La Vanguardia

Mensajeros pícaros

- EL RUNRÚN Màrius Serra

Quien más quien menos, todo el mundo ha tenido que pasar una mañana o una tarde encerrado en casa esperando la llegada del mensajero que nos entregue el paquete esperado, una situación que se puede volver exasperant­e si, como le sucedió a Màrius Serra, el bulto se queda sin entregar y encima se nos dice que no había nadie en casa: “De vez en cuando, encuentro un aviso de entrega no efectuada. Si me urge recibir el paquete, llamo, y si no me urge, espero sin decir ni mu hasta que vuelvan”.

Acasa siempre llegan paquetes. Sobre todo libros, pero también otros objetos. Como nunca no son bultos muy grandes, hace años que instalamos en la puerta de la calle la boca de buzón más amplia que vendían en Metal·listeria Bolíbar. Cuando no hay nadie en casa, los mensajeros que vienen más saben que, si la boca se traga el paquete, tienen permiso para dejarlo y garabatear una firma en el albarán. Algunos no se atreven, pero en general, prefieren no tener que volver. De vez en cuando, encuentro un aviso de entrega no efectuada. Si me urge recibir el paquete, llamo, y si no me urge, espero sin decir ni mu hasta que vuelvan. Pero algunas empresas de mensajería tienen convenios de recogida con establecim­ientos del barrio. A menudo van de vivales: me envían un mensaje al móvil diciendo que no había nadie en casa a una hora que estaba yo y me invitan a ir a buscarlo. A veces lo dejan en una papelería de la calle Cartellà, y otras,

en una tienda de electrodom­ésticos de Baixada de la Plana, dos establecim­ientos que tengo a cinco minutos de casa, pero que no visitaría. Cuando lo comento con los comerciant­es surge una sospecha: podría ser que la mayoría de los paquetes les lleguen sin que los mensajeros hayan intentado antes localizar al destinatar­io en casa. Dudamos sobre la naturaleza del fenómeno: podría ser picaresca de los mensajeros o bien estrategia empresaria­l. A la empresa cada paquete distribuid­o por un tercero le representa un coste mínimo adicional, pero si hay unos cuantos paquetes que repartir en una zona y el mensajero los lleva todos de golpe a un solo punto, el ahorro de tiempo y combustibl­e también cuenta.

La semana pasada descubrí que la casa Thermomix tiene un convenio con Seur para que reparta las reparacion­es de sus robots de cocina. Una vez aceptado el presupuest­o, el mensajero te lleva a casa la máquina. En este caso no habría boca de buzón

capaz de tragarse el bulto del robot, pero además el mensajero tiene que cobrar en efectivo el importe de la reparación. Hay, pues, que estar en casa a la hora de entrega convenida, una franja amplia de tiempo que obliga a ajustes drásticos en el horario laboral del receptor. De todas las empresas de mensajería que conozco, Seur es la peor, de largo. Vende modernidad y luego su presunta diligencia acaba siendo un carro del Far West. En este caso, la web indicaba que el paquete estaba en reparto, pero las horas iban pasando sin novedades hasta que, justo cuando el plazo estaba a punto de agotarse, recibí un SMS de Seur diciéndome que no habían encontrado a nadie en el domicilio del que no me había movido en ningún momento. Ante la perspectiv­a de volver a bloquear una mañana o una tarde, elegí por la web ir a buscar el paquete al día siguiente y acabé en la estación del Nord, cargando una puñetera Thermomix que sólo conservamo­s porque nos lleva buenos recuerdos.

Hay empresas de mensajería que van de vivales: me dicen que no había nadie en casa a una hora que estaba yo

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