Canadá ansía la plata de México
La izquierda mexicana, dividida ante la fuerte inversión minera canadiense
Si Estados Unidos decide retirarse del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLC) en las próximas semanas de negociaciones tensas, al menos quedará Canadá para amortiguar el golpe para una economía mexicana que ha apostado todo por el mercado norteamericano en las ultimas décadas. Canadá, con su gobierno progresista de Justin Trudeau, genera mucha menos desconfianza en el pueblo mexicano que el temible vecino, al otro lado del río Bravo. Incluso el candidato de izquierdas Andrés Manuel López Obrador, que lidera hoy los sondeos, cree que Canadá sería una alternativa bilateral si se colapsa el TLC.
“Promover un acuerdo bilateral específico con Canadá para ampliar la contratación de trabajadores mexicanos en ese país”, aconseja en la propuesta número seis de su programa alternativo al TLC. Y añade: “Suscribir compromisos para lograr una mayor inversión de las empresas mineras canadienses en México, con salarios justos y cuidado del medio ambiente”.
Sin embargo, en San Luis Potosí y Zacatecas, dos de los históricos estados mineros, en el alto desierto de México, la defensa de López Obrador de las compañías mineras canadienses resulta más polémica, al menos para un segmento de sus posibles votantes. A fin de cuentas, estamos en un territorio de conflicto entre las comunidades campesinas e indígenas, por un lado, y las grandes multinacionales de la minería canadiense como Goldcorp o Blackfire, por el otro.
Las multinacionales canadienses han invertido unos 20.000 millones de dólares en la extracción de oro, plata, cobre, zinc, platino y otros metales en México, el 70% de total de las inversiones mineras. Entre el 2018 y el 2020 se pretende poner en marcha otros 65 nuevos proyectos, la mayoría minas a cielo abierto con un fuerte impacto ambiental.
Estos estados –donde, en el siglo XVI y XVII, los españoles extrajeron gran parte de la plata que daría vida al embrionario capitalismo mercantil europeo– se muestran bastantes recelos ante esta nueva fiebre de oro y plata, que se puso en marcha con la liberalización de la minería durante los años del TLC.
“Queremos que nos respeten y que no pongan la mina en el Cerro Quemado porque es tierra sagrada del peyote”, dice Marciano La Cruz , de 37 años, integrante de la etnia huichole, un pueblo nómada que todos los años hace un peregrinaje de más de 500 kilómetros desde Jalisco a la sierra de San Luis Potosí, donde usan el cactus alucinógeno en sus ritos espirituales.
La Cruz se refiere a una vieja mina de plata –creada por el empresario santanderino Gregorio Sainz de la Maza a finales del siglo XIX– que la canadiense First Majestic Silver pretende reabrir. Está en las cercanías de Real de Catorce, el legendario pueblo que vivió la fiebre de la plata. La mina , una de las 22 concesiones adjudicadas en casi 7.000 hectáreas, se encuentra en territorio protegido por el estado de San Luís Potosí debido a la importancia de la zona sagrada de los huicholes, y First Majestic todavía no ha podido ni iniciar la excavación.
Las inversiones de First Majestic forman parte de una auténtica invasión de capital minero canadiense en toda América Latina impulsado por un gran consorcio de capital especulativo en la Bolsa de Toronto, las empresas junior canadienses de exploración están reconstruyendo la histórica búsqueda frenética de oro, plata, cobre y zinc.
La empresa más grande es Barrick Gold, que con la ayuda de su consejero José María Aznar ha hecho su propio El Dorado en la región, aunque todavía no tiene minas en México. “El coste de extraer en Canadá es alto; los grandes depósitos están agotados y los metales quedan debajo de 15 metros de tierra; sin embargo, uno va a Sudamérica y el mineral está ya a la vista; se ven vetas y se puede entrar directamente”, explica Jean Martineau, el consejero delegado de Dynacorp, una minera con sede en Montreal, en referencia a las grandes minas a cielo abierto de América Latina.
Tal y como han comprobado Dilma Rousseff en Brasil, Rafael Correa en Ecuador, e incluso Evo Morales en Bolivia, es difícil mantener unidas a las dos grandes corrientes de la izquierda latinoamericana. Y el dilema es más peliagudo en el espinoso tema de la extracción.
Por un lado, está la izquierda neodesarrollista, que defiende un Estado intervencionista para acelerar el crecimiento económico, crear empleo y reducir la pobreza, mediante grandes proyectos de infraestructura, energía, industria agraria y minería. Por el otro, está el movimiento social, más vinculado a la economía campesina, indígena y medioambientalista, que no tiene tan claro que la panacea sea el crecimiento económico.
López Obrador, aprovechando una oleada de sentimiento antisistema en Méxicó, está lidiando con el mismo dilema. La candidata indígena María Jesús Patricio Hernández –conocida como Marichuy– habría sido la opción natural para los activistas antiminería, pero al final no logró las firmas necesarias para presentar su candidatura.
Mucho más afín a la izquierda desarrollista favorable al crecimiento, López Obrador no sólo defiende la minería, sino que pretende construir seis nuevas refinerías y apostar fuerte por la producción petrolera en México. Eso sí, tras frenar el programa de privatización y liberalización del gobierno de Enrique Peña Nieto.
Las críticas a su posición abundan en Zacatecas y San Luis Potosí. “La minera es próspera para la empresa, pero no deja ganancias en México y es muy destructiva para el medio ambiente”, dice Sergio
FUENTE DE DIVISAS
Las multinacionales canadienses aportan el 70% de la inversión minera en México
LA VERSIÓN DE LOS ACTIVISTAS “La mina no deja ganancias en México y es destructiva para el medio ambiente”
Uribe, organizador de una jornada sobre la minería que se celebrará en mayo en la Universidad Autónoma de Zacatecas. Según el informe de la misma universidad, la aportación de la minería a la economía mexicana en el 2016 fue menos del 1% del PIB.
“El plan alternativo de López Obrador no es crítico respecto al despojo; sólo exige que las empresas canadienses respeten la ley –continúa Uribe–. López Obrador no está debatiendo estas cuestiones de minería e hidrocarburos porque no quiere poner en entredicho su postura como un candidato viable”.
Es una cuestión aún más importante ya que hay una serie de indicios de que grupos de la delincuencia organizada que han convertido México en un estado casi fallido han utilizado la violencia contra quienes se oponen a la minería y contra los mismos mineros en los estados de Guerrero y Chiapas, en el sur del país . Hasta hay indicios, según dos periodistas autores del libro La guerra que nos ocultan
(Planeta, 2016) de que el asesinato de 16 estudiantes en Ayotzinapa (en Guerrero), que conmocionó al país en el 2015, pudo estar relacionado con la existencia de enormes depósitos de oro en una región donde Goldcorp tiene concesiones mineras. “Sabemos que los narcos se hacen con un tajada cuando las empresas mineras pagan a las comunidades; yo me atrevería a decir que hay conversaciones serias entre empleados de las empresas y los líderes del crimen organizado para que no haya oposición a la minería “, dice Sergio Uribe
En La Luz, el pueblo donde First Majestic Silver pretende abrir la vieja mina española del siglo XIX, se entiende que la minería también tiene sus defensores. “Le puedo decir con total seguridad que la mayoría apoya el proyecto minero”, dice Dalila Aguilera, residente de la zona que trabaja en el museo de minería del pueblo, un proyecto de relaciones públicas de First Majestic. “Este es un pueblo orgulloso de su tradición minera y los huicholes quieren frenar su desarrollo”.
Hay preocupación por la posible contaminación de los manantiales subterráneos de agua en una de las regiones más áridas de México. Pero el desempleo y la pobreza generan más miedo en La Luz.
Mientras tanto, diez kilómetros más arriba, en el pintoresco pueblo de Real de Catorce, la nueva industria del turismo ve con terror el regreso de la minería. “Llevamos muchos años luchando y sólo por eso la mina en La Luz está parada”, dijo Cornelia Ruth Ramseier, directora del hotel Real. Aunque este pueblo –un conjunto espectacular de arquitectura colonial labrada en la roca gris de las minas– tiene sus propios problemas de extracción. No afectan a la plata ni al oro sino al mismo peyote. Cada vez más turistas llegan para probar el cactus y han detenido varios camiones cargados de la pequeña planta que el místico Carlos Castañeda puso de moda en sus libros sobre sus viajes alucinógenos al desierto mexicano.
“Hay tráfico de peyote hasta en las zonas turísticas como Cancún”, dice Pedro Medellín, el ingeniero medioambiental de la Universidad de San Luis Potosí responsable del área natural protegida. “Ya estamos empezando a hablar del saqueo del peyote”.