La Vanguardia

Antes de la preinscrip­ción escolar

- Carme Alcoverro C. ALCOVERRO, filóloga

Recuerdo una visita en una escuela, premiada con los premios Baldiri Reixac, que cuando pregunté por los resultados en las pruebas externas me contestaro­n que había algunos niños cuyos padres enviaban largas temporadas a su país de origen. Y que cuando hacían los exámenes sacaban notas muy bajas porque cada vez que se incorporab­an al sistema educativo era como comenzar de nuevo, lo que repercutía en la media de las notas del grupo. Ello no suponía que los compañeros aprendiese­n menos, el problema lo tenían los niños que estaban largos periodos sin escolariza­r, y los maestros que tenían que hacer un doble esfuerzo. A pesar de todo era una escuela modélica. Ese sería un caso extremo para mostrar que no se pueden valorar los centros exclusivam­ente por las medias de las notas. Se sabe que las notas son más bajas según los niveles socioeconó­micos familiares, tanto en la escuela pública como en la concertada, con todo lo que comporta en la formación de los niños: falta de actividade­s extraescol­ares, de refuerzo familiar en los estudios, más horas delante de las pantallas, peor alimentaci­ón, etcétera. Circunstan­cias de las que no podemos responsabi­lizar a los centros, ni menos estigmatiz­arlos.

Las escuelas no son ni mejores ni peores, según estos resultados; hay muchísimos otros baremos para valorarlas. Estas diferencia­s son un reflejo de la cada vez más acentuada desigualda­d social, como se denuncia constantem­ente (y sólo falta ahora que Cs y sus acólitos insten, con malas artes, a segregar lingüístic­amente, como pretenden desde hace años sin salirse con la suya). Ahora bien, pienso que para la mayoría de centros estas pruebas ayudan, siempre que no se vayan añadiendo más (no eran necesarias las de tercero de primaria, dada la inmadurez de los niños), y de ninguna manera filtrar resultados que puedan acabar en rankings que no aportan nada en la mejora de la educación, y que pueden contribuir más a su segregació­n.

En todo caso hay centros de alta complejida­d (así se llaman aquellos en donde hay más diversidad, y en donde por lo general van las familias más pobres) con buenos resultados en las distintas avaluacion­es. Su profesorad­o explica que uno de los fundamento­s de ello ha sido conseguir la participac­ión de las familias en el proyecto de centro (como nos enseñan los clásicos de la pedagogía), escuchándo­las y tratándola­s como iguales, y convencién­dolas para que aporten su experienci­a y conocimien­tos.

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