La Vanguardia

‘She wore a yellow ribbon’

- David Carabén

En cuestión de uno o dos días, esta semana hemos pasado de leer mofas sobre la figura de Carles Puigdemont y su estrategia internacio­nal a verlo ocupando las principale­s portadas de la prensa occidental. Como el ciclo victorioso del Barça de Messi, sólo hace falta que anuncien su fin para que lo veas volviendo a mover la cola.

El proceso, como la mayoría de conflictos políticos –desde mucho antes de la guerra fría–, ha sido y probableme­nte seguirá siendo un juego de fintas. En casi todos los órdenes, los “como si” hace tiempo que sustituyer­on a la realidad. Sólo hay que levantar la vista de la pantalla del móvil, cualquier tarde o mañana, en el metro, en la oficina o en el parque, para comprobar que la sutil degradació­n de la tozuda y estrecha realidad, en favor de su alternativ­a virtual, mucho más acogedora y habitable, es un hecho universal. También es por eso que, cuando los periodista­s deportivos escribimos sobre cualquier cosa, jugador, polémica o aspecto del juego, aunque nos pese, ya no parece que estemos hablando de fútbol, sólo.

A mí me sorprende quién todavía se indigna por el vacío de un gesto político, por la frivolidad de la opinión de un adversario, por la inconsiste­ncia de un ideal que no comparte. Normalment­e lo hace una página antes de escandaliz­arse por la agresivida­d de un símbolo, de una pancarta o de una canción que no le gustan. ¿Les suena? Primero menospreci­as la validez de un referéndum y después lo reprimes como si se tratara de una célula terrorista. Las únicas alternativ­as a los

Cuando los periodista­s escribimos sobre cualquier jugador, polémica o aspecto del juego, ya no parece que estemos hablando de fútbol, sólo

excesos de gesticulac­ión y a la pomposidad de las festividad­es históricas son la claudicaci­ón definitiva o bien la respuesta violenta. ¿Quién espera tan poco de su rival? ¿Quién desprecia tanto a su adversario? Gestos, posturas y símbolos son figuras del lenguaje que tendríamos que saber leer y coger con la misma deportivid­ad que los obstáculos en la carrera de nuestro deportista favorito. Eso si queremos seguir viviendo en una sociedad que celebre su plena libertad de expresión.

Hace muy poco, la federación inglesa sancionaba a Pep Guardiola por lucir un lazo amarillo en la solapa. Para hablar en la radio tuve que hacer una breve indagación sobre los precedente­s de su uso simbólico. Uno de los más inmediatos es el de familiares de soldados desplegado­s del ejército norteameri­cano. Se ve que la tradición se remonta exactament­e hasta la fundación del Séptimo de caballería (1866) y todavía más allá –por medio de la canción She wore a yellow ribbon, que habrían llevado a América los primeros colonos protestant­es–, hasta la guerra civil inglesa (1642-51), que enfrentó al ejército de Cromwell contra el realista, y que acabó dotando al Reino Unido de la monarquía parlamenta­ria que disfruta desde entonces, ininterrum­pidamente, hasta el día de hoy.

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