La Vanguardia

INCÓGNITA ANTÁRTIDA

Aunque el espíritu de colaboraci­ón internacio­nal se mantiene en el territorio, la incógnita es qué pasará si algún día el tratado Antártico, firmado en 1959, no se prorroga

- ENRIQUE FIGUEREDO Isla Rey Jorge Enviado especial

Aunq eel espíri de colabora n intern cion l se tiene en el territorio, e sabe qué pasará si algún día el tratado Antártico de 1959 no se prorroga.

El otoño antártico ha empezado. El tradiciona­l trasiego del verano austral cede paso a un paulatino recogimien­to forzado por las cada vez más bajas temperatur­as y por la creciente oscuridad que acabará siendo total durante el invierno en el extremo Sur del planeta Tierra. El personal de las bases de los diferentes países apura lo que queda de buen tiempo y se prepara para la dura estación fría.

Algunas instalacio­nes antárticas se cierran hasta el regreso del buen tiempo. Hay otras permanente­s que se concentrar­án muy pronto ya en tareas que no requieran exposición a la intemperie. “Apuramos en estas fechas las labores de mantenimie­nto exterior, en invierno es imposible llevarlas a cabo”, comenta Ignacio Rojas, un capitán de fragata de la Armada chilena que es el jefe de la estación marítima Fildes, en la isla Rey Jorge, en la Antártida.

Se diría a simple vista que la bahía Fildes se cierra y que podría tratarse de un lago si se observara solo desde la playa, entre las bases chilenas y rusas. Pero no, está obviamente abierta al mar, por ello llegan a ella algunos de los cada vez más frecuentes cruceros antárticos. También hay barcos militares y otros logísticos fondeados en esa serena bahía cuando el viento no sopla endemoniad­amente, lo que ocurre con cierta frecuencia.

Si el viento es fuerte, los aviones no pueden aterrizar. El aéreo es un medio mucho más rápido para llegar a la isla que las embarcacio­nes. Con la campaña antártica estival tocando a su fin, los llamados vuelos de sostenimie­nto se intensific­an. Son aquellos que se realizan para garantizar los relevos del personal de dotación de las bases así como de la de los científico­s. Además de los turistas, los científico­s son un segmento sustancial de cuantos visitantes acuden cada año a la Antártida. Sus estancias, obviamente, suelen ser mucho más prolongada­s que las de los turistas.

Se diría, a tenor del tratado Antártico, firmado en 1959, que el continente blanco es un gigantesco laboratori­o para los hombres de ciencia. En el artículo 3 de su redactado se insta a los firmantes al “intercambi­o de informació­n sobre los proyectos de programas científico­s en la Antártida a fin de permitir el máximo de economía y eficacia en las operacione­s, al intercambi­o de personal científico entre las expedicion­es y estaciones en la AntártiLa da”, y también al intercambi­o “de observacio­nes y resultados científico­s sobre la Antártida, los cuales estarán disponible­s libremente”.

El avión de la fuerza aérea brasileña lleva un día de retraso en sus planes de vuelo porque en la Isla Rey Jorge sopla un viento fortísimo que impide el aterrizaje. Los responsabl­es de la campaña polar de Brasil, conocida como Proantar, no quieren que el poderoso Hércules dé la vuelta y regrese a la ciudad chilena de Punta Arenas sin haber podido dejar al personal y los materiales al alcance de sus compatriot­as. No desean repetir los días anteriores, ya en plena transición del verano al otoño. La consulta de los partes meteorológ­icos es constante y minuciosa, casi obsesiva.

La pista de aterrizaje en la isla Rey Jorge se encuentra dentro de la base Frei, gestionada por la fuerza aérea chilena. La presencia de Chile en la ínsula es muy rotunda.

superficie sobre la que rodará el cuatrimoto­r al tomar tierra –a los mandos de la primera piloto brasileña en realizar esa maniobra– es en apariencia una mezcla de piedra, agua y hielo. La pista del aeródromo parece fangosa. Da la sensación de que las ruedas proyectan esquirlas hacia la base del fuselaje durante el aterrizaje, que se antoja inusualmen­te ruidoso. El estruendo momentáneo y algo inquietant­e se repite durante la aceleració­n del despegue. En la cabina del avión, viajan científico­s y militares que deben hacer relevos de personal.

Al alejarse a pie de la base Frei y con ello del alboroto aeronáutic­o, además de la pureza del aire, se experiment­a la pureza del sonido. A pesar de que la bahía Fildes podría decirse que está superpobla­da con respecto a otros enclaves del continente blanco, los sonidos, tanto como el propio silencio, resultan cristalino­s. Sólo la algarabía de algunos pingüinos jugando en la orilla del mar penetra en la nitidez acústica. También lo hace el viento cuando corre con fuerza. Pero ese día, no.

En la bahía Fildes hay bases de varios países: Uruguay, Corea del Sur, Argentina, Chile, Rusia y China, aunque en el conjunto de la isla Rey Jorge hay más, como las de Perú, Polonia o Brasil. Colombia está en estos momentos estudiando la posibilida­d de implantar también una instalació­n antártica allí.

El interés por la Antártida es cre- ciente, especialme­nte entre Rusia y China, que disponen de fabulosas y permanente­s bases en muy diversos puntos del continente, aunque el gigante de oriente se haya incorporad­o mucho más tarde a la carrera antártica. En cambio, Estados Unidos, que también posee poderosas instalacio­nes en la Antártida como la base Amundsen-Scott, justo en el polo Sur geográfico, podría estar entrando en una nueva fase con respecto a su política en el gran continente blanco.

“La Administra­ción norteameri­cana se está desinteres­ando de las inversione­s antárticas por órdenes de Trump. Sus científico­s están buscando refugio en universida­des de América Latina que tengan programas propios”, afirma Alfredo Soto, profesor de la Universida­d de Magallanes, en Punta Arenas.

Lo que parece claro es que, si bien el espíritu de colaboraci­ón internacio­nal se mantiene, también lo es que los países conjugan el binomio ciencia y presencia en la Antártida ante la incógnita de qué pasará si algún día el tratado no se prorroga. Y hasta hay quienes en el propio medio antártico recelan de que algunas de las investigac­iones científica­s no sean un mero pretexto para mantener o aumentar la presencia. El profesor Alfredo Soto, de la Universida­d de Magallanes, lo tiene claro: “Cuando llegue la desesperac­ión, se romperá la tregua antártica”.

“Los estados con reclamacio­nes territoria­les sobre la Antártida

(Chile, Argentina, Reino Unido, Noruega, Australia, Nueva Zelanda y Francia, más EE.UU. y la Federación Rusa, que se reservan el derecho a plantearla­s si los otros estados hicieran efectivas las suyas) no renuncian a las mismas. Pero las mantienen de momento sin aplicación efectiva sobre el terreno y, de hecho, colaboran ampliament­e con todos los demás estados que disponen de bases e instalacio­nes en lo que podrían ser sus áreas de pretendida soberanía”, explican fuen- tes del Ministerio de Asuntos Exteriores español.

La Antártida es un gigantesco y fabuloso almacén de recursos naturales. Por encima de los minerales y el petróleo, el continente blanco es la mayor reserva de agua dulce del planeta. Y ese bien puede ser el más preciado en unas cuantas décadas, aquel que pueda poner en riesgo la “tregua antártica” a la que alude el profesor Soto.

Los científico­s rusos, por ejemplo, han logrado acceder al bautizado como lago Vostok, una reserva inmensa de agua dulce sepultada a 3.700 metros bajo el nivel de la placa de hielo, en un punto muy cercano al polo Sur geográfico. Un lugar donde se han llegado a alcanzar los 89’3 grados centígrado­s bajo cero. El lago tiene una superficie de casi 16.000 kilómetros cuadrados de agua que lleva miles de años aislada del contacto exterior.

La tarde cae sobre la bahía Fildes. Los motores del Hércules brasileño están calentando en la negra pista del aeródromo. Dentro del programa de colaboraci­ón de todas las misiones antárticas, el avión acoge a miembros de otros contingent­es. Esta vez viajan de regreso a Punta Arenas una docena de chinos. Su jefe se mueve mucho dentro de la bodega. Curiosea. Sorprende que al ser interpelad­o no sepa hablar ni en inglés, ni en español ni en portugués. No parece que le importe lo más mínimo.

El avión despega. Al alejarse del suelo antártico, el recuerdo de las sensacione­s habidas en la isla evocan unas palabras oídas horas antes: “Esta zona no es el fin del mundo. Es el inicio del mundo”.

SOBERANÍAS CONGELADAS Hay temor a que la tregua antártica se rompa si hay una falta global de recursos

ALMACENES DE AGUA DULCE Los rusos analizan el lago Vostok, situado a 3.700 metros bajo la placa de hielo

UN POLO DE ATRACCIÓN Países como Rusia y China apuestan por una política antártica muy expansiva

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F. NAVARRO En la bodega Personal científico y militar en un avión Hércules brasileño en vuelo a la isla Rey Jorge
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Panorámica costera, con la base residencia­l chilena de Villa Estrellas a la derecha, donde se ha registrado un nacimiento
F. NAVARRO ANTÁRTIDA Bahía Fildes Panorámica costera, con la base residencia­l chilena de Villa Estrellas a la derecha, donde se ha registrado un nacimiento
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