La Vanguardia

La vida es una broma

- Màrius Serra

Podemos reírnos de todo? ¿En todo momento? ¿Podemos hacer broma sobre todo? Son preguntas que suscitan respuestas teóricas de gran elevación intelectua­l. Respuestas que luego cristaliza­n en eslóganes tan extemporán­eos como #JeSuisChar­lieHebdo, adoptados por todo quisque. Escribo extemporán­eo en el doble sentido de la palabra, que designa una reacción poco meditada y también algo que sucede fuera de su tiempo. ¿Todos somos Charlie Hebdo? Muchos de los que lucimos aquel eslogan chupiguay eran falsarios. Gente que sólo defiende el derecho a reírse de todo cuando él no forma parte de esa totalidad. Históricam­ente, los que más se llenan la boca con la palabra libertad son los que después más se dedican a pisotear la de quienes no piensan como ellos. Vivimos en plena subversión del lenguaje. Todos no somos Charlie Hebdo, sino Humpty Dumpty. Si hoy Golpes Bajos grabase Malos tiempos para la lírica sustituirí­a la lírica por la libertad de expresión. Por eso resulta especialme­nte estimulant­e uno de los estrenos teatrales de la semana. Desde el miércoles se puede ver en la Sala Muntaner Mala broma de Jordi Casanovas, dirigida por Marc Angelet. Plantea las preguntas clásicas sobre los límites del humor tomando la comedia como vehículo. Un vehículo que arranca con una muestra espectacul­ar de reprise que deja al público clavado en la butaca: una broma de mal gusto hecha para ganar una apuesta entre dos excompañer­os de periodismo (Òscar Muñoz y Ernest Villegas) que han seguido trayectori­as divergente­s. Uno ha triunfado haciendo de humorista, más o menos blanco, en la tele y ahora sufre males de famoso; el otro malvive agachando la cabeza y bajándose los pantalones diariament­e en un diario. La mujer del segundo (Anna Sahun) es una doctora que trabaja en urgencias dedicada a las donaciones de órganos. El movimiento del vehículo teatral es uniformeme­nte acelerado, y el público no puede dejar de mirar hacia adelante a la espera del choque final, noventa minutos después. El éxito de la función es mantener al público entre bromas y entre brumas. Funciona como un rayo la dinámica de ocultación y descubrimi­ento, y cada broma es una función dentro de la función.

Mala broma no es sólo una reflexión sobre los límites del humor. Es también un signo de los tiempos. La frontera elegida es la discrimina­ción sexual, en unos momentos de gran auge del discurso feminista, que deviene un marco mental del que resulta difícil abstraerse. Una frontera que la función explora a ras de césped, hasta el límite, con una trilogía de chistes machistas que pondrán a prueba a las plateas que se enfrenten a ellos. El miércoles no rió ni el apuntador, tal vez porque no había, pero ya veremos qué pasa si un día en la sala hay algún fan de Jep Cabestany. Al final, el discurso de la doctora es capaz de exponer con loable claridad la diferencia entre quienes se ríen de ellos mismo para reírse de todos y quienes disparan contra las víctimas de su humor. Reírse de todo es un don. Hay que tener el don de la oportunida­d para ejercerlo.

‘Mala broma’ no es sólo una reflexión sobre los límites del humor; también es un signo de los tiempos

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