El Liceu se rinde al noble juglar
Un Bob Dylan canónico repasa su carrera en el primero de sus dos conciertos
Aunque asegure que ahora es una persona muy diferente a aquella que revolucionó el rock y el folk en los años sesenta, Bob Dylan sigue siendo lo que ha sido siempre, es decir, un músico genial y, sobre todo, indomable. Anoche, hoy también seguro, lo demostró en el concierto que ofreció en un atestado Gran Teatre del Liceu, que abría sus puertas por primera vez a un icono de la música popular, a un autor de canciones realmente emblemáticas y a un símbolo de un inconformismo de primera hora que se extiende hasta el presente.
Apareció puntual el eterno rebelde, precedido por los cinco miembros de su extraordinaria –por solvente, discreta y brillante– banda de acompañamiento. En medio de una ambientación escénica más bien austera, se sentó ante el piano de cola que le acompañaría a lo largo de diversos pasajes de la velada para atacar los primeros acordes de Things have changed.
Un arranque fijo en los conciertos ya realizados estos últimos días en escenarios españoles –el tema, por cierto, de la película Jóvenes prodigiosos que le valió un Oscar a la mejor canción original en el 2001–, al que siguió una primera descarga de clásicos también fijos, como It ain’t me, babe, Highway 61 revisited y Simple twist of fate.
Dylan aterrizaba en la Ciudad Condal (donde hoy repetirá concierto en idéntico escenario a las 21 h) con una serie de características diferentes a las de sus últimas visitas en el festival Jardins de Pedralbes (2015) y en el Poble Espanyol (2010), como el sintomático hecho de actuar en el referencial Liceu y el fundamental de haber sido galardonado con el premio Nobel de Literatura en el 2016. Su presencia, dentro del cartel del festival Guitar BCN, estaba rodeada de un plus de expectación muy acorde con la personalidad del cantautor estadounidense, que ayer inundaba visiblemente el ambiente de la sala.
Haciendo el tópico realidad una vez más, el músico, compositor y escritor ejerció el decálogo que de él se espera, a saber, ir a la suya y reinterpretar canciones propias y ajenas tal como en ese momento le sale de dentro y de la voz –cada vez más justa, siendo educados–. Mostró a lo largo de algo más de hora y tres cuartos lo que es llevar al escenario algunas de sus características vitales, como ser radicalmente celoso de su intimidad –su expresividad o conexión con el público fueron inexistentes–, iconoclasta e imprevisible. Pero también demostrar, aunque sea haciendo de crooner improbable, que es capaz de meter en un único saco estilístico las esencias de genios tan dispares como Woody Guthrie, Hoagy Carmichael, Richard Rodgers y Oscar Hammerstein II o Muddy Waters.
Porque el autor de cancioneshimno como Blowin’ in the wind o A hard rain’s a-gonna fall está recorriendo escenarios europeos haciendo un repaso a su amplísimo repertorio de siempre, en el que ha trufado algunos clásicos del denominado gran cancionero norteamericano, que ha sido el motivo de sus últimos tres álbumes de estudio. Todo ello, evidentemente, interpretado a la manera dylaniana, lo que quiere decir en unas versiones que a menudo son francamente cambiadas comparadas con el original. Y, pese a que el músico y escritor Robert Zimmerman no necesita a sus 76 años demostrar absolutamente nada en ningún sentido, paradójicamente, su dependencia vital y artística del directo parece incuestionable. Un directo que en esta gira se le encuentra sobre todo tras el piano –que teclea con convicción– y sin hacerse en ningún momento con la guitarra ni la armónica.
Tiene suficiente con contar con un repertorio casi infinito –¿quién posee material fechado desde 1963 hasta exactamente el año pasado?– y una banda de absoluta garantía y flexibilidad impecable formada por los guitarristas Charlie Sexton y Stu Kimball, el bajista Tony Gar-
Ignoró al público en el primero de sus recitales en Barcelona desde que recibió el Nobel de Literatura
En su amazónico repertorio en vivo pueden caber temas escritos tanto en 1963 como el año pasado
Dylan se atreve con una voz en declive con algunos clásicos del gran cancionero norteamericano
nier, el batería George Receli y el multiinstrumentista Donnie Herron. Sonaron especialmente reconfortantes en Pay in blood o en su potente relectura de Highway 61 revisited, en un magnífico y único encuentro de folk, country, blues y rock.
A lo largo, en fin, de una veintena de composiciones, esta nueva etapa de The Never Ending Tour se puede calificar de variada, equilibrada y, para los innumerables devotos, sagradamente entretenida. Además de sus ya comentadas versiones de piezas imborrables a las que se pueden sumar una irreconocible Tangled up in blue, Soon after midnight o una fornida Desolation row que fue ovacionada por el público puesto en pie, el setlist también incluyó algunos standards del cancionero norteamericano, como Melancholy mood, Full moon and empty arms oel Autumn leaves siguiendo la versión de Yves Montand.
Lo que no faltó, fiel a un pasado siempre presente, fueron las propinas en forma de Blowin’ in the wind y Ballad of a thin man. Memorable esta última. ¡Ah! Y él, todo un premio Nobel, toda la noche calzado con botas blancas.