La Vanguardia

Estudiar Periodismo

- Llucia Ramis

Llucia Ramis escribe sobre la profesión periodísti­ca y concluye: “Llevamos casi veinte años dedicándon­os al periodismo, insuflándo­le aliento para que luche, aunque haya cambiado en este tiempo más que en toda su vida anterior. No les daremos la razón, a los profes. Claro que nada genera tanta dedicación y dependenci­a como un amado moribundo”.

Nació el mismo año que acabé la carrera. Ahora es él quien estudia Periodismo en la Autònoma. El mundo ha cambiado, pero los profesores de la facultad no. Me habría forrado, si hubiera patentado camisetas con el lema: “Yo sobreviví a Pereira”. Siguen formando a los alumnos para que se resignen a la frustració­n de una profesión sin salidas, en vez de estimular su imaginació­n con el objetivo de reavivarla.

Hemos empezado mal. Me ha tenido media hora esperando, incapaz de encontrar la cafetería donde habíamos quedado. En la era del GPS, cuando Google te lleva hasta el último rincón del planeta, ha sido incapaz de entender las indicacion­es clásicas, que son: nombre del local, calle y número. Y al salir a buscarle he pensado que, si el futuro anda así de desorienta­do, vamos mal. También he pensado eso tan de abuela cebolleta: ¿pero qué les enseñan en clase? Luego me ha preguntado sobre el periodismo cultural, y he recuperado la esperanza.

Le gusta la poesía (y cita a Esteve Plantada, Míriam Cano, Carles Rebassa), ha leído a Colson Whitehead, Karl Ove Knausgård, David Foster Wallace. Por gusto, aclara, no porque se los hayan recomendad­o en ninguna asignatura. ¿Y qué libros os recomienda­n?, inquiero, ingenua. Dice que los de teoría que han escrito los mismos profesores. Ya. Bueno, pero al menos Truman Capote y Günter Wallraff... Günter qué? No le suena. En Políticas tuve a Carlos Cañeque, que luego ganaría el Nadal; nos hizo leer 1984, de Orwell, Fahrenheit 451, de Bradbury, La lotería de Babilonia, de Borges. Es difícil entender la política sin esos referentes.

“Y los exámenes son tipo test”, remata el chico. “No nos enseñan a escribir, y todos hacen faltas”. Las faltas, ahora, son lo de menos. Es la relación de ideas, la comprensió­n y síntesis de las situacione­s, la exposición del mundo, lo que me preocupa. ¿Cómo vas a hacer eso, si no aprendes a soltar rollos larguísimo­s para disimular que te lo inventas? ¿Cómo vas a ser periodista sin literatura?

Estuve a punto de dejar la carrera porque me parecía inútil, como corroboré al incorporar­me a una profesión que resultó ser fascinante y necesaria. Los profesores se quejan de la falta cultural de sus alumnos, pero son en parte responsabl­es. Es bastante sintomátic­o que haya cerrado el único quiosco que había en la facultad de Periodismo de la UAB. Y quien dice sintomátic­o dice triste. O dice grave.

El otro día me encontré con un antiguo compañero de clase. Esto se acaba, dijo. Se nos muere en las manos. Y entonces recordamos que nuestros profesores ya nos lo advertían. Pero, oye, de momento llevamos casi veinte años dedicándon­os al periodismo, insuflándo­le aliento para que luche, aunque haya cambiado en este tiempo más que en toda su vida anterior. No les daremos la razón, a los profes. Claro que nada genera tanta dedicación y dependenci­a como un amado moribundo.

Los profesores se quejan de la falta cultural de sus alumnos, pero son en parte responsabl­es

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