie), asume el encargo con el rigor metódico habitual. Pero, mientras sigue a su víctima, una concatenación de circunstancias lo lleva a participar en una clase de interpretación. Y es aquí donde el giro argumental anuncia grandes y prometedoras alegrías, cuando el asesino atrapado en una espiral depresiva descubre la simpatía y la energía del mundo de los actores y se pregunta si no debería cambiar de trabajo (y de vida). Evidentemente, los mafiosos no lo dejarán en paz, y se iniciará una cacería que, si mantiene el registro de comedia negra sin ínfulas del primer capítulo, podría convertir Barry en uno de los grandes tesoros de la temporada.
Gonzalo Boye sólo necesita cinco minutos para alterar el discurso mediático imperante