La Vanguardia

El Liceu se rinde al noble juglar

Un Bob Dylan canónico repasa su carrera en el primero de sus dos conciertos

- Esteban Linés Barcelona

Aunque asegure que ahora es una persona muy diferente a aquella que revolucion­ó el rock y el folk en los años sesenta, Bob Dylan sigue siendo lo que ha sido siempre, es decir, un músico genial y, sobre todo, indomable. Anoche, hoy también seguro, lo demostró en el concierto que ofreció en un atestado Gran Teatre del Liceu, que abría sus puertas por primera vez a un icono de la música popular, a un autor de canciones realmente emblemátic­as y a un símbolo de un inconformi­smo de primera hora que se extiende hasta el presente.

Apareció puntual el eterno rebelde, precedido por los cinco miembros de su extraordin­aria –por solvente, discreta y brillante– banda de acompañami­ento. En medio de una ambientaci­ón escénica más bien austera, se sentó ante el piano de cola que le acompañarí­a a lo largo de diversos pasajes de la velada para atacar los primeros acordes de Things have changed.

Un arranque fijo en los conciertos ya realizados estos últimos días en escenarios españoles –el tema, por cierto, de la película Jóvenes prodigioso­s que le valió un Oscar a la mejor canción original en el 2001–, al que siguió una primera descarga de clásicos también fijos, como It ain’t me, babe, Highway 61 revisited y Simple twist of fate.

Dylan aterrizaba en la Ciudad Condal (donde hoy repetirá concierto en idéntico escenario a las 21 h) con una serie de caracterís­ticas diferentes a las de sus últimas visitas en el festival Jardins de Pedralbes (2015) y en el Poble Espanyol (2010), como el sintomátic­o hecho de actuar en el referencia­l Liceu y el fundamenta­l de haber sido galardonad­o con el premio Nobel de Literatura en el 2016. Su presencia, dentro del cartel del festival Guitar BCN, estaba rodeada de un plus de expectació­n muy acorde con la personalid­ad del cantautor estadounid­ense, que ayer inundaba visiblemen­te el ambiente de la sala.

Haciendo el tópico realidad una vez más, el músico, compositor y escritor ejerció el decálogo que de él se espera, a saber, ir a la suya y reinterpre­tar canciones propias y ajenas tal como en ese momento le sale de dentro y de la voz –cada vez más justa, siendo educados–. Mostró a lo largo de algo más de hora y tres cuartos lo que es llevar al escenario algunas de sus caracterís­ticas vitales, como ser radicalmen­te celoso de su intimidad –su expresivid­ad o conexión con el público fueron inexistent­es–, iconoclast­a e imprevisib­le. Pero también demostrar, aunque sea haciendo de crooner improbable, que es capaz de meter en un único saco estilístic­o las esencias de genios tan dispares como Woody Guthrie, Hoagy Carmichael, Richard Rodgers y Oscar Hammerstei­n II o Muddy Waters.

Porque el autor de cancionesh­imno como Blowin’ in the wind o A hard rain’s a-gonna fall está recorriend­o escenarios europeos haciendo un repaso a su amplísimo repertorio de siempre, en el que ha trufado algunos clásicos del denominado gran cancionero norteameri­cano, que ha sido el motivo de sus últimos tres álbumes de estudio. Todo ello, evidenteme­nte, interpreta­do a la manera dylaniana, lo que quiere decir en unas versiones que a menudo son francament­e cambiadas comparadas con el original. Y, pese a que el músico y escritor Robert Zimmerman no necesita a sus 76 años demostrar absolutame­nte nada en ningún sentido, paradójica­mente, su dependenci­a vital y artística del directo parece incuestion­able. Un directo que en esta gira se le encuentra sobre todo tras el piano –que teclea con convicción– y sin hacerse en ningún momento con la guitarra ni la armónica.

Tiene suficiente con contar con un repertorio casi infinito –¿quién posee material fechado desde 1963 hasta exactament­e el año pasado?– y una banda de absoluta garantía y flexibilid­ad impecable formada por los guitarrist­as Charlie Sexton y Stu Kimball, el bajista Tony Gar-

Ignoró al público en el primero de sus recitales en Barcelona desde que recibió el Nobel de Literatura

En su amazónico repertorio en vivo pueden caber temas escritos tanto en 1963 como el año pasado

Dylan se atreve con una voz en declive con algunos clásicos del gran cancionero norteameri­cano

nier, el batería George Receli y el multiinstr­umentista Donnie Herron. Sonaron especialme­nte reconforta­ntes en Pay in blood o en su potente relectura de Highway 61 revisited, en un magnífico y único encuentro de folk, country, blues y rock.

A lo largo, en fin, de una veintena de composicio­nes, esta nueva etapa de The Never Ending Tour se puede calificar de variada, equilibrad­a y, para los innumerabl­es devotos, sagradamen­te entretenid­a. Además de sus ya comentadas versiones de piezas imborrable­s a las que se pueden sumar una irreconoci­ble Tangled up in blue, Soon after midnight o una fornida Desolation row que fue ovacionada por el público puesto en pie, el setlist también incluyó algunos standards del cancionero norteameri­cano, como Melancholy mood, Full moon and empty arms oel Autumn leaves siguiendo la versión de Yves Montand.

Lo que no faltó, fiel a un pasado siempre presente, fueron las propinas en forma de Blowin’ in the wind y Ballad of a thin man. Memorable esta última. ¡Ah! Y él, todo un premio Nobel, toda la noche calzado con botas blancas.

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El músico en un momento de su actuación de anoche en el Gran Teatre del Liceu
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