Empacho de retórica
GAZIEL reconocía en uno de sus crónicas en El Sol, donde escribió un centenar de artículos entre 1925 y 1930, que los catalanes tenemos un empacho de retórica. Es decir, que no decimos las cosas de forma clara y diáfana o cuando las expresamos lo hacemos con un exceso de circunloquios. Ciertamente en Catalunya vivimos unos momentos que requieren, más que nunca, hablar claro no sólo para entendernos, sino para afrontar el futuro. La protagonista de La librería –película de Isabel Coixet sobre una novela de Penelope Fitzgerald– dice que las palabras son ventanas que nos permiten ver más clara la realidad. También en este país necesitamos la precisión de los términos para que entre el resplandor de la realidad. Sólo podremos afrontar el presente si somos capaces de escuchar lo que no nos gusta sin señalar como desleal al que lo manifiesta. No puede ser que califiquemos de traidor a quien piensa distinto, apuntando con este término para acabar malhiriendo a los discrepantes. No puede ser que la palabra más repetida en Twitter sea traidor desde el 1-O. No saldremos de esta situación disparándonos con insultos.
La Semana Santa debe ser tiempo de reflexión incluso para los agnósticos, pues hemos leído frases muy concluyentes sobre cómo el independentismo puede contribuir a que salgamos de este embrollo. Desde Pere Aragonès, de ERC, hasta Artur Mas, del PDECat, mantienen que lo más realista es formar un gobierno sin Carles Puigdemont para acabar con el 155. Lo han dicho buscando las palabras menos contundentes, pero se les han entendido todo. Francesc-Marc Álvaro lo escribía ayer en este diario: hace falta que alguien en la cúpula soberanista hable, sin miedo de provocar decepciones y recibir descalificaciones. Y que tenga capacidad de convencer de una nueva estrategia. No será fácil. Ni encontrará complicidades en el Gobierno para hacer el discurso más asumible. Pero hay que intentarlo, jugándose el tipo.