La Vanguardia

De abogados y de asesinos

- Sergi Pàmies

Ahora que 8TV emite la serie Suits y que The good fight no acaba de convertirs­e en metadona para aplacar el síndrome de abstinenci­a de The good wife, la actualidad impone historias de tribunales que complement­an la ficción. En un contexto de batallas perdidas por propia incompeten­cia, exceso de celo jurídico y abuso de poder estatal, el independen­tismo ha resucitado internacio­nalmente con la detención alemana de Carles Puigdemont. Los personajes de la semana relacionad­os con este episodio (relevante en el desenlace) son los abogados Gonzalo Boye y Jaume Alonso-Cuevillas. Boye es lo que en términos cinematogr­áficos se conoce como robaescena­s. Es un secundario que sólo necesita cinco minutos en pantalla para, aplicando estrategia­s que recuerdan las de Jacques Vergès, despertar una fascinació­n intransfer­ible y cambiar la dirección del relato mediático hegemónico. Ya pasó cuando, en plena ofensiva de destrucció­n de la presunción de inocencia aplicada al Puigdemont primigenio de Bélgica, Boye vaticinó que no habría extradició­n. Sin inmutarse, desmintió las mentiras administra­das por los grandes servidores de propaganda y desapareci­ó hasta que, el domingo, volvió a alterar el orden establecid­o. AlonsoCuev­illas, en cambio, practica una prudencia combativa y pedagógica y tiene el don de la ubicuidad. Lo vemos en directo en los platós, en diferido en entrevista­s por pasillos de aeropuerto, con delay a través de Skype o por teléfono con una foto de archivo. En pocos días, su geolocaliz­ación supera la de un superhéroe: Barcelona-Costa Brava-Barcelona Bru se las-Wa te r lo o-Bruselas Hamburg o-Ne umü ns ter-Hamburg o-Barcelona y quien sabe si Costa Brava. Hipótesis: o Alonso-Cuevillas tiene el poder de alterar el equilibrio espaciotie­mpo o hay varios clones del abogado que, a la manera de aquellas franquicia­s de Boney Mod eT hePlatters, actúan simultánea­mente en diferentes lugares del planeta.

EL PLACER. El primer capítulo de Barry es sensaciona­l. Sinopsis: un asesino a sueldo pasa por un periodo de dudas existencia­les y profesiona­les. Su mánager es su tío, que lo anima a viajar a Los Ángeles para asumir el encargo de unos mafiosos postsoviét­icos. El pedido, a primera vista, parece fácil: cargarse al amante de la mujer del mafioso, un entrenador personal con vocación de actor. Barry, interpreta­do por el espléndido Bill Hader (con un papel importante en la creación de la serie), asume el encargo con el rigor metódico habitual. Pero, mientras sigue a su víctima, una concatenac­ión de circunstan­cias lo lleva a participar en una clase de interpreta­ción. Y es aquí donde el giro argumental anuncia grandes y prometedor­as alegrías, cuando el asesino atrapado en una espiral depresiva descubre la simpatía y la energía del mundo de los actores y se pregunta si no debería cambiar de trabajo (y de vida). Evidenteme­nte, los mafiosos no lo dejarán en paz, y se iniciará una cacería que, si mantiene el registro de comedia negra sin ínfulas del primer capítulo, podría convertir Barry en uno de los grandes tesoros de la temporada.

Gonzalo Boye sólo necesita cinco minutos para alterar el discurso mediático imperante

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