Ricard Gili reivindica el ADN del jazz
El líder de La Locomotora Negra repasa la historia de la música de pueblo negro norteamericano
Si se hace un repaso a los festivales de jazz de aquí y de todas partes podemos encontrar sorpresas como que un tanto por ciento muy elevado de los artistas no estén enmarcados en este amplio género, y entre los que están dentro, una buena parte entra más bien en la fusión, otra parte en el latin y otros en el jazz de vanguardia y el be-bop. ¿Dónde quedan los representantes de la corriente original de esta música, los que beben de las fuentes directas de Nueva Orleans y de Louis Armstrong?
Ricard Gili, líder de uno de los grupos pioneros del jazz aquí y factótum de la Fundació Catalana de Jazz Clàssic, reivindica en Puro jazz (Ma Non Troppo) su ADN original. El autor define el jazz como “la forma de interpretar música creada y desarrollada por el pueblo negro norteamericano, la cual se identifica por un determinado tratamiento del sonido (o técnica instrumental) y por un determinado tratamiento del ritmo (llamado swing)”.
“A veces parece extraño explicar que el jazz es la música originaria de los negros americanos”, dice, y por eso ha hecho un repaso desde los orígenes de esta música hasta hoy, centrándose en los momentos más significativos, en las corrientes principales que respetan esta tradición y los músicos que le han dado la categoría que la transformó en la principal aportación norteamericana a la música popular hasta el advenimiento del rock, que al fin y al cabo también es un descendiente.
Para hacerlo rechaza un “importante grupo de géneros surgidos como mala imitación (dixieland), sofisticación (jazz sinfónico, third stream) e intelectualización (jazz cool y progresivo) de esta música, u otros que nada tienen que ver con ella (free, jazz-rock, fusión)”.
“Hay una reivindicación del jazz clásico, de las raíces. He podido ver a Count Basie, Duke Ellington, Lionel Hampton... He visto cómo la música enardecía a la gente, los volvía locos, más de lo que hoy pueda pasar en muchos escenarios. El jazz era música de consumo, para disfrutar, no para mirar sin decir nada, lo que ha comportado la minorización progresiva del jazz”, defiende.
El libro recorre el proceso de unos 120 años de jazz, intenta crear un eje de coordenadas y situar las producciones en referencia a los valores clásicos del jazz. Para conseguirlo, se fija en los estilos y los músicos principales, pero también en los que han hecho evolucionar el género hacia lugares que para él son extraños al jazz moderno, aunque a menudo hace un análisis casi microscópico. “Por ejemplo, cuando hablo del be-bop, reflejo que hay muchos temas que se han alejado del jazz, pero en cambio algunas frases, solos o incluso partes de los solos mantienen las características. Entonces sacas el microscopio y ves que en líneas generales quizás sí son jazz”. De algún modo, quiere restituir la vertiente popular del jazz, incluyendo la importancia del baile, y alejarlo de la intelectualización en que a menudo se ha insertado. Gili reconoce que “es ir contra corriente”, y explica el caso paradigmático de Miles Davis, para tantos aficionados al jazz el gran genio musical del siglo XX: “Hay un Davis de los cincuenta que sitúo dentro del concepto original del jazz, y a partir de un determinado momento sale fuera, y lo dice él mismo. Yo estuve en 1973 en el Palau para escuchar a Davis, pero como aficionado al jazz ni yo ni muchos de los que estábamos nos sentimos identificados”.
Y de aquí pasa a los festivales de jazz en los que cabe todo: “Yo no me quejaría nunca de que Miles Davis hubiera venido al Festival de Jazz de Barcelona, pero a partir de un momento tocan músicos que no tienen nada que ver con el jazz. Ahora muchos festivales de jazz se han convertido en festivales sin línea,
El autor defiende el estilo de Armstrong, clásico y popular, por encima de Davis, hijo de la intelectualización
que buscan nombres atractivos, más música comercial”. Cita ejemplos como Ana Belén, Tomasito, El Cigala... Músicos que respeta, pero, claro, no como jazzmen.
¿Cómo casa la reivindicación de la negritud norteamericana con un músico y melómano como él, blanco y catalán? “El localismo –justifica– no niega el universalismo. Cuando el localismo va a la raíz, entre los humanos se crean vasos comunicantes de comprensión. Como Shakespeare hace decir a Shylock, judío, en El mercader de Venecia: ‘Si nos pinchan, ¿no sangramos? ¿Si nos hacéis cosquillas, no reímos?’. Los humanos compartimos, aunque vivamos a miles de kilómetros. Si tú hablas francés o alemán, quizás lo harás muy bien, pero difícilmente lo harás como un nativo. En el idioma del jazz pasa un poco lo mismo”. Sin embargo, también acepta, claro, que hay músicos blancos “muy potentes, que han llegado a dominar y crear jazz, como Django Reinhardt”.