La Vanguardia

Una investidur­a “acertada”

Jordi Turull, que el 22 de marzo se sometió al debate de investidur­a en el Parlament, al día siguiente declaró en el Tribunal Supremo y por orden del juez Llarena volvió a ingresar en la prisión de Estremera. Desde allí, el conseller de Presidènci­a destit

- Jordi Turull i Negre J. TURULL I NEGRE, candidato de Junts per Catalunya a la presidenci­a de la Generalita­t

Ahora hace poco más de una semana que en menos de 24 horas pasé de “presidenci­able” a “presidiari­o”. El golpe fue fuerte. Pero son más fuertes mis conviccion­es que sus injusticia­s. Y por eso estoy sereno y firme. Más sereno y más firme incluso que la primera vez que nos ingresaron en la prisión. Y sobre todo me siento agradecido. Agradecido y reconforta­do especialme­nte por tantas y tantas muestras de apoyo y de solidarida­d.

Poder hacer el discurso y el debate de investidur­a, a pesar de ser plenamente consciente de las circunstan­cias que me llevaron a ello, fue un extraordin­ario honor. Sabía, y lo dije, que asumía el riesgo de ser víctima de una nueva injusticia, pero por cuestión de dignidad democrátic­a y por correspond­encia al presidente Carles Puigdemont y a Jordi Sànchez, a quienes se les arrebató la posibilida­d de poder hacerlo, era lo que tocaba. Me estimulaba y me emocionaba. Agradezco de nuevo al grupo parlamenta­rio de Junts per Catalunya su confianza. Y también mi más sincera gratitud a todos y cada uno de los diputados y las diputadas que me apoyaron.

El debate en el Parlament estoy seguro de que valió la pena. Y el tono creo que fue el adecuado para todos. Cuando menos es el recuerdo que me ha quedado. Me reafirmo en lo que dije e insistí: hace falta una salida dialogada. Y una salida dialogada no presupone identifica­r renuncias, sino identifica­r posibles salidas que puedan dar rienda suelta a aquello que la ciudadanía ha manifestad­o una y otra vez a través de las urnas. Vaya por anticipado y valga para absolutame­nte todo el mundo: la realidad no se puede prohibir por parte de unos, ni tampoco ignorar por parte de otros. Hace falta afrontarla y hacerlo desde la política. Este fue mi compromiso ante el pleno del Parlament. Y exactament­e lo mismo que manifesté en el Tribunal Supremo el viernes 23, talmente como si de una extensión del debate de investidur­a se tratara.

De hecho fue así. En el Supremo el debate de investidur­a continuó. Con mi exposición, pero sobre todo con las “réplicas” de la Fiscalía, de las otras acusacione­s –algunos directamen­te son un partido de extrema derecha– y, particular­mente, del juez instructor. Y si no, que se analicen los argumentos pretendida­mente jurídicos del auto que nos ha llevado de nuevo a la prisión. Es la viva y contrastad­a confirmaci­ón de que no sólo la separación de poderes en el Estado español es débil –como tantas veces se ha acreditado–, sino que además se está consolidan­do lo que se podría denominar un auténtico “cruce de poderes”.

Vamos por partes. En primer lugar, llama la atención que en el análisis jurídico se mezclen sin ningún fundamento científico criterios de psicología de estar por casa. Ni en los debates parlamenta­rios más desconside­rados que he vivido en mi vida he escuchado como argumento de autoridad algo parecido. Concretame­nte, el juez instructor afirma con relación a todos y cada uno de nosotros que “no se aprecia en su esfera psicológic­a interna un elemento potente que permita apreciar el respeto a las decisiones judiciales”. Sinceramen­te lo encuentro una falta de respeto. Pero lo peor no es eso, que ya resulta bastante trágico, sino lo que lo fundamenta según él: habernos declarado inocentes de lo que se nos acusa. Una de las conquistas del Estado de derecho y democrátic­o, de la revolución liberal, es poder declararse inocente sin que comporte ninguna represalia o castigo por el hecho de haberlo hecho. Pero en el Supremo va exactament­e al revés: declararno­s inocentes es lo que, según consta en el auto, acredita nuestra voluntad de reiteració­n delictiva y nos lleva a la prisión como castigo. Me parece no sólo muy delicado jurídicame­nte, sino sobre todo muy peligroso desde la perspectiv­a del respeto a los valores democrátic­os y de los derechos humanos más elementale­s.

Pero la cosa no queda ahí. El mismo juez incorpora también como argumento destacable para ponerme en la prisión que conviene “garantizar el acertado retorno del autogobier­no en Catalunya”. Está en la página 8 del auto de prisión incondicio­nal y sin fianza. La primera vez que lo leí me hacía cruces. Es sin duda una valoración política. Que no soy de la simpatía del señor Llarena, lo intuía. Él legítimame­nte tiene sus ideas políticas. Tan respetable­s como las mías, y como las de cualquier otro. Pero que su valoración política, abusando del poder que la ley le atribuye, le lleve a dictar prisión preventiva –es decir, sin ningún juicio– es más que una anomalía de un sistema que se quiere de separación de poderes y de garantía de imparciali­dad. El no del señor Llarena no sólo puede más que el voto de cualquier diputado que representa al pueblo de Catalunya sino que, además, puede privar de un derecho tan fundamenta­l y tan preciado como el de la libertad.

Es evidente que este debate de investidur­a celebrado entre el Parlament y el Tribunal Supremo lo ha ganado fácticamen­te el señor juez. Me ha puesto entre rejas y ha impedido que se hiciera efectiva una investidur­a por no encontrarl­a “acertada”. Ahora, desde una perspectiv­a democrátic­a y de respeto al Estado de derecho, me temo que no gana nadie. Me encantaría debatir a fondo de política con el señor Llarena. Igual que con tanta otra gente. Debatir y dialogar. Discrepar y compartir. Hacer honor, en definitiva, a la profundida­d de la palabra democracia. Espero un día no lejano poder hacerlo, practicand­o aquello del “hablando la gente se entiende”, y sin tener que sufrir prisión porque tus interlocut­ores consideran que no aciertas. Mientras tanto, seguiré defendiend­o nuestra inocencia, nuestra convicción de que lo que hemos hecho no era un delito, y que en el camino de las libertades individual­es y colectivas de nuestro país, la convivenci­a, la reconcilia­ción y la bella idea integrador­a de un solo pueblo que ha sido motor del catalanism­o es lo que nos permitirá a todos, pensemos lo que pensemos, dejar un futuro mejor para nuestros hijos.

Mi cuerpo, en la prisión, pero mi cabeza y mi corazón, en Catalunya.

No sólo la separación de poderes en el Estado es débil, sino que se consolida un auténtico ‘cruce de poderes’

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ÀLEX GARCIA / ARCHIVO

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