La Vanguardia

¡Póngame dos dedos!

- Joaquín Luna

Aciertas edades, hay que evitar los diminutivo­s. Si usted, por ejemplo, va a cenar al Flash Flash con una modelo de Santa Cruz de Tenerife que está haciendo sus pinitos y busca consejos sabios, le recomiendo encarecida­mente que se abstenga de pedir “una tortillita” por mucho cariño que le tenga a las tortillas de dos huevos y a las gallinas madres. –Póngame dos dedos de vermut. A veces pido esto a los camareros de esta potencia mundial en bares, cafeterías, coctelería­s y lounges que es España y a la vista del resultado termino pensando lo mismo:

–¿Me ven farsante, hipócrita o no me explico bien?

El asunto siempre discurre igual. El camarero o la camarera –ya no vuelvo a hacer distincion­es el resto de la columna, aviso– a quien acabo de pedir un vermut corto, planta el vaso en la mesa con cara de eso que ahora llaman “complicida­d” y –en lugar de demostrarm­e su afecto con dos besos de tornillo– termina llenando el vaso, justo lo contrario de lo que, por favor mediante, he pedido.

Uno pide un vermut corto y el camarero le demuestra su afecto haciendo justo lo contrario

El asunto desconcier­ta porque en ningún lugar del mundo el camarero hace lo contrario de lo que le solicita el cliente y cuando lo hace –como en París– se dice “desolado” o incluso “muy desolado” por haber hecho lo que le daba la gana. El camarero nacional, ni desolado ni obediente: usted dirá misa, pero en ausencia de su padre, aquí estoy yo para decidir lo que le conviene beber.

Después de darle vueltas al asunto en estos días de reflexión, caigo en la cuenta de que sucede más a menudo si vas acompañado de una mujer. Sin pensar que te tratan de mindundi al que nadie hace caso –ni la modelo de Santa Cruz de Tenerife ni el camarero–, el profesiona­l considera que está haciendo un favor al cliente ya que le obsequia por un lado y le evita broncas conyugales por otro:

–¡En cuanto sales de casa, no te privas de nada, Honorio!

–¡Yo le he pedido dos dedos, mujer! ¿No me has oído?

Alguna explicació­n tendrá el desacato. ¿Somos unos hipócritas que piden una cosa y quieren otra?

¿Y qué dicen los profesiona­les? El señor Ángel, del Giardinett­o, uno de los grandes maîtres de Barcelona, lo tiene claro: deja la botella al cliente si es conocido o le va sirviendo hasta que dice basta. Por una vez, discrepo: el cliente indica, y el profesiona­l sirve, interpreta y asume. Dos dedos son dos dedos y no tres o seis.

No obstante, mejor esto que un dedal, símbolo luterano, anglicano y episcopali­ano. Un dedal tiene algo de miseria y compañía, de trato de dipsómano al que redimir y no de persona humana que disfruta con su vermut, celebra alegrías o coge ánimos para dar consejos a las modelos que despuntan o a los amores que acaban en las barras de los bares donde empezaron.

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